Los testigos de la Pascua, ¿hablamos de oídas?
A ver si acierto con lo que quiero decir. Pienso estos días, al fulgor de la Pascua, en los mil testimonios que sobre ella he oído. He estado atento. Quería que me llegara el sonido y el sentido profundo de lo que contaba cada testigo. Quería, además, captar en lo posible la convicción y hasta la emoción del testigo. Sé que esto es demasiado subjetivo y sé, además, que yo, educado y partícipe de la tradición cristiana, con experiencia propia del “Acontecimiento”, no podía ser un oyente común, un simple oyente de lo que otros, “los testigos”, cuentan todavía de la Pascua.
No tema el lector. No haré una tesis doctoral al caso. Sólo unos detalles para la reflexión. Soy de los cree que el testimonio de la fe o es práctico, es decir, testimonio de vida hecha sacramento de lo que proclama, o se pierde sin remedio en la nebulosa de lo que hoy es noticia y mañana se esfuma. El mundo de la comunicación está lleno de estas experiencias. Nosotros mismos las tenemos a diario. Hoy nos movemos por una causa humana muy aireada y mañana no tiene espacio alguno en nuestra memoria moral. Es una experiencia casi increíble, que nos desazona más de una vez, pero que no acertamos a controlar. Ahogados en noticias de desgracias e injusticias, cuando no de curiosidades, todo tiende a parecernos igual de normal, ¡si no nos afecta a nosotros directamente! En fin, lo que ustedes saben.
El caso es, -decía-, que el testimonio de la fe tiene una condición práctica, una sacramentalidad cercana, gratuita, escatológica en su último sentido, o deja de ser significativa para la mayoría de la gente de hoy. Claro está, y lo añado de inmediato, si esa sacramentalidad caritativa es radical e interpelante, si nos desnuda emotiva y realmente a los instalados del sistema social, entonces deja de ser significativa como interpelación moral, para ser “locura” revolucionaria e inaceptable. Quiero decir que hasta la interpelación moral y mística que el mundo reclama de la fe, tiene que ser contenida y digerible. De otro modo, decimos, ¡qué barbaridad!
Dicho esto, el testimonio de la fe pascual tiene que ser también experiencial y teológico. Me explico. Como decía, y atendiendo a mil voces estos días escuchadas, yo quería percibir qué había en ellos, qué sentía yo que había en esos testimonios, tanto de verdad personal para el testigo, como de verdad “inteligible” para lo destinatarios del mensaje, los hombres y mujeres de nuestro tiempo. En cuanto a este aspecto, la verdad proclamada de la fe en Jesucristo Resucitado como noticia “inteligible” para el oyente, me ha parecido bastante bien lograda en la mayoría de los testimonios. Era un discurso bien organizado, con mucha lógica, con cierto gusto, en general, para transmitir el testimonio apostólico de los misterios centrales de la fe cristiana. A veces demasiado teológico en sus conceptos y experiencias de fondo, otras con mayor sentido antropológico, apelando más claramente a la experiencia humana más extendida sobre el sentido de la existencia, creo que en general se pueden escuchar en torno a Pascua reflexiones muy logradas de lo sustantivo de nuestra fe cristiana por el lado del Credo y la Liturgia que lo celebra.
El tercer aspecto al que me iba a referir tiene que ver, -lo he advertido-, con la percepción que el oyente tiene o no de si el testigo de la fe pascual habla de una experiencia personal que le coge y transforma radicalmente sin remedio. Valorar esto es “casi” imposible, así que “casi” mejor callar, pero el “casi” nos da un margen para la pregunta, siempre que nos sintamos dentro del mismo grupo para lo bueno y para lo malo. Porque aquí sí que me parece que decae bastante el testimonio. He visto claro cómo explicamos el misterio pascual, me ha gustado bastante cómo nos reclamamos una conversión espiritual y moral al calor de esta experiencia, pero he tenido la sensación de que el testigo no se termina de implicar personalmente en la pregunta de: ¿y tú, quién dices que soy yo? No sólo el Credo, no sólo la Iglesia de todos los tiempos dice o enseña, no sólo la Palabra, no sólo el Papa ha dicho, sino ¿y tú quién dices que soy yo? Ayer domingo, el texto del evangelio se aprestaba a plantearnos esta misma cuestión, en relación a Tomás y su incredulidad, y como sabemos, concluía en el “Señor mío, y Dios mío”, “Porque me has visto has creído…”.
