Todo es política y no toda es buena
Todos hacemos política. Porque nuestras acciones tienen repercusiones en los demás, para bien o para mal.
La política es algo muy importante y laudable, si por política entendemos el cuidado de la ciudad y la preocupación por el bienestar de los ciudadanos. Aunque, a veces, no seamos conscientes, todos hacemos política. Porque nuestras acciones tienen repercusiones en los demás, para bien o para mal. Incluso el que dice que no hace política, la está haciendo, porque su “no hacer” también tiene repercusiones y consecuencias. Cierto, la palabra tiene un sentido más estricto cuando se reserva a la labor que hacen los responsables máximos de la organización de las ciudades y de los estados. A estas personas se las denomina “los políticos”.
Toda sociedad necesita organizarse. Y la organización requiere personas responsables que orienten, dirijan y tomen decisiones. Hoy la palabra política está desprestigiada, a causa de los errores, la corrupción, la ineficiencia de algunos políticos. No es menos cierto, como reconoce el Papa (Fratelli tutti, 176) que el mundo no puede funcionar sin política, que no puede haber fraternidad universal y paz social sin una buena política. Eso sí, el Papa lamenta que la política esté supeditada a la economía y que, muchas veces, los políticos se queden en inmediatismos, sobre todo cuando, en vez de pensar en el bien común a largo plazo, se guían por las encuestas de intención de voto.
Desgraciadamente, en nuestro mundo, la política no sólo está supeditada a la economía, sino que para algunos se ha convertido en un negocio o, al menos, en un medio de vida, más que en un servicio al bien común. Algunos políticos no solo han convertido la política en un medio de vida, sino en un camino para obtener privilegios que no les corresponden. El político debe no sólo dar ejemplo, sino sacrificarse en bien de los demás. Son pocos los que lo hacen.
La corrupción llega a extremos escandalosos cuando está en juego el acumular grandes sumas de dinero por procedimientos ilícitos e inmorales. Porque el dinero nos vuelve locos a todos. Menos mal que, como al final todo se sabe, unos y otros terminan denunciando las corruptelas ajenas.