La "mirada samaritana", ¿de quién es hoy?
Cuando pensé en “la mirada samaritana” como título para este blog, acababa yo de entregar a la imprenta un tratado de moral social cristiana desarrollado bajo esta misma intuición teológica, moral social samaritana. Esa idea evangélica quería yo que impregnara todo mi pensamiento teológico-moral y la proponía como idea fuerza y hasta como clave hermenéutica del pensamiento teológico y la espiritualidad cristiana. Todo el mundo sabe que la vida cristiana es ante todo acogida de una vocación que se sustancia como fe, esperanza y caridad, o de otro modo dicho, como acogida personal de la llamada salvadora de Dios, manifestada y verificada de manera única en Jesucristo, (“¡Hágase en mí según tu palabra!”), y como comunicación de esta experiencia de la gratuidad absoluta de Dios en palabras y obras, a partir de su cultivo en la comunidad de los creyentes, o Iglesia, (“Dad razón de la esperanza que os anima!) Para los creyentes, ese realismo salvador de la misericordia o gracia de Dios tiene su mediación inigualable en los sacramentos, cuyos efectos redundan misteriosamente en bien de todos, es decir, de la vida misma en todas sus expresiones.
Con todo esto quiero decir que tenía una intuición, la de “la mirada samaritana”, la del samaritanismo moral como punto de vista inigualable en la indagación de la verdad espiritual, moral y hasta dogmático del cristianismo. Entusiasmado con la idea, no he tenido empacho en utilizarla por aquí y por allá, pensando que era una intuición feliz. Pero, siempre hay un pero, recuerdo que pronto percibí algunas dificultades. Una fue cuando me preguntaban en círculos cristianos, podían ser grupos de religiosos incluso, que qué significaba un “cristianismo samaritano”, que qué era eso de “samaritano”. Reconozco que yo tiendo algo a inventar conceptos que me parecen enseguida sugestivos y claros, pero que me hicieran aquella pregunta me dejaba perplejo e inquieto. Más adelante comencé a percibir otra dificultad. He visto que hay lectores que interpretan que reclamo para mí una “mirada samaritana” particular, algo así como la reivindicación de un cierto “elitismo moral o ético” dentro del cristianismo. Esto sí que me ha asustado, porque es lo último que quisiera dar a entender. Que yo reclame esta clave evangélica como clave moral y teológica casi inigualable, no significa que sea de mi propiedad, o que yo me sienta especialista en ella y con una vida que la refrenda a cada paso. ¡Dios me libre! Por eso, siento vértigo en su uso, si alguna vez he dado a entender o su elección hace pensar que algo de esto hay.
No, no, “la mirada samaritana” es la elección de un título que propongo a la acogida de otros al mirar la vida del mundo, ¡y de la Iglesia misma!, desde la fe en Jesucristo; no que yo lo logre, por más que lo intente, sino que lo propongo a todos. Porque la tercera sorpresa es cuando percibo que se espera de tal título un tratamiento de las cuestiones un tanto dulzón y contemporizador. Siempre a mi juicio o según sospecho, claro está. Es evidente que la mirada samaritana, quien la consiga y la tenga, no puede ser una mirada condescendiente con tal de evitar roces y conflictos en el cristianismo, roces y conflictos, desde luego, que ella no va a provocar directamente, sino a desvelar y no permitir que se acallen. Mas no para afear conductas, por afear, o abrir trincheras ideológicas como si vivir la fe fuera inventarse de continuo “una cruzada”. Es que el Evangelio no es así; es, por el contrario, denuncia cuando lo requiere y mano tendida en todos los casos, “el que esté libre de culpa que tire la primera piedra…y comenzando por los más ancianos… ¿Nadie te ha condenado, mujer? Vete y no peques más”.
Todo esto me lleva a reconocer que una lectura crítica de la vida eclesial, y del mundo, siempre en clave negativa, termina siendo insoportable. Y así debemos aceptarlo pastoralmente. Hay gente extraordinaria en la Iglesia y nos falta, sé que me repito, un punto de sentido social, de sentido común acerca de la dimensión social y estructural de los problemas humanos, de sentido de la persona “en situación”, de personas “en sus contextos sociales y relaciones que las someten a menudo a un trato instrumental, a dificultades casi insuperables”. Casi. Pero con esa conciencia, pastoralmente acogida, hay en la Iglesia gentes y comunidades que tienen mucho que decir en la vida. A ésos les agradezco su mirada samaritana, con el empeño dicho de darle dimensión social, también social; lo demás, que la espiritualidad, la moral y la teología tienen ahí una virtud moral de valor inigualable, no me cabe ninguna duda. Yo sólo pretendo provocar la voz de aquéllos que tienen experiencia propia de haber vivido la fe o haber sentido que gente de fe los trataba con sinceridad que “duele”, sí, pero siempre con justicia, compasión, respeto y mano tendida en cualquier circunstancia de su existencia.