A mi juicio, este elemento personal e íntimo de la fe, que no “subjetivista”, sino íntimo y personal, el que implica radicalmente la verdad última del testigo, es el que sale peor parado en los testimonios pascuales de la Iglesia de hoy. Es la impresión que yo he tenido. Y es algo que me hace considerar que el primer problema del testimonio de la fe, hoy, en cuanto fe, no es que le falte práctica samaritana, compasiva o por la justicia, que es cierto que le falta mucha y es decisiva; ni tampoco que el primer problema sea una teología de la Pascua mal articulada en las homilías, como consecuencia de una secularización de la fe, que no llega a dar testimonio completo de la unicidad y universalidad de Jesucristo en la Historia de la Salvación. Estoy convencido de que el primer déficit, no sólo, insisto, no sólo, sino el más decisivo ante nuestro mundo, es que los testigos no terminamos de dejarnos ver desde dentro. Siempre hay un “como dice…”, “como enseña…”, “como cuenta…”, y queda entre “nubes” eso de “y tú ¿qué dices, qué vives, qué crees?, ¿cómo, en qué y hasta dónde está afectando a tu existencia en el mundo?, ¿en qué testimonio de vida se verifica esa convicción de una forma que advierta sacramentalmente de que algo nuevo ha sucedido en nuestras vidas? En caso contrario, parecemos vendedores de una ideología más. S i no hay exposición personal del testigo, parecemos “maestros” de una ideología religiosa. Por supuesto, podemos ser pecadores, y no haber avanzado demasiado, pero ¿dónde y cómo reconocemos que esa condición de pecadores está impidiendo la explosión del testimonio?
He oído, como les digo, muchos testimonios de la fe pascual contados con gusto y afecto; he podido escuchar en los mejores la transformación vital que la Pascua nos traía; y he podido ver, casi siempre, cómo el discurso escapaba a la pregunta de si todo esto que debiera suceder en la transformación de nuestras vidas, ¡y de nuestra vida eclesial!, no sucede, ¿qué es lo que pasa? ¿Qué la Pascua no es tal? ¿Qué no es tal para nosotros? ¿Qué es ahistórica? ¿Qué no es sacramental? ¿Qué es escatológica? ¿Qué es particular y privada? Yo creo que, como testigos, escapamos a menudo a la pregunta que más nos implica, finalmente, y que tiene mucho que ver con cierta espiritualización de la Pascua y con un hábito en los testigos de poder testimoniarla sin dar cuenta de un ¿y para ti, cristiano ordenado o no, Obispo o teólogo, qué es realmente y a qué vida personal y eclesial conduce? Saludos y mis disculpas si no os hago justicia a algunos o muchos.
No tema el lector. No haré una tesis doctoral al caso. Sólo unos detalles para la reflexión. Soy de los cree que el testimonio de la fe o es práctico, es decir, testimonio de vida hecha sacramento de lo que proclama, o se pierde sin remedio en la nebulosa de lo que hoy es noticia y mañana se esfuma. El mundo de la comunicación está lleno de estas experiencias. Nosotros mismos las tenemos a diario. Hoy nos movemos por una causa humana muy aireada y mañana no tiene espacio alguno en nuestra memoria moral. Es una experiencia casi increíble, que nos desazona más de una vez, pero que no acertamos a controlar. Ahogados en noticias de desgracias e injusticias, cuando no de curiosidades, todo tiende a parecernos igual de normal, ¡si no nos afecta a nosotros directamente! En fin, lo que ustedes saben.
El caso es, -decía-, que el testimonio de la fe tiene una condición práctica, una sacramentalidad cercana, gratuita, escatológica en su último sentido, o deja de ser significativa para la mayoría de la gente de hoy. Claro está, y lo añado de inmediato, si esa sacramentalidad caritativa es radical e interpelante, si nos desnuda emotiva y realmente a los instalados del sistema social, entonces deja de ser significativa como interpelación moral, para ser “locura” revolucionaria e inaceptable. Quiero decir que hasta la interpelación moral y mística que el mundo reclama de la fe, tiene que ser contenida y digerible. De otro modo, decimos, ¡qué barbaridad!
