La incómoda diversidad de los católicos
Pasada la Navidad, en su sentido religioso estricto, leo y escucho por aquí y por allá mil comentarios que esta aparición pública de la fe provoca. Ya, ya, ¡lo sé!, no sólo es la Natividad del Señor lo que irrumpe en la plaza pública. Es su Iglesia, y la pléyade de expresiones con que ella se presenta en medio del mundo. Es el discurso religioso, moral y social que acompaña a la Buena Nueva de Belén, el cual, necesariamente, a medida que desciende entre significados culturalmente más concretos e interpelantes, también es más seguro en unos juicios que en otros.
Soy dado a considerar esa diferencia entre los distintos momentos o ámbitos en la expresión de la fe cristiana. Todos ellos unidos en la realidad única de la fe pensada y vivida; ciertamente en Iglesia, y, sin duda, como seguimiento de Jesucristo. Lo que quiero decir es que no me interesa en la fe tener razón teológica o hacer las cosas solo, ¡por otro lado imposible!, cuanto sumarme a la vida eclesial con toda su diversidad inconfortable, y reconociendo, ¡y apreciando!, el ministerio de comunión, enseñanza y gobierno que algunos tienen encomendado entre nosotros. Pienso en los Obispos, desde luego.
Es verdad que todo esto tiene su perfecto sentido en una Iglesia llena de libertad y de respeto en el amor. Nadie deja por el Bautismo su mayoría de edad, intelectual y moral, a la entrada del templo. Sin duda que hay una última palabra en todo, y sin duda también que de ella no se puede abusar, y que ella ha de concluir un prudente y pausado discernimiento en comunidad. Por eso he dicho lo de “diversidad inconfortable” en la Iglesia. Me atrevería a decir que la vida eclesial, por mor del Evangelio, desde luego que sí, pero más inmediatamente, por mor de una cultura de la libertad de conciencia, ¡de la dignidad irrenunciable de la persona!, tiene que ser incómoda para todos; y yo diría que de no serlo, algo muy serio falla en nuestra pertenencia eclesial; o la inconsciencia, o la vanidad, o la prepotencia, o la humildad de quien se sabe en la verdad, o sea, lo que ya pensaba de antemano, etc. La dignidad humana no puede ser sacrificada a la meta de la santidad.
Pero hoy no quiero ser seguir ese camino de crítica ideológica de equívocas concepciones de la perfección cristiana, ¡por otro lado necesario para todos!; el pluralismo inconfortable, la diversidad legítima y normal de que hablaba, quiero practicarla poniendo respeto y consideración hacia tantos y tantos cristianos que dan lo mejor de sí mismos en vidas y familias sencillas. Conozco a muchos de ellos; unos más cercanos conmigo en los afectos y en las ideas religiosas; otros más distantes en las ideas religiosas pero cercanos, también, en los afectos; algunos, supongo, distantes en todo; no nos entendemos, desde luego que no; lo reconozco; lo diré con un adverbio, “todavía”, no nos entendemos “todavía” y según para qué y en qué.
Yo creo que si la gente de la fe, como por los demás pasa en los grupos humanos y familias, percibimos que el otro nos alarga la mano con respeto y cercanía, que nos dirige su palabra con confianza y ganas de escucharnos, que nos siente “suyos” en medio de las diferencias en los conceptos de la fe, sin duda que la comunión es posible.
Yo tengo esta idea del poder sacramental del amor humano, de la confianza mantenida incluso con los detractores, y a fe que “en el ámbito de la fe” no voy a negar lo que la vida me está dictando.
Algunos cristianos pueden confundir esto con volverse “dulzón” y “condescendiente” con las ideologías sociales, ¡y hasta religiosas!, de los “prepotentes y poseídos de sí mismos”, pero aquello de que las personas son siempre dignas y sagradas, mientras que sus (nuestras) ideas son siempre discutibles y, a veces, inaceptables, sigue en pie para evitarlo.