Por el contrario, donde prima un cristianismo inquisitorial, a golpe de derecho canónico como mediación primordial de la vida de fe, conspirando sobre si es Obispo el nuestro o el suyo, y si copamos estos o aquellos puestos curiales, todo eso es muy humano, pero “cristianamente” hablando es deprimente. Eso es pura diversión. Racionalización de la lucha por el poder, dice la sociología, con apariencia de defender “el bien y la verdad”. Por ese camino, no hay nada. Incluso si hay gente a la que le gusta y atrae, no hay nada, cristianamente, no hay nada. Si no cobramos conciencia del contrapunto espiritual y moral que la mirada samaritana incorpora al cristianismo, por abrirlo a la situación integral de las víctimas, no hay nada. Es una fe para la autocomplacencia del sujeto, aunque le resulte individualmente exigente y sacrificada, y para la diversión de los censores, aunque cobren fama de sagaces. Sin acoger a las víctimas, también las sociales, y comprender los contextos sociales que las condicionan, no hay mirada samaritana. ¿Quién la tiene?
Con todo esto quiero decir que tenía una intuición, la de “la mirada samaritana”, la del samaritanismo moral como punto de vista inigualable en la indagación de la verdad espiritual, moral y hasta dogmático del cristianismo. Entusiasmado con la idea, no he tenido empacho en utilizarla por aquí y por allá, pensando que era una intuición feliz. Pero, siempre hay un pero, recuerdo que pronto percibí algunas dificultades. Una fue cuando me preguntaban en círculos cristianos, podían ser grupos de religiosos incluso, que qué significaba un “cristianismo samaritano”, que qué era eso de “samaritano”. Reconozco que yo tiendo algo a inventar conceptos que me parecen enseguida sugestivos y claros, pero que me hicieran aquella pregunta me dejaba perplejo e inquieto. Más adelante comencé a percibir otra dificultad. He visto que hay lectores que interpretan que reclamo para mí una “mirada samaritana” particular, algo así como la reivindicación de un cierto “elitismo moral o ético” dentro del cristianismo. Esto sí que me ha asustado, porque es lo último que quisiera dar a entender. Que yo reclame esta clave evangélica como clave moral y teológica casi inigualable, no significa que sea de mi propiedad, o que yo me sienta especialista en ella y con una vida que la refrenda a cada paso. ¡Dios me libre! Por eso, siento vértigo en su uso, si alguna vez he dado a entender o su elección hace pensar que algo de esto hay.
No, no, “la mirada samaritana” es la elección de un título que propongo a la acogida de otros al mirar la vida del mundo, ¡y de la Iglesia misma!, desde la fe en Jesucristo; no que yo lo logre, por más que lo intente, sino que lo propongo a todos. Porque la tercera sorpresa es cuando percibo que se espera de tal título un tratamiento de las cuestiones un tanto dulzón y contemporizador. Siempre a mi juicio o según sospecho, claro está. Es evidente que la mirada samaritana, quien la consiga y la tenga, no puede ser una mirada condescendiente con tal de evitar roces y conflictos en el cristianismo, roces y conflictos, desde luego, que ella no va a provocar directamente, sino a desvelar y no permitir que se acallen. Mas no para afear conductas, por afear, o abrir trincheras ideológicas como si vivir la fe fuera inventarse de continuo “una cruzada”. Es que el Evangelio no es así; es, por el contrario, denuncia cuando lo requiere y mano tendida en todos los casos, “el que esté libre de culpa que tire la primera piedra…y comenzando por los más ancianos… ¿Nadie te ha condenado, mujer? Vete y no peques más”.
Todo esto me lleva a reconocer que una lectura crítica de la vida eclesial, y del mundo, siempre en clave negativa, termina siendo insoportable. Y así debemos aceptarlo pastoralmente. Hay gente extraordinaria en la Iglesia y nos falta, sé que me repito, un punto de sentido social, de sentido común acerca de la dimensión social y estructural de los problemas humanos, de sentido de la persona “en situación”, de personas “en sus contextos sociales y relaciones que las someten a menudo a un trato instrumental, a dificultades casi insuperables”. Casi. Pero con esa conciencia, pastoralmente acogida, hay en la Iglesia gentes y comunidades que tienen mucho que decir en la vida. A ésos les agradezco su mirada samaritana, con el empeño dicho de darle dimensión social, también social; lo demás, que la espiritualidad, la moral y la teología tienen ahí una virtud moral de valor inigualable, no me cabe ninguna duda. Yo sólo pretendo provocar la voz de aquéllos que tienen experiencia propia de haber vivido la fe o haber sentido que gente de fe los trataba con sinceridad que “duele”, sí, pero siempre con justicia, compasión, respeto y mano tendida en cualquier circunstancia de su existencia.
Por el contrario, donde prima un cristianismo inquisitorial, a golpe de derecho canónico como mediación primordial de la vida de fe, conspirando sobre si es Obispo el nuestro o el suyo, y si copamos estos o aquellos puestos curiales, todo eso es muy humano, pero “cristianamente” hablando es deprimente. Eso es pura diversión. Racionalización de la lucha por el poder, dice la sociología, con apariencia de defender “el bien y la verdad”. Por ese camino, no hay nada. Incluso si hay gente a la que le gusta y atrae, no hay nada, cristianamente, no hay nada. Si no cobramos conciencia del contrapunto espiritual y moral que la mirada samaritana incorpora al cristianismo, por abrirlo a la situación integral de las víctimas, no hay nada. Es una fe para la autocomplacencia del sujeto, aunque le resulte individualmente exigente y sacrificada, y para la diversión de los censores, aunque cobren fama de sagaces. Sin acoger a las víctimas, también las sociales, y comprender los contextos sociales que las condicionan, no hay mirada samaritana. ¿Quién la tiene?