La tortura en España
A mí también me duele este post. Jorge Urdánoz Ganuza escribió en El Correo de ayer, sábado, 12 de Enero, un artículo, "La tortura en España", que deberíamos leer dos veces los ciudadanos y políticos de este país. Sencillamente, gracias. Dice así en alguno de sus párrafos:
“Pero conviene prescribir aquí la misma medicina que aplicamos a los demás, porque a la hora de establecer si en cualquier país se tortura no nos guiamos nunca por lo que afirme el gobierno de tal país, sino por lo que dictaminan al respecto los diversos organismos internacionales encargados de ello. Y tales organismos nos dejan en muy mal lugar. Tanto organizaciones oficiales (nada menos que la ONU y la Unión Europea, en sendos informes sobre España) como no gubernamentales (Amnistía Internacional y Human Rights Watch, por ejemplo) arrojan sobre nuestro país una aciaga sombra de sospecha, y lo hacen continuadamente en el tiempo y con independencia del partido en el Gobierno”.
Y sigue reflexionando, atendiendo a nuestra experiencia concreta y, en particular, considerando que el terrorismo nos amenaza y, en su caso, mata:
“¿Por qué la tortura está lejos de hallarse en la agenda política española, siendo como es además un asunto en el que reina el más absoluto consenso en cuanto a su rechazo? ¿Por qué desde fuera los demás lo ven y nos lo dicen, pero desde dentro nosotros somos incapaces asumir siquiera la mera posibilidad de su existencia? Existen varias razones, y ninguna es de poca enjundia. La principal es a mi juicio que la cuestión se identifica espontánea e inevitablemente con la lucha contra el terrorismo etarra. (Y sin embargo)… lo que los informes señalan es que la mayoría de vejaciones y malos tratos se producen en las dependencias de diversas policías municipales, siendo sus víctimas predilectas los inmigrantes, las prostitutas y los desheredados que sobreviven en los márgenes del sistema. Al quedar esa clase de miseria moral que se ceba con los más pobres e indefensos subsumida en el apartado 'tortura', y en cuanto que la tortura la enfocamos desde el prisma del antiterrorismo, la capucha de los verdugos etarras nos vela en buena medida la posibilidad de tomar conciencia, compadecernos y actuar en consecuencia.
Y concluye con una reflexión que ahonda en hasta dónde puede haber penetrado esta quiebra moral:
Pero esa violencia ciega (de ETA) sí puede haberse llevado por delante una parte de nuestra capacidad de afrontar la verdad o, lo que es peor, de nuestra voluntad de querer afrontarla. Ya es hora de asumir que la ONU, la UE y otras instituciones de reconocido prestigio sencillamente no se equivocan… Lo perentorio no es enterrar la cabeza y negar su existencia sino reconocer el mal y establecer mecanismos concretos para tornarlo imposible”.
No es el primero que dice esto, ni mucho menos, pero acierta en los argumentos y en lo inapelable de las fuentes. Sé que es un asunto desagradable su simple mención, pero nos conviene a todos, y en primer lugar, a los servidores de la ley. Pero, ¿cómo es posible que volvamos a olvidar estas denuncias tan sensatas, honestas y fundamentadas? Y un aviso, no desprecien al mensajero porque no tenga un nombre muy conocido. No nos escapemos por ese camino. Si no miramos de frente a los hechos, nunca mejoraremos.
“Pero conviene prescribir aquí la misma medicina que aplicamos a los demás, porque a la hora de establecer si en cualquier país se tortura no nos guiamos nunca por lo que afirme el gobierno de tal país, sino por lo que dictaminan al respecto los diversos organismos internacionales encargados de ello. Y tales organismos nos dejan en muy mal lugar. Tanto organizaciones oficiales (nada menos que la ONU y la Unión Europea, en sendos informes sobre España) como no gubernamentales (Amnistía Internacional y Human Rights Watch, por ejemplo) arrojan sobre nuestro país una aciaga sombra de sospecha, y lo hacen continuadamente en el tiempo y con independencia del partido en el Gobierno”.
Y sigue reflexionando, atendiendo a nuestra experiencia concreta y, en particular, considerando que el terrorismo nos amenaza y, en su caso, mata:
“¿Por qué la tortura está lejos de hallarse en la agenda política española, siendo como es además un asunto en el que reina el más absoluto consenso en cuanto a su rechazo? ¿Por qué desde fuera los demás lo ven y nos lo dicen, pero desde dentro nosotros somos incapaces asumir siquiera la mera posibilidad de su existencia? Existen varias razones, y ninguna es de poca enjundia. La principal es a mi juicio que la cuestión se identifica espontánea e inevitablemente con la lucha contra el terrorismo etarra. (Y sin embargo)… lo que los informes señalan es que la mayoría de vejaciones y malos tratos se producen en las dependencias de diversas policías municipales, siendo sus víctimas predilectas los inmigrantes, las prostitutas y los desheredados que sobreviven en los márgenes del sistema. Al quedar esa clase de miseria moral que se ceba con los más pobres e indefensos subsumida en el apartado 'tortura', y en cuanto que la tortura la enfocamos desde el prisma del antiterrorismo, la capucha de los verdugos etarras nos vela en buena medida la posibilidad de tomar conciencia, compadecernos y actuar en consecuencia.
Y concluye con una reflexión que ahonda en hasta dónde puede haber penetrado esta quiebra moral:
Pero esa violencia ciega (de ETA) sí puede haberse llevado por delante una parte de nuestra capacidad de afrontar la verdad o, lo que es peor, de nuestra voluntad de querer afrontarla. Ya es hora de asumir que la ONU, la UE y otras instituciones de reconocido prestigio sencillamente no se equivocan… Lo perentorio no es enterrar la cabeza y negar su existencia sino reconocer el mal y establecer mecanismos concretos para tornarlo imposible”.
No es el primero que dice esto, ni mucho menos, pero acierta en los argumentos y en lo inapelable de las fuentes. Sé que es un asunto desagradable su simple mención, pero nos conviene a todos, y en primer lugar, a los servidores de la ley. Pero, ¿cómo es posible que volvamos a olvidar estas denuncias tan sensatas, honestas y fundamentadas? Y un aviso, no desprecien al mensajero porque no tenga un nombre muy conocido. No nos escapemos por ese camino. Si no miramos de frente a los hechos, nunca mejoraremos.