VIVIR DEFINITIVAMENTE FELICES



01. UNA MUCHEDUMBRE INMENSA: LA HUMANIDAD.
En un lenguaje enigmático, solemne -y con la caja de los truenos preparada-, la apocalíptica (1ª lectura) nos habla de una muchedumbre inmensa, es decir de toda la humanidad significada con ese número simbólico de 144.000 (12 tribus x 12), que va llegando a la casa del Padre pasando por la gran tribulación de la vida.
Todos –toda la humanidad- estamos marcados en la frente por nuestro Dios: todos estamos destinados a la vida, a la salvación.
La fiesta de hoy, Todos los Santos, es la misma que la de mañana: Todos los difuntos. Son como dos caras de la misma moneda. Toda la humanidad está sellada y llamada a la vida.
La memoria de los santos, que son nuestros mayores, nuestros difuntos, la memoria de JesuCristo nos hace bien, nos reconcilia. La Comunión de los Santos: una especie de memoria, de solidaridad y “circularidad” entre los que se fueron y los que quedamos. Ellos se acuerdan de nosotros y de un modo más amable. Ellos oran por nosotros.

02. HACIA TI MORADA SANTA: HACIA LA VIDA ETERNA:

Todos los Santos es fiesta de gran esperanza, porque nos anuncia nuestro futuro, el futuro absoluto. Hacia Ti, morada santa, cantamos.
Creemos -fe- en la vida eterna, que no es lo mismo que una vida “indefinida”, sin fin. No es lo mismo vida “sin fin” que vida plena, definitiva. No es lo mismo amontonar años o tiempo que la vida plena de JesuCristo.
El papa Benedicto se preguntaba y nos preguntaba en el comienzo de su encíclica: Spe Salvi ¿DE VERDAD QUEREMOS VIVIR ETERNAMENTE?
Muchas personas rechazan hoy la fe simplemente porque la vida eterna no les parece algo deseable. En modo alguno quieren vida eterna, sino la presente y, para esto, la fe en la vida eterna les parece más bien un obstáculo.
Seguir viviendo para siempre -sin fin- parece más una condena que un don.
Queremos vivir sin fin, (¿), pero vivir siempre, sin un término, sólo sería a fin de cuentas aburrido y al final insoportable.

Decía San Ambrosio que la inmortalidad es más una carga que un bien, si no entra en juego la gracia. No debemos deplorar la muerte, ya que es causa de salvación. (San Ambrosio).


La eliminación de la muerte o su aplazamiento ilimitado crearían una situación imposible y no comportaría beneficio alguno para el individuo mismo ni para la humanidad.
Pero vivimos como una contradicción, un contraste interior en nuestra propia existencia:
o Por una parte, no queremos morir, los que nos aman, sobre todo, no quieren que muramos.
o Por otra parte, sin embargo, tampoco deseamos seguir existiendo ilimitadamente y mucho menos queremos seguir existiendo como vivimos en este estado de cosas, (más de lo mismo, no).
o Tampoco la tierra ha sido creada con esta perspectiva de una vida indefinida. La Tierra y el universo (o pluriversos) terminarán simplemente por las leyes cósmicas.




03. ¿QUÉ VIDA QUEREMOS?

Entonces ¿qué es lo que realmente queremos? La pregunta de fondo que está tras esta cuestión es: ¿Y qué es realmente vida? ¿Qué significa “eternidad”? En el fondo lo que deseamos es felicidad, libertad, paz, amor, serenidad, una vida bienaventurada, feliz. En el fondo queremos la felicidad.
Un poco por educación y otro poco porque desconocemos completamente cómo son estas cosas, nos imaginamos que el cielo es como “Disneylandia” o como “la casa de la pradera”. Pero la vida definitiva no es eso. El cielo no es un lugar, decía el mismo papa Benedicto, sino un estado, una situación, personal y comunitaria”.
“El cristianismo no anuncia sólo una salvación cualquiera del alma en un impreciso más allá, en el cual todo aquello que en este mundo nos ha sido precioso y querido será cancelado, sino que promete la vida eterna” (Benedicto XVI)

Además tenemos la experiencia de que la vida feliz, la vida definitiva no es ésta. Solemos decir que “esto no es vida”. Tenemos una sabia ignorancia de lo que es la vida. Tenemos una nostalgia profunda de vida definitiva.
La vida definitiva es esta que tenemos “entre manos” pero vivida desde JesuCristo: He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Todo el evangelio de San Juan está lleno de alusiones a la vida: Yo soy el pan de vida, el agua de vida, Yo soy la Resurrección y la vida, etc.
La eternidad no es una continua sucesión de días en el calendario, sino el momento pleno de satisfacción y plenitud en el que Dios y la humanidad nos abraza y nosotros abrazamos a Dios y a la humanidad.
La vida eterna es bienaventuranza.
Bienaventurados
La eternidad es el momento de sumergirnos en el océano de amor infinito en el cual el tempo -el antes y el después ya no existe-.
Este momento es la vida eterna.
No sabemos más, vivimos en una docta ignorantia, una sabia ignorancia.
Confiamos en Cristo, nos fiamos de Él. Sé de quién me he fiado.




04. ESPERANZA

El ser humano nunca ha sabido tanto de sus orígenes y tan poco de su destino.
Entre el Génesis, Darwin y los bing-bang del origen, sabemos, más o menos, de dónde venimos, pero estamos escasos de horizontes y de futuro absoluto. ¿Hacia dónde vamos?
Por otra parte, la postmodernidad científico-nihilista en la que vivimos tan llena de adelantos y progresos, va de victoria en victoria hasta la derrota final. Vivimos en el club de los proyectos vivos y las esperanzas muertas.
Sin embargo el ser humano es una sed infinita, una esperanza de plenitud, aunque tal plenitud no está en nuestras manos. Pero la sed nos habla del agua, el hambre nos habla de algún alimento.
¿La esperanza infinita no nos estará hablando de Dios?

Sin embargo la esperanza tiene poca, más bien nula, presencia en grandes sectores de la sociedad, de la vida cultural, de la vida política, incluso de la vida eclesiástica.
El animal puede seguir caminando a oscuras, hacia el muro infranqueable o hacia el abismo. El hombre se resiste a caminar si no presiente uno puerta abierta al futuro» (Teilhard de Chardin).
Es sano vivir en la frontera: nada está cerrado ni tan siquiera por la muerte. Miremos la vida con esperanza y ojos de plenitud.
La esperanza es el keroseno que nos lanza siempre hacia adelante.
Esperemos en lo más hondo de nuestro ser y sembremos esperanza en la medida que podamos.
El cristianismo es una esperanza infinita en la misericordia de Dios.
Nuestro corazón está inquieto y solamente descansará cuando te encuentre, decía san Agustín.


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