Más que funcionarios necesitamos profetas

SINAGOGA

Dos aspectos presiden la Palabra de este domingo:

  1. La dimensión humana de Jesús: Encarnación.
  2. Jesús como profeta: el profetismo en la vida de las comunidades cristiana

  1. Dimensión humana de Jesús

Las lecturas de hoy, especialmente la del evangelio, son una meditación sobre la dimensión humana de Jesús.

        La pregunta sobre quién era Jesús es frecuente en los evangelios, especialmente en el de Marcos. ¿Quién es éste? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven aquí con nosotros?"

Muchas personas pensamos que Jesús fue una especie de extraterrestre, algo así como un "niño prodigio" que vino a este mundo de manera casi “mágica”, entró en nuestra historia, pero en realidad lo humano y terrestre de Jesús tenía poco o ningún interés.

Pero JesuCristo no fue un "ovni" o un extraterrestre aterrizado de los cielos, del olimpo de los dioses., Jesús fue hombre, ser humano como nosotros. Jesús crecía entre nosotros en sabiduría, gracia…

Por eso, los treinta años de “vida oculta” de Jesús, la historia humana de Jesús no fue un pasar el tiempo, esperando lo realmente importante, que era su predicación, muerte, resurrección y la marcha de este mundo.

Esta visión de un Jesús celeste malamente podría ser  de la religión y filosofía griegas, pero no es una lectura cristiana de Jesús.

La imagen de  un Mesías celeste, angelical, puramente divino estuvo presente ya entre las primeras desviaciones del pensamiento cristiano. Se llamaba el gnosticismo: es algo que se dio especialmente en algunos cristianos de las comunidades de S Juan. Si Jesús era Dios, no podía ser hombre. Los dioses están con los dioses en el cielo, en el olimpo. Jesús tenía apariencia humana, pero no era humano.

Por esto el NT subraya la dimensión humana de Cristo: el Verbo se hizo carne (Juan 1). No se hizo ángel o un ser celeste, sino hombre. 

Los paisanos de Jesús -lógicamente y por contraposición- le ven como el hijo del carpintero, el hijo de  María, hermano de sus hermanos y hermanas. Pero muchos de los parientes de Jesús no llegarán a ver en Jesús la expresión de Dios, el logos, el hijo de Dios.

Siempre la cuestión es ver en la materialidad de las personas y de la vida “algo más”: transcendencia, transfiguración…

        En el hijo del carpintero podemos ver a Cristo y lo que él significa. El hijo de Dios es el hijo del carpintero.

        Y a Jesús, a Dios, le vemos en el pobre, en el marginado, en los más débiles y sencillos de la vida.

  1. Hubo un profeta

En la lectura de Ezequiel nos dice que: el pueblo rebelde sabrá que hubo un profeta. Al mismo en el evangelio Jesús dice que es despreciado como profeta por su propio pueblo.

Profeta no es el que adivina el futuro: ese es un mago o vidente o agorero. Profeta es la persona lúcida y libre que sabe leer los acontecimientos de la historia desde la profundidad de la razón y de la fe. Profeta es el que hace de contrapunto del pueblo.

Cuando el pueblo se aleja de Dios, de la verdad, el profeta es el que le recrimina y le llama a la conversión. Por contra: cuando el pueblo se siente hundido, abandonado en el destierro, en la calamidad, el profeta es el que anima al pueblo... El profeta es el que anuncia y denuncia:denuncia las miserias, el pecado y anuncia un porvenir, un futuro mejor.

Por esto generalmente el profeta no está bien visto por el poder, por la jerarquía. El profeta siempre es incómodo, porque a las instituciones, a los sistemas y estructuras de poder les molesta mucho que les critiquen sus defectos y corrupciones. A todos nos gusta escuchar únicamente alabanzas y que nos rían “las gracias”. Por ello generalmente los profetas son perseguidos, aniquilados. Desde Juan Bautista, al que le cortaron la cabeza, hasta Oscar Romero, al que le dieron un tiro y sobre todo Cristo, al que el mundo religioso y político llevó también a la muerte en cruz, los profetas han sido y son marginados y eliminados.

  1. Profetismo en la Iglesia.

Entre los muchos servicios y ministerios que se dieron en la Iglesia naciente: maestros, doctores, misioneros, incluso mujeres diaconisas, etc., hubo profetas.

En las comunidades nacientes del NT, había profetas, pero pronto desaparecieron, porque los auténticos profetas son siempre incómodos.

Los profetas son incómodos pero necesarios.

Es abusivo y falso pensar que Dios habla y actúa únicamente por voz de la jerarquía, del poder y de los funcionarios. Dios también habla a su pueblo y a la humanidad por voz de los profetas.

Es importante que no olvidemos el profetismo en la Iglesia. Dios siempre promueve profetas en la historia y en su Iglesia.

¿Qué duda cabe de que Mons Oscar Romero y Helder Cámara fueron profetas en el continente sur de América?  S Francisco de Asís, algunos misioneros en África han sido auténticos profetas, como lo fueron aquellos jesuitas de los ss XVII y XVIII en las misiones de los guaraníes en el Paraguay.  Ignacio Ellacuría y los compañeros mártires fueron profetas mártires en el Salvador (1989). Juan XXIII tuvo aquel gesto profético de convocar el concilio frente a una iglesia axfisiada por la ley y los funcionarios curiales. Lo mismo Pablo VI, hombre profundamente religioso, respetuoso y profético que pacientemente -aún con sus dudas-  llevó adelante e introdujo el Vaticano II en las venas de las comunidades cristianas. El P Arrupe fue también profeta que vertió la  Compañía de Jesús a los moldes de la teología de la Liberación por lo que no fue bien tratado por la jerarquía.

Qué duda cabe que aquel grupo de excelentes teólogos del Vaticano II fue un grupo profético: recordemos entre otros muchos a Rahner y a Häring, padres de la teología y de la moral modernas

Nos hace bien que el profetismo siga vigente en las comunidades cristianas. Y es necesario que siga existiendo. Los servicios y ministerios en la Iglesia no se pueden reducir a un funcionariado... ¡No apaguéis el espíritu!  (1Tes 5,19-20)  dice San Pablo.

La sinodalidad en la que está inmersa la Iglesia desde hace algún tiempo, no puede quedarse reducida a “permitir y / o prohibir” algunos aspectos de tipo disciplinar-eclesiástico moral: el celibato, la homosexualidad, divorcios, liturgias, etc.

Si la sinodalidad no camina por cauces proféticos audaces no hará que el evangelio se abra a la “nueva gentilidad” postmoderna de nuestro tiempo,  como San Pablo llevó la buena nueva a la gentilidad de la cultura grecorromana.

Nos hacen falta profetas que vean y piensen la situación y los problemas de las comunidades cristianas y de la sociedad actual. Repetir y repetir no evangeliza. Hace falta lucidez, aliento vital, audacia profética para servir y ayudar a las comunidades cristianas.

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