¿Se estrellará la Iglesia con las estrellas de la COPE?

Así concluye un editorial de hoy en “El País”, en relación al manido y sempiterno caso “Jiménez Losantos”: “Finalmente, no es irrelevante el hecho de que ese delito continuado de injurias apreciado por el Juzgado de lo Penal número 6 de Madrid se haya cometido desde la emisora propiedad de la Conferencia Episcopal. Hay motivos para pensar que los obispos, o algunos obispos, temen más que su locutor estrella se revuelva contra ellos si no le apoyan suficientemente que al descrédito que su presencia en la Cope ocasiona a la Iglesia española”.

Si es manido, no debería volver sobre el hecho, pero lo utilizaré como pretexto para ir un poco más allá.

Evidentemente hay muchos intereses en juego, y El País tiene los suyos. Informativos e ideológicos, como grupo de comunicación y como agente creador de opinión. Económicos, políticos y culturales. No me equivoco en el orden. Pero, claro, las cosas son como son, y si día tras día haces filigranas estúpidas en el alambre, por fin te caes. Y así ha ocurrido, la estrella, estrellada.

Lo más insoportable de los periodistas estrellas de la COPE es cómo mezclan sin reparo alguno información y opinión. No son los únicos, pero en su caso es un acto tan directamente pretendido y practicado, que todo en él, es un mitin para afiliados. El tono, la cadencia de la frase, la retórica de la pregunta, todo está puesto al servicio de la interpretación que se le quiere dar a la noticia y que, descaradamente, se te urge a dar. Porque, en caso contrario, tú mismo, oyente, eres de esos otros que acaban de ser descritos con los peores vicios políticos y cívicos. Directamente, malo, o estúpido.

Esta amalgama indisoluble convierte a los comunicadores-estrella de la COPE en un problema finalmente para la propia cadena, y para la Iglesia al cabo. Veamos. Cuando Gabilondo dejó la Ser y comenzó con los informativos de Quatro, arrastró consigo pocos oyentes. Les sustituyó Francino (creo que es así) y casi siguió con la misma audiencia. Los dos cuelan sus opiniones ocasionalmente, pero tienen un límite; en el tono, en la cadencia y en la retórica, tienen un límite, que evita que el oyente se sienta obligado a compartir ideológicamente con ellos la noticia. No sé si lo logran siempre. No sigo una emisora fija, sino según qué me guste en el momento. Pero el detalle lo tengo muy claro. Yo he escuchado bastante, desde el coche, tanto a Losantos, como a Cristina y a Vida, en La Linterna, y siempre he visto claro que nos llevaban a la ruina como calidad de la información.

Pero es que además siempre he visto claro que nos llevaban a la ruina como grupo de Comunicación, porque el tipo de oyente que logran, en gran medida, es militante de una ideología social, y con ganas de ser conducido, ¡no sólo informado!, sino conducido y jaleado por un poder informativo. En conclusión, Jiménez Losantos y los otros, trabajan para sí mismos, y pueden llevarse consigo buena parte de la audiencia. Éste es el otro problema de la COPE. Supongo que como empresa, financieramente solvente, depende en gran medida de la continuidad de estos comunicadores, y estos comunicadores tienen el capital más preciado en su mano, el estilo peculiar, ¡pues comunican “bien”, vaya si comunican!, y la complicidad de la audiencia, de gran parte de la audiencia, que los ha reconocido sus líderes particulares en ausencia de otros menos brillantes, cual ha podido ser Rajoy, o, según creo, frente al “usurpador”.

Evidentemente estos comunicadores se han adentrado por un camino muy tentador, el poder de la comunicación que interpreta y dirige voluntades políticas, pero, ¡ay!, ése es su límite, y de él surge la rivalidad con la clase política; primero, la “enemiga”, pues estos comunicadores no tienen adversarios políticos, sino enemigos; y luego la “propia”, pues por propia o propiedad tienen éstos a la derecha política, y como tal quieren que se lo reconozcan. Es evidente que así, ¡gente insufrible, pero que comunica bien y argumenta con tanta simpleza como contundencia!, juega sus cartas como informador que aspira al liderazgo populista y que, logrado en parte, cuestiona cualquier otro liderazgo que cerca de él, no se le someta. Es otra vía, la de la opinión pública, para hacerse con el poder social en una democracia. Es “la democracia” a través de las ondas en lugar de las urnas.

