El mal humor no es signo de santidad

Recuerdo que mi padre nos decía alguna vez: “un santo triste es un triste santo”. Evidentemente la frase no es de mi padre, sino de Teresa de Ávila. El reciente escrito del Papa sobre la santidad me ha hecho recordar este detalle familiar. Ya hice notar, en el post que dediqué a presentar la exhortación del Papa, que en casi todos sus escritos aparece, incluso en el mismo título, la palabra “alegría”. Basta recordar su primer gran texto: “la alegría del evangelio”. Ahora, la exhortación apostólica sobre la santidad comienza con estas palabras de Jesús a los que son perseguidos o humillados por su causa: “alegraos y regocijaos”. Precisamente, aquellos a quienes Jesús dirige estas palabras parece que sólo tienen motivos para estar tristes y angustiados. Pues bien, en el seguimiento de Cristo, cualquier circunstancia es adecuada para vivir con agradecimiento y alegría, ya que el amor que nos une a él, es más fuerte que todo lo demás. Y el amor es fuente de alegría.


En este contexto el Papa ha tenido el acierto de notar que una de las características de la santidad es la “alegría y el sentido del humor”. Pues la santidad no concuerda bien con “un espíritu apocado, tristón, agriado, melancólico o un bajo perfil sin energía”. El santo siempre tiene un espíritu positivo y esperanzado. Hay momentos duros de cruz, reconoce el Papa, pero nada puede destruir la alegría del Espíritu Santo que se traduce en seguridad interior y serenidad esperanza “que brinda una satisfacción espiritual incomprensible para los parámetros mundanos”.


El mal humor no es signo de santidad, dice explícitamente Francisco. Es tanto lo que recibimos del Señor para que lo disfrutemos, “que a veces la tristeza tiene que ver con la ingratitud, con estar tan encerrado en sí mismo que uno se vuelve incapaz de reconocer los regalos de Dios”. Conviene aclarar que esta alegría propia de la santidad es distinta “de la alegría consumista e individualista tan presente en algunas experiencias culturales de hoy. Porque el consumismo solo empacha el corazón; puede brindar placeres ocasionales y pasajeros, pero no gozo”. Es buena esta distinción entre placer y gozo. El placer todo lo centra en uno mismo. El gozo nos abre al bien de los demás, es la alegría que produce el buscar el bien de los otros. La vida cristiana no siempre es placentera, pero siempre es gozosa.

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