CUIDAOS DE LA DEPRESIÓN
01. LA ANSIEDAD: UNA CONSTANTE DEL SER HUMANO.
La ansiedad, el agobio, la angustia no son cuestiones solamente de nuestro tiempo. Seis veces aparece en el evangelio de hoy la idea, la realidad del desasosiego: no andeis agobiados. Hoy le llamamos depresión.
La angustia, el agobio, la depresión pueden estar provocados por la enfermedad, por el miedo a enfermar, por la vejez, mucho más por la muerte, que siempre nos ronda.
Otras veces, problemas de relaciones humanas afectivas, familiares, laborales causan una gran pesadumbre. El miedo infundido por un pseudo-cristianismo terrorista, nos inocula pavor en el cuerpo y angustia en el alma. A veces una situación difusa de decaimiento, de decepción, quizás de fracaso crea una situación vaga de tristeza y desasosiego.
Jesús pasó por más de una situación de angustia: su posición ante el Templo, su polémica a causa de la ley con los fariseos, su crónico enfrentamiento al poder de los sacerdotes no le tuvieron que resultar cómodos. Ante la muerte que le sobrevenía, se expresó sudando sangre: mi alma está triste hasta la muerte. (Mt 26,38).
También Jesús tuvo sus tentaciones de evasión, de dispersión: pudo haber sido un líder político, quizás un gran eclesiástico del Templo, pero no fue ni lo uno ni lo otro, sino que CONFIÓ en Dios Padre y dedicó, entregó su vida a la causa del Reino de Dios Padre, que no es otro asunto que dar su vida por nosotros, por la humanidad.
El evangelio del Señor es muy valioso también hoy: No andéis “estresados”, no viváis con tanta ansiedad, desazón y angustia. ¡Cuántas veces repite Jesús esta idea, esta actitud!: no perdáis la calma, no tengáis miedo pequeño rebaño.
02. EL ANSIA DE PREVENIR QUITA EL PUESTO A LA CONFIANZA EN LA PROVIDENCIA.
Como los “mejores dictadores”, también nosotros tratamos de vivir y de tener todo “atado y bien atado”: prevenirlo todo. De ahí la ansiedad por el dinero, la comida, los bienes, el vestido, los cargos, la segunda casa, el mejor coche, etc.
Y eso causa ansiedad, AGOBIO, neurosis, una vida compulsiva...
Lo estamos viendo y viviendo todos los días en nosotros mismos y en los demás.
o Poder económico, poder político, poder eclesiástico, escalafones humanos, puestos de trabajo, escalafones curiales, episcopales, parroquias “término”, etc.
En una homilía-discurso del papa Francisco a los cardenales, les decía: no os quedéis deslumbrados por el poder. ¡Qué poco evangélico es denominar a los cardenales que son “príncipes de la Iglesia” ¿O no se han enterado que mi Reino no es de este mundo? (Jn 18,36).
o Neurosis de consumo, de placer sexual, de modas y envidias porque el vecino tiene un coche, unas vacaciones “no sé dónde”.
03. VIVIR CONFIADAMENTE. NO ES LO MISMO SEGURIDAD QUE CONFIANZA.
Hay una palabra, una realidad, que ha caído en desuso, pero que tiene un gran contenido: providencia, confiar en la providencia, descansar en Dios. Nuestras vidas están en sus manos, en su corazón.
No os agobiéis, no os pre – ocupéis: no andéis ya ocupados previamente por el dinero, la comida, los bienes materiales, por tener más. Vivid entregados a lo que Dios quiere.
Y lo primero en la vida no es acumular dinero, sino hacer lo que Dios quiere y lo que Dios quiere es una sociedad, una humanidad en la que nadie tenga que pasar necesidad, ni hambre ni tenga motivos para agobiarse.
La comida y la bebida no son la vida. Los ricos tienen más dinero y más comida, pero no más vida (y nosotros tampoco).
El alimento, el dinero son solamente un medio para vivir, y para vivir un cierto tiempo. Si hago del alimento, del dinero, del consumismo un fin, estos terminan por destruirme por insatisfacción. Es como pretender saciar la sed bebiendo agua del mar. (En los cementerios no hay ni supermercados, ni bancos).
El capitalismo consumista es tocar a vísperas de frustraciones y depresiones.
De todos modos la frustración es valiosa, porque al menos nos indica que nos hemos equivocado totalmente de “dios”.
El poder político y eclesiástico confieren una seguridad bruta a quienes lo ostenten, el dinero otorga ·”alguna” seguridad. Pero la confianza es otra cuestión: es un descanso sereno e infinito. La confianza (cum fides) es poner la fe en Dios. Confiar en Dios a fondo perdido, descansar en Dios, es el acto de libertad existencial más pleno. Cuando confiamos en Dios, estamos viviendo ya un ámbito de paz, que solamente entenderemos al final de los tiempos.
Dietrich Bonhoeffer, pastor y teólogo alemán, allá por 1945, poco tiempo antes de ser ejecutado por los nazis, meditaba y su más profunda actitud cristiana, (lo dejó escrito en una carta a un amigo suyo): la solución al problema de la muerte no es la resurrección, sino la CONFIANZA EN DIOS.
La afirmación es muy densa, tiene un contenido hondo. Para quien se decide por Dios, al final de todo problema está Dios.
Es la actitud de Jesús en la cruz una confianza infinita en el Padre: en tus manos pongo, encomiendo mi vida.
SÓLO DIOS BASTA.
Cuando uno en el fondo de su ser dice, se dice a sí mismo (sin palabras): que sea lo que Dios quiera, porque solo en Ti descansa mi vida, hallamos un descanso y una alegría infinitas.
Yo no descanso en la cuenta corriente, ni en el cargo político, ni en la supuesta seguridad que ofrece el dinero, ni en la patria, ni descanso en la aquiescencia de un obispo o en el cumplimiento de un sistema legal eclesiástico. Tampoco descanso en mi propia autoestima. Descanso en Dios, en la ultimidad absoluta.
San Pablo lo dice con su potente hálito teológico
¿Qué más podemos añadir? Si Dios está con nosotros, ¿Quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, antes bien lo entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo no va a darnos gratuitamente todas las demás cosas juntamente con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios, si Dios es el que salva? ¿Quién será el que condene, si Cristo Jesús ha muerto, más aún, ha resucitado y está a la derecha de Dios intercediendo por nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? ...
Dios, que nos ama, hará que salgamos victoriosos de todas estas pruebas.
Y estoy seguro de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni otras fuerzas sobrenaturales, ni lo presente, ni lo futuro, ni poderes de cualquier clase, ni lo de arriba, ni lo de abajo, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro. (Romanos, 8, 31-39).
NO ANDÉIS AGOBIADOS. NO PERDÁIS LA CALMA