Y aquí es donde podemos enlazar con el editorial de El País ya citado. La COPE, y la Iglesia española con ella, tienen un problema. Desde luego de financiación. Pues si echa a los comunicadores estrellas, no sería fácil su sustitución con el parecido resultado económico. Tengo oído que la COPE era deficitaria, gravemente deficitaria, ante de la llegada de esta gente. Es un problema. Para mí, relativo. Y para alguno que me lea, ni eso. Pero para los “ecónomos” de la Iglesia, sí. Y más allá de este problema, segundo, buena parte de la jerarquía católica española, sobre todo aquéllos que más se han arrimado en apoyo de estos comunicadores, lógicamente, están amenazados informativamente.

Como la aspiración de estos comunicadores-estrella es un liderazgo político y cultural en la democracia española desde “las ondas”, sucede que al igual que los políticos que reclaman “lo suyo” desde la derecha, también los eclesiásticos que reclamen “lo suyo”, su autonomía, desde la Iglesia, los van a tener en frente. No son invencibles, ¡Dios me libre!, pero sí son un “monstruo político” que ha crecido mucho y que perfectamente puede devorar a sus padres. Pero esto a mí, no me quitan el sueño. Porque hay eclesiásticos de altísimos rango que se merecen un correctivo desde “la lógica del mundo”, por haber flirteado tanto con él y sus reglas.

No voy a dar nombres. Es de mal gusto y se necesitan pruebas. Voy a referirme a dos hombres de la Iglesia en los que desde posiciones bien distintas, confío a ojos ciegas. Pienso en D. Antonio Cañizares y en D. Juan María Uriarte. Se les puede discutir esta o aquella palabra, pero son gente que lleva el Evangelio entre ceja y ceja, y por él lo viven y valoran todo. Opinan, enseñan, toman decisiones. Unos se sienten más cercanos de D. Antonio. Otros, como yo, sin ninguna duda, a de D. Juan María. Pero son honestos a carta cabal. Despiertan afecto. Se le puede querer. No tienen nada que ver con el juego de poder político y social; podrían haber seguido vidas “sacerdotales” mucho más sencillas, en medio del pueblo que les ha visto nacer. Recuerdo a D. Antonio entrevistado en La mañana de la COPE, y cómo le buscaban la boca para que se calentara, una y otra vez, y él, tan conservador como siempre, pero honesto en todo momento, a lo suyo, el Evangelio, las personas y sus derechos, y cómo servirlas con respeto de sus bienes morales sustantivos. Todo se podía ver de otro modo, con otros perfiles, pero no había enredo y doblez, sino sencillez y convicción. Evangelio y evangelio, que al hacerse vida diaria, provoca diferencias.

Por el contrario, si algunos no se bajan del avión, y viven pensando que la historia de la Iglesia española se puede reescribir para los próximos cuarenta años, y que ellos y su círculo de influencia episcopal, mediática y cultural, lo van a hacer para todos, ¡casi como encargo divino!, a ver qué pasa, pero mucho me temo que no tengan tiempo para discernir en ecclesia, tengan que aparcar el Evangelio a menudo, ¡es la impresión que tengo!, jueguen a ser más papistas que el Papa, desarrollen una capacidad de intriga política que de poco les sirva en la evangelización, y terminen hastiados cuando vivan su retiro con el recuerdo de “no es eso, no es eso”. Por supuesto, y personalmente, siempre les deseo lo mejor, pero el Evangelio está ahí. No lo interpreto yo, desde luego, pero sus preferencias morales y humanas, eclesiales y espirituales, están ahí, y relucen como un sol cegador. ¡Te doy gracias, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado… Sí, Padre, así te ha parecido mejor…! (¡Perdón!).
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