Dicho esto, el testimonio de la fe pascual tiene que ser también experiencial y teológico. Me explico. Como decía, y atendiendo a mil voces estos días escuchadas, yo quería percibir qué había en ellos, qué sentía yo que había en esos testimonios, tanto de verdad personal para el testigo, como de verdad “inteligible” para lo destinatarios del mensaje, los hombres y mujeres de nuestro tiempo. En cuanto a este aspecto, la verdad proclamada de la fe en Jesucristo Resucitado como noticia “inteligible” para el oyente, me ha parecido bastante bien lograda en la mayoría de los testimonios. Era un discurso bien organizado, con mucha lógica, con cierto gusto, en general, para transmitir el testimonio apostólico de los misterios centrales de la fe cristiana. A veces demasiado teológico en sus conceptos y experiencias de fondo, otras con mayor sentido antropológico, apelando más claramente a la experiencia humana más extendida sobre el sentido de la existencia, creo que en general se pueden escuchar en torno a Pascua reflexiones muy logradas de lo sustantivo de nuestra fe cristiana por el lado del Credo y la Liturgia que lo celebra.
El tercer aspecto al que me iba a referir tiene que ver, -lo he advertido-, con la percepción que el oyente tiene o no de si el testigo de la fe pascual habla de una experiencia personal que le coge y transforma radicalmente sin remedio. Valorar esto es “casi” imposible, así que “casi” mejor callar, pero el “casi” nos da un margen para la pregunta, siempre que nos sintamos dentro del mismo grupo para lo bueno y para lo malo. Porque aquí sí que me parece que decae bastante el testimonio. He visto claro cómo explicamos el misterio pascual, me ha gustado bastante cómo nos reclamamos una conversión espiritual y moral al calor de esta experiencia, pero he tenido la sensación de que el testigo no se termina de implicar personalmente en la pregunta de: ¿y tú, quién dices que soy yo? No sólo el Credo, no sólo la Iglesia de todos los tiempos dice o enseña, no sólo la Palabra, no sólo el Papa ha dicho, sino ¿y tú quién dices que soy yo? Ayer domingo, el texto del evangelio se aprestaba a plantearnos esta misma cuestión, en relación a Tomás y su incredulidad, y como sabemos, concluía en el “Señor mío, y Dios mío”, “Porque me has visto has creído…”.
A mi juicio, este elemento personal e íntimo de la fe, que no “subjetivista”, sino íntimo y personal, el que implica radicalmente la verdad última del testigo, es el que sale peor parado en los testimonios pascuales de la Iglesia de hoy. Es la impresión que yo he tenido. Y es algo que me hace considerar que el primer problema del testimonio de la fe, hoy, en cuanto fe, no es que le falte práctica samaritana, compasiva o por la justicia, que es cierto que le falta mucha y es decisiva; ni tampoco que el primer problema sea una teología de la Pascua mal articulada en las homilías, como consecuencia de una secularización de la fe, que no llega a dar testimonio completo de la unicidad y universalidad de Jesucristo en la Historia de la Salvación. Estoy convencido de que el primer déficit, no sólo, insisto, no sólo, sino el más decisivo ante nuestro mundo, es que los testigos no terminamos de dejarnos ver desde dentro. Siempre hay un “como dice…”, “como enseña…”, “como cuenta…”, y queda entre “nubes” eso de “y tú ¿qué dices, qué vives, qué crees?, ¿cómo, en qué y hasta dónde está afectando a tu existencia en el mundo?, ¿en qué testimonio de vida se verifica esa convicción de una forma que advierta sacramentalmente de que algo nuevo ha sucedido en nuestras vidas? En caso contrario, parecemos vendedores de una ideología más. S i no hay exposición personal del testigo, parecemos “maestros” de una ideología religiosa. Por supuesto, podemos ser pecadores, y no haber avanzado demasiado, pero ¿dónde y cómo reconocemos que esa condición de pecadores está impidiendo la explosión del testimonio?
He oído, como les digo, muchos testimonios de la fe pascual contados con gusto y afecto; he podido escuchar en los mejores la transformación vital que la Pascua nos traía; y he podido ver, casi siempre, cómo el discurso escapaba a la pregunta de si todo esto que debiera suceder en la transformación de nuestras vidas, ¡y de nuestra vida eclesial!, no sucede, ¿qué es lo que pasa? ¿Qué la Pascua no es tal? ¿Qué no es tal para nosotros? ¿Qué es ahistórica? ¿Qué no es sacramental? ¿Qué es escatológica? ¿Qué es particular y privada? Yo creo que, como testigos, escapamos a menudo a la pregunta que más nos implica, finalmente, y que tiene mucho que ver con cierta espiritualización de la Pascua y con un hábito en los testigos de poder testimoniarla sin dar cuenta de un ¿y para ti, cristiano ordenado o no, Obispo o teólogo, qué es realmente y a qué vida personal y eclesial conduce? Saludos y mis disculpas si no os hago justicia a algunos o muchos.