En fin, que la Fe presenta tantos recursos para la hermandad entre distintos, que sorprende la fuerza de las filias y fobias "sociales" para impedirla. En todo caso, en la duda, y ante la diferencia de estilos y sensibilidades, ya sabemos la pregunta “religiosa” más vital, “¿Qué es de tu hermano?” o, ¿cuál de éstos se hizo prójimo del que estaba maltrecho al borde del camino? Un cordial saludo.
Soy dado a considerar esa diferencia entre los distintos momentos o ámbitos en la expresión de la fe cristiana. Todos ellos unidos en la realidad única de la fe pensada y vivida; ciertamente en Iglesia, y, sin duda, como seguimiento de Jesucristo. Lo que quiero decir es que no me interesa en la fe tener razón teológica o hacer las cosas solo, ¡por otro lado imposible!, cuanto sumarme a la vida eclesial con toda su diversidad inconfortable, y reconociendo, ¡y apreciando!, el ministerio de comunión, enseñanza y gobierno que algunos tienen encomendado entre nosotros. Pienso en los Obispos, desde luego.
Es verdad que todo esto tiene su perfecto sentido en una Iglesia llena de libertad y de respeto en el amor. Nadie deja por el Bautismo su mayoría de edad, intelectual y moral, a la entrada del templo. Sin duda que hay una última palabra en todo, y sin duda también que de ella no se puede abusar, y que ella ha de concluir un prudente y pausado discernimiento en comunidad. Por eso he dicho lo de “diversidad inconfortable” en la Iglesia. Me atrevería a decir que la vida eclesial, por mor del Evangelio, desde luego que sí, pero más inmediatamente, por mor de una cultura de la libertad de conciencia, ¡de la dignidad irrenunciable de la persona!, tiene que ser incómoda para todos; y yo diría que de no serlo, algo muy serio falla en nuestra pertenencia eclesial; o la inconsciencia, o la vanidad, o la prepotencia, o la humildad de quien se sabe en la verdad, o sea, lo que ya pensaba de antemano, etc. La dignidad humana no puede ser sacrificada a la meta de la santidad.
Pero hoy no quiero ser seguir ese camino de crítica ideológica de equívocas concepciones de la perfección cristiana, ¡por otro lado necesario para todos!; el pluralismo inconfortable, la diversidad legítima y normal de que hablaba, quiero practicarla poniendo respeto y consideración hacia tantos y tantos cristianos que dan lo mejor de sí mismos en vidas y familias sencillas. Conozco a muchos de ellos; unos más cercanos conmigo en los afectos y en las ideas religiosas; otros más distantes en las ideas religiosas pero cercanos, también, en los afectos; algunos, supongo, distantes en todo; no nos entendemos, desde luego que no; lo reconozco; lo diré con un adverbio, “todavía”, no nos entendemos “todavía” y según para qué y en qué.
Yo creo que si la gente de la fe, como por los demás pasa en los grupos humanos y familias, percibimos que el otro nos alarga la mano con respeto y cercanía, que nos dirige su palabra con confianza y ganas de escucharnos, que nos siente “suyos” en medio de las diferencias en los conceptos de la fe, sin duda que la comunión es posible.
Yo tengo esta idea del poder sacramental del amor humano, de la confianza mantenida incluso con los detractores, y a fe que “en el ámbito de la fe” no voy a negar lo que la vida me está dictando.
Algunos cristianos pueden confundir esto con volverse “dulzón” y “condescendiente” con las ideologías sociales, ¡y hasta religiosas!, de los “prepotentes y poseídos de sí mismos”, pero aquello de que las personas son siempre dignas y sagradas, mientras que sus (nuestras) ideas son siempre discutibles y, a veces, inaceptables, sigue en pie para evitarlo.
En fin, que la Fe presenta tantos recursos para la hermandad entre distintos, que sorprende la fuerza de las filias y fobias "sociales" para impedirla. En todo caso, en la duda, y ante la diferencia de estilos y sensibilidades, ya sabemos la pregunta “religiosa” más vital, “¿Qué es de tu hermano?” o, ¿cuál de éstos se hizo prójimo del que estaba maltrecho al borde del camino? Un cordial saludo.