El sueño inspirador de Robert Müller, posible, quizá Mi Patria es la Tierra: una utopía prometedora
"Ninguna sociedad, nos lo aseguran los antropólogos y sociólogos, vive sin tener una utopía, es decir, una idea fuerza, un sueño inspirador que dé sentido a la vida de las personas, a la sociedad y a la historia"
"El sueño utópico nunca muere, pues el principio esperanza (Ernst Bloch), estar siempre en camino, pertenece a la esencia del ser humano"
"Se han propuesto dos utopías viables, la de la Carta de la Tierra (2000) y la del Papa Francisco con su ecología integral, “Cómo cuidar de la Casa Común” (2015)"
"Quiero presentar la utopía radical de Robert Müller, alto funcionario de la ONU durante 40 años y primer rector de la Universidad de la Paz en Costa Rica. Ella nos remite a la utopía bíblica 'del nuevo cielo y la nueva Tierra'"
"Se han propuesto dos utopías viables, la de la Carta de la Tierra (2000) y la del Papa Francisco con su ecología integral, “Cómo cuidar de la Casa Común” (2015)"
"Quiero presentar la utopía radical de Robert Müller, alto funcionario de la ONU durante 40 años y primer rector de la Universidad de la Paz en Costa Rica. Ella nos remite a la utopía bíblica 'del nuevo cielo y la nueva Tierra'"
Vivimos hoy tiempos distópicos, carentes de inspiraciones utópicas. Las grandes utopías del pasado no cumplieron sus promesas: el iluminismo, dar instrucción a todo el mundo; el capitalismo, todos pueden hacerse ricos; el socialismo, la igualdad entre todos; el comunismo, una sociedad sin clases; la posmodernidad, no hay narrativas universales, cada cual escoge la suya. El hecho es que ninguna sociedad, nos lo aseguran los antropólogos y sociólogos, vive sin tener una utopía, es decir, una idea fuerza, un sueño inspirador que dé sentido a la vida de las personas, a la sociedad y a la historia.
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Bien decía el escritor irlandés Oscar Wilde: “Un mapa del mundo que no incluya la utopía no es digno de ser mirado, pues ignora el único territorio en el que la humanidad siempre atraca, partiendo enseguida hacia una tierra aún mejor”.
Pero el sueño utópico nunca muere, pues el principio esperanza (Ernst Bloch), estar siempre en camino, pertenece a la esencia del ser humano. Es completo pero imperfecto, pues busca siempre mejorar su humanidad. Tiene mucho de verdad la utopía, propuesta ya en la década de 1930, de Pierre Teilhard de Chardin: la irrupción en un futuro de la noosfera, en la cual el corazón y la mente de la humanidad llegarían a una feliz convergencia. También la utopía que circula en las bases: “el alma no tiene frontera, ninguna vida es extranjera”. O esta otra que puso en circulación la tv: “mi patria es la Tierra”, utopía verdadera.
Se han propuesto dos utopías viables, la de la Carta de la Tierra (2000) con su ética del cuidado hacia todos los seres y la del Papa Francisco con su ecología integral, “Cómo cuidar de la Casa Común” (2015), en la cual afirma la relación de todos con todos, “con el sol y la luna, con el cedro y el gorrión” (n.86) y la de la “fraternidad universal” entre los humanos y con todos los seres de la naturaleza (Fratelli tutti, 2015) por cuanto todos han sido generados por la Madre Tierra y tienen el mismo código genético de base.
Quiero presentar la utopía radical de Robert Müller, alto funcionario de la ONU durante 40 años y primer rector de la Universidad de la Paz en Costa Rica. Ella nos remite a la utopía bíblica “del nuevo cielo y la nueva Tierra”. Proyectó un Nuevo Génesis (cf. O nascimento de uma civilização global, Aquarius, São Paulo 1993 p,170-171):
«Y Dios vio que todas las naciones de la Tierra, negras y blancas, pobres y ricas, del Norte y del Sur, de Oriente y de Occidente, de todos los credos, enviaban sus emisarios a un gran edificio de cristal a orillas del río del Sol Naciente, en la isla de Manhattan, para estudiar juntos, pensar juntos y juntos cuidar del mundo y de todos sus pueblos. Y dijo Dios: “Esto es bueno”. Y ese fue el primer día de la Nueva Era de la Tierra.
