Ver, amar, actuar

Solo desde una simpatía inicial es posible valorar adecuadamente a una persona. Por eso, si juicio hay, este juicio debe estar movido por el amor.

El trinomio “ver, juzgar, actuar” surgió como una metodología pastoral, en el seno de la Juventud Obrera Cristiana (movimiento fundado por el Cardenal Joseph Cardijn en Bélgica), para llevar a la práctica los grandes principios de la doctrina social de la Iglesia y superar la separación entre fe y vida. Esta trilogía fue asumida por Juan XXIII en su encíclica Mater et Magistra: para llevar a la práctica la doctrina social de la Iglesia, decía el Papa, se requiere, en primer lugar, un examen completo del verdadero estado de la situación; segunda, valoración exacta de esta situación a la luz de los principios, y tercera, determinación de lo posible o de lo obligatorio para aplicar los principios de acuerdo con las circunstancias de tiempo y lugar. Son tres fases de un mismo proceso que suelen expresarse con estos tres verbos: ver, juzgar y obrar.

Antes la iglesia solía decir: ver, juzgar y actuar. Creo que el camino hoy sería: ver, amar y actuar. Cierto: juzgar, en el sentido no de condenar, sino de valorar las cosas, es inevitable. Cuando vemos algo que nos llama la atención, espontáneamente hacemos una serie de consideraciones sobre lo que vemos (es bello, es feo, parece bueno, parece falso) y, por tanto, estamos juzgando. Pero cuando estas consideraciones las hacemos sobre una persona, sería bueno que el amor las modulase. Solo desde una simpatía inicial es posible valorar adecuadamente a una persona. Por eso, si juicio hay, este juicio debe estar movido por el amor. De entrada, la tentación es condenar; pero antes conviene preguntarse si no hay elementos desconocidos que, de conocerlos, nos moverían no a condenar, sino a comprender.

El Papa actual, en alguna ocasión, ha puesto en guardia contra la murmuración, o sea, contra la tendencia a hablar de forma desfavorable contra una persona que no está presente. Con eso no ayudamos al ausente ni logramos corregirle. Para corregir hay que tener la honradez de mirarse primero a sí mismo y reconocer los propios defectos y pecados; luego hay que tener el valor de mirar al otro cara a cara, de escucharle primero, de preguntarle después, y si hay que corregirlo hacerlo con palabras de comprensión y de bondad. Es posible que el que murmura diga la verdad (porque si no dice la verdad está calumniando y dañando gratuita y gravemente a otro), pero se la dice a quién no debe, cuando no es oportuno y de malos modos.

En una de sus homilías, el Papa Francisco dijo que hay quién intenta justificar las críticas y maledicencias contra el hermano, diciendo: “se lo merece”. A estas personas el Papa dirigió una invitación precisa: “ve y reza por él. Ve y haz penitencia por ella. Y después, si es necesario, habla a esa persona que puede remediar el problema. Pero no se lo digas a todos”.

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