Formulación negativa del primer mandamiento

El primer mandamiento de la ley de Dios, como nos recuerdan los catecismos católicos y luteranos, es: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”. La fórmula proviene de san Agustín, aunque tiene un buen fundamento bíblico: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6,5). Aunque no sea cosa muy conocida, lo cierto es que la primera formulación de este primer mandamiento fue negativa: “No tendrás otros dioses fuera de mi” (Ex 20,3; Dt 5,7).


El interés de esta formulación negativa está en lo concreto que resulta. En positivo es difícil decir en qué consiste exactamente amar a Dios, de la misma forma que es imposible decir exactamente quién es Dios. Dios es el innombrable, del que no es posible hacerse imagen alguna. Como decía Tomás de Aquino conocemos a Dios como a un desconocido. De Dios sabemos más lo que no es que lo que es. En continuación con esta idea, ¿cabe decir que amar a Dios es, en primer lugar, saber lo que no hay que amar?


Amar a Dios significa sentirse insatisfecho con lo que uno es y tiene. Cuando uno está satisfecho con lo que tiene, ya no desea otra cosa. En lo que le satisface pone todo su amor. Si con lo que hay en este mundo ya nos sentimos colmados, si en este mundo encontramos una respuesta suficiente para todas nuestras preguntas y anhelos, no necesitamos para nada a Dios.


En negativo, amar a Dios es algo muy concreto: “no tendrás otros dioses fuera de mi”. O sea, para amar a Dios hay que comenzar por desprenderse de los ídolos (dinero, poder, nación, bandera, prestigio). Pues hay amores que son incompatibles: “no podéis servir a Dios y al dinero”.  Y, aunque, no amar al uno no implica automáticamente amar al otro, sí que amar al uno exige no amar al otro.


Si los dioses y señores de la tierra no me satisfacen (Salmo 16) ni me salvan de la angustia y, por eso, no pongo en ellos mi corazón, entonces mi corazón puede abrirse a otras perspectivas que le satisfagan y está preparado para poder amar a Dios, el único que puede llenar el corazón humano.

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