Y Dios vio que los soldados de la paz separaban a los combatientes de las naciones en guerra, que las diferencias se resolvían mediante la negociación y el raciocinio y no por las armas, y que los líderes de las naciones se encontraban, intercambiaban ideas y unían sus corazones, sus mentes, sus almas y sus fuerzas para beneficio de toda la humanidad. Y dijo Dios: “Esto es bueno”. Y ese fue el segundo día del Planeta de la Paz.
Y Dios vio que los seres humanos amaban a la totalidad de la Creación, a las estrellas y el sol, el día y la noche, el aire y los océanos, la tierra y las aguas, los peces y las aves, las flores y las plantas y a todos sus hermanas y hermanos humanos. Y dijo Dios: “Esto es bueno”. Y ese fue el tercer día del Planeta de la Felicidad.
Y Dios vio que los seres humanos eliminaban el hambre, la enfermedad, la ignorancia y el sufrimiento en toda la Tierra, proporcionando a cada persona humana una vida decente, consciente y feliz, controlando la avidez, la fuerza y la riqueza de unos pocos. Y dijo Dios: “Esto es bueno”. Y ese fue el cuarto día del Planeta de la Justicia.
Y Dios vio que los seres humanos vivían en armonía con su planeta y en paz con los demás, gestionando sus recursos con sabiduría, evitando el desperdicio, frenando los excesos, sustituyendo el odio por el amor, la avaricia por el darse por contento, la arrogancia por la humildad, la división por la cooperación y la sospecha por la comprensión. Y dijo Dios: “Esto es bueno”, y ese fue el quinto día del Planeta de Oro.
Y Dios vio que las naciones destruían sus armas, sus bombas, sus misiles, sus barcos y aviones de guerra, desactivando sus bases y desmovilizando sus ejércitos, manteniendo sólo una policía de la paz para proteger a los buenos de los malos y a los normales de los enfermos mentales. Y dijo Dios: “Esto es bueno”. Y ese fue el sexto día del Planeta de la Razón.
Y Dios vio que los seres humanos restauraban a Dios y a la persona humana como su Alfa y Omega, reduciendo instituciones, creencias, políticas, gobiernos y demás entidades humanas a simples servidores de Dios y de los pueblos. Y Dios los vio adoptar como ley suprema aquella que dice: “Amarás al Dios del Universo con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Amarás a tu bello y milagroso planeta y lo tratarás con infinito cuidado. Amarás a tus hermanas y hermanos humanos como te amas a ti mismo. No hay mandamientos mayores que éstos”. Y dijo Dios: “Esto es bueno”. Y ese fue el séptimo día del Planeta de Dios».
Si en la puerta del infierno de la Divina Comedia de Dante Alighieri estaba escrito: “Abandonad toda esperanza, los que aquí entráis”, en la puerta del Nuevo Génesis del mundo planetizadoestará escritoen todas las lenguas de la Tierra: “No abandonéis jamás la esperanza, los que entráis aquí”.
No estoy seguro de que este sueño de Robert Müller sea, por ahora, viable, dado el tipo de seres humanos en que nos hemos convertido. Pero reiventando al ser humano –y este es nuestro reto si queremos sobrevivir– este sueño podrá hacerse realidad.
Porque nunca nos cansaremos de soñar que, un día, podremos vivenciar esta prometedora utopía viable: Mi patria es la Tierra.
*Leonardo Boff ha escrito El doloroso parto de la Madre Tierra, Vozes 2021
Traducción de Mªjosé Gavito Milano