¿Tregua olímpica? ¡Fin de las guerras!

El Papa está pidiendo una tregua con motivo de los Juegos Olímpicos. Bueno sería que la hubiera, aunque vistas las cosas evangélicamente la tregua sería un bien menor, pues el ideal es el cese total de las hostilidades, el fin de las guerras.

El Papa está pidiendo una tregua con motivo de los Juegos Olímpicos. O sea, que se paren las hostilidades durante unos días. Es evidente que no hay tregua y que nunca ha habido voluntad de tregua. Con todo, bueno sería que la hubiera, aunque vistas las cosas evangélicamente la tregua sería un bien menor, pues el ideal es el cese total de las hostilidades, el fin de las guerras. Porque no hay nada que pueda justificarlas.

Cierto, Tomás de Aquino, tras afirmar que la guerra es un pecado contra la caridad, se refiere a las condiciones que legitimarían una guerra defensiva. Hay que tener en cuenta el contexto social en el que los autores medievales hacían este tipo de reflexiones, pues entonces no existían las armas de destrucción masiva de las que hoy disponemos, y las guerras no tenían las enormes repercusiones que hoy tienen sobre las personas que no participan directamente en ellas. No es extraño, pues, que las modernas posiciones del Magisterio de la Iglesia van en línea de una prohibición absoluta de la guerra. Pablo VI afirmó que, en el Evangelio, se encuentran “los cánones de una Paz, que podríamos llamar renunciataria”. Juan Pablo II dijo que “los riesgos espantosos de las armas de destrucción masiva deben conducir a la elaboración de procesos de cooperación y de desarme que hagan la guerra prácticamente inconcebible”. Más aún, nuestra meta, dijo, es “hacer de la paz un imperativo absoluto”.

Por su parte, el Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, califica la guerra de respuesta falsa que no resuelve los problemas que pretende superar. Constata, con una expresión que ha repetido en distintas ocasiones, que la guerra no es algo del pasado. Más bien estamos ante “una guerra mundial a pedazos”, pues lo que ocurre en un lugar del planeta, afecta a todo el planeta y puede desencadenar una cadena de violencia. Añade que, si en otros tiempos la guerra defensiva pudo considerarse justificada, siempre que se cumplieran determinadas condiciones morales, hoy la guerra resulta totalmente injustificable, entre otros motivos porque la capacidad de destrucción es tal que escapa a nuestro control y afecta a muchas personas inocentes. Los riesgos de la guerra siempre serán superiores a la hipotética utilidad que se le atribuya.

Francisco invita a mirar la realidad de la guerra con los ojos de las víctimas inocentes y a escuchar sus relatos con el corazón abierto. Propone la eliminación total de las armas nucleares y a que, con el dinero que se usa en armas y otros gastos militares, se constituya un fondo mundial para acabar con el hambre y para el desarrollo de los países más pobres, de tal modo que sus habitantes no acudan a soluciones violentas o engañosas ni necesiten abandonar sus países para buscar una vida más digna.

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