La pregunta más fundamental

¿Qué es el hombre, este ser capaz de pensamiento reflejo, de libertad, de auto­nomía, este ser capaz de componer música, de interrogarse sobre los problemas me­tafísicos, de amar la belleza por sí misma?

La más radical y fundamental de las preguntas, la que resume todas las de­más, la eterna pregunta siempre presente y nunca respondida del todo, la pregunta primera y última de toda filosofía y de toda religión es la pregunta por la persona humana: ¿Qué es el hombre, este ser capaz de pensamiento reflejo, de libertad, de auto­nomía, este ser capaz de componer música, de interrogarse sobre los problemas me­tafísicos, de amar la belleza por sí misma? Esta pregunta es la variante general de la que, de una u otra manera, sobre todo en los momentos decisivos de su exis­tencia, se plantea todo ser humano: ¿quién soy yo?

En contra de lo que pueda suponerse, no es fácil responder seriamente a la pregunta por la propia identidad. La prueba está en que constantemente reaparece a todos los niveles: antropológicos, psicológicos, filosóficos, religiosos y personales. Puede responderse de muchos modos y desde diferentes perspectivas.

La fe cristiana tiene su propia respuesta a la pregunta sobre qué o quién es la persona humana. Qué o quién: no es exactamente lo mismo. ¿El ser humano es algo o es alguien? El interrogante sobre el qué ya orienta la respuesta, pues pregunta pre­suponiendo que el ser hu­mano es una cosa, sin duda valiosa y útil, pero cosa, al fin y al cabo. El interrogante sobre el quién pre­supone que estamos preguntando por al­guien que tiene una digni­dad y no es manejable a mi antojo. Algunas ciencias quizás pue­dan y deban insistir en la aparente neutralidad del qué. La fe cristiana responde al quién. Empieza to­mando postura.

La persona, ¿quién es? Esta respuesta es importante, para el cristiano la más importante, porque su fe en Dios es determinante de su vida entera. También es importante para el no cristiano, pues en la respuesta cristiana puede encontrar una serie de elementos que le ayuden a profundizar o comprender mejor su propia respuesta a la pregunta por el ser humano. Y para él, para el no creyente, aclararse sobre quién es el ser humano, es también deci­sivo, pues según cuál sea la respuesta, así orientará su vida toda.

La fe cristiana tiene su propia antropología. Y lo primero que dice sobre el ser humano es que es una criatura muy especial, con una gran dignidad, “casi como un dios” (Sal 8), capaz de dialogar con Dios y de establecer relaciones con Él. La paleontología nos descubre que el ser humano ha salido, por un proceso evolutivo, del mundo animal. La fe cristiana no entra en esta cuestión, la respeta. Pero mientras la ciencia responde a la pregunta sobre cómo ha aparecido el ser humano, la teología se pregunta por la razón de su aparición, por el por qué hay evolución. Sea cual sea el modo de su aparición, la teología dice que el ser humano está ahí por voluntad de Dios. Que es un ser salido de Dios, dependiente de Dios. Pero con una dependencia no alienante, pues la libertad pertenece a la esencia de esta creatura. Esto es lo que, entre otras cosas, quiere decir el que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios.

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