Si Jesús no va en la barca, esto se hunde
- Job: un hombre desconcertado (1ª lectura)
El libro de Job refleja la fe -más que problemática- que Israel tenía en la justicia de Dios a finales del siglo V y comienzos del IV a-C.
En esa época Israel todavía no había llegado a creer en la justicia de Dios en el “más allá” y en el “más acá” las cosas van como van, de todo menos en justicia.
En tiempos de Job Israel no creía en un “más allá”. Dios vivía en el cielo, los vivientes en la tierra y los difuntos quedaban bajo tierra, en el sepulcro, en el seol.
Por otra parte en la época de Job creían que Dios premiaba y castigaba en esta vida con premios y castigos temporales, intrahistóricos, materiales: salud, familia, tierras, ganados, riquezas y bienes temporales, etc. El justo tenía salud, familia, bienes abundantes, etc… el injusto recibía la retribución de su pecado: enfermedades, desgracias, etc.
Es cierto que algunos salmos intuyen que Dios no dejará nuestra vida en la muerte. Me tomarás y no dejarás mi vida en el seol, en la muerte…, (Salmo 16).
Yo siempre estaré contigo (salmo 73).
En este contexto se sitúa la vida de Job.
Job es un hombre justo por lo que Dios le premia con bienes: familia, amigos, salud, tierras, cosechas abundantes.
Pero entra en escena el diablo (la serpiente como en el Génesis) y le dice a Dios: tiéntale y verás cómo peca; entonces caerá en desgracia.
Job siguió siendo hombre honrado y justo, sin embargo cae enfermo con una lepra: una llaga maligna desde la planta de los pies hasta la coronilla, que le obliga a abandonar la familia, la convivencia, los bienes. Job pasa a ser un marginado, un maldito.
Job entonces se queda perplejo y desconcertado. Su fe -la fe tradicional de Israel- entra en crisis, porque si “más allá” de esta vida no hay nada, no hay justicia y Dios premia a los justos en esta vida y castiga a los injustos también en esta vida. Yo no he pecado, ¿por qué me castiga Dios con esta lepra -llaga- con su consiguiente marginación?
Entran en escena tres amigos de Job: Elifaz, Bildad y Sofar, que le recuerdan y repiten a Job la doctrina tradicional y ortodoxa y le dicen: si tú, Job, tenías salud y familia, bienes abundantes, era porque eras justo y Dios te premiaba, pero -por el contrario- si ahora estás en la miseria, enfermo y en la marginación, es porque has pecado…
Los amigos de Job son los de siempre, los “del partido”, los de la Curia, que repiten miméticamente lo tradicional, pero no piensan ni ayudan.
Al final del libro de Job, Dios recrimina a los amigos de Job: Elifaz y Temar: estoy irritado contra vosotros, porque no habéis hablado bien de mí como ha hecho Job, (Job 42, 7).
Job -naturalmente- se rebela: Yo no he pecado y Dios me castiga injustamente. Si no hay justicia ni en este mundo ni en el otro, ¿qué raza de justicia es la de este Dios?
Así llegamos al momento más profundo del libro de Job.
Job maldice el día en que nació:
¡Maldito el día en que nací!
Maldita sea la noche en que fui concebido.
Que ese día se vuelva oscuridad.
Job 3,1
Entonces Job emplaza a Dios a un “careo” por aquello de que, “si Dios existe nos debe una explicación”…
Dios acude “desde la tormenta” al encuentro (Job 38,1) y habla con Job remontándose majestuosamente al origen del universo. (Es el párrafo del libro de Job que hemos escuchado hoy).
¿Dónde estabas tú cuando creé y afiancé la tierra? (Job 38,4)
Es como decirle a Job ¿Qué sabes tú de la vida, del origen y del futuro absoluto? ¿Quién eres tú para encararme a mí?
Finalmente Job se humilla y responde al Señor:
He hablado yo insensatamente de maravillas que me superan y que ignoro. Te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos. Por eso me retracto y me arrepiento cubierto de polvo y ceniza, (Job 42,3)
Y ya, Dios devuelve a Job la salud y los bienes.
Pero el problema de la justicia de Dios queda sin resolver, entra en punto muerto.
Habrá que esperar y recorrer otros caminos como la oración de los salmos, las guerras de los Macabeos, la fe de los profetas para llegar a una fe en la justicia de Dios y en la resurrección. Pero eso es ya otra cuestión que requerirá otros recorridos.
- La vida y la muerte son una tempestad
El Evangelio de hoy refleja a la barca, la Iglesia, en medio de la tempestad del lago.
Cuatro veces aparece el simbolismo de la barca y la tempestad en el lago (Mt 14,22-36; 16, 5-12; Mc 4,36; 6,46). Son relatos eclesiales, de dificultades en la Iglesia naciente y de todo momento histórico de la Iglesia.
En la vida atravesamos por muchas tormentas y tempestades.
La Iglesia, las diócesis, etc. han de atravesar singladuras tempestuosas.
Los seres humanos también pasamos por tormentas de todo tipo. La mayor tempestad probablemente es la muerte que nos acecha.
Como a Job también a nosotros nos embarga la incertidumbre ante Dios, ante la justicia, ante el futuro absoluto, etc.
Y también como a Job Dios nos habla a nosotros desde la tormenta de la vida. JesuCristo nos habla “dormido” en la barca en pleno huracán en el mar de la vida. Tormentas en la vida.
- tenían miedo.
Aquellos discípulos, primeros cristianos, tenían miedo -estaban espantados- quizás ante la persecución, quizás las ansias de poder de algunos de ellos, la cuestión es que “aquello” se hundía.
Es normal sentir miedo cuando uno va en una barca que se hunde o cuando nos hundimos moral o físicamente en la vida.
La vida está llena de tempestades, crisis, enfermedades, problemas, muerte…
Jesús navega tranquilo y dormido en aquella barca que se iba a pique, porque cree en Dios.
Jesús asocia el miedo a la falta de fe (confianza).
Quien confía no teme y quien teme, no confía. Job también terminará humillado y descansando en Dios.
En nuestras tempestades personales y eclesiales confiemos en que Cristo va en nuestra vida, en nuestra barca. Confiemos no en los amigos de Job, la ultraortodoxia, sino seamos humildes como Job.
Cuando Jesús está presente en la barca -aunque sea dormido-, el viento cesa y torna la calma.
- Cuando Cristo no está, esto se hunde.
Cuando Cristo no está en nuestra vida o en la Iglesia, en la barca, esto se hunde, como la iglesia, la barca inicial, como Job. Cuando Cristo está en nuestra vida y en la Iglesia entendemos la vida, nos acercamos al misterio de Dios.
Cristo calma nuestra existencia, nuestra angustia, nuestras tempestades. Cristo calmará las tempestades y luchas en el seno de la Iglesia.
Si Cristo estuviera en nuestra Iglesia viviríamos lo que hemos escuchado en el Evangelio: El viento cesó y vino una gran calma.