La sinodalidad: descubriendo el mediterráneo
Sino el término, al menos la práctica de la sinodalidad ha sido y es bastante corriente en la Iglesia, aunque haya recibido otras denominaciones y se haya vivido con distintas características, en función de los grupos que la practicaban.
| Martín Gelabert
En nuestro lenguaje coloquial se habla de “descubrir el mediterráneo” para referirse a una noticia que debería conocerse, pero que se considera una novedad. Algo de eso ha ocurrido con la sinodalidad, término que se ha puesto de moda con el pontificado de Francisco. Y, sin embargo, sino el término, al menos la práctica de la sinodalidad ha sido y es bastante corriente en la Iglesia, aunque haya recibido otras denominaciones y se haya vivido con distintas características, en función de los grupos que la practicaban.
En las órdenes religiosas, los capítulos conventuales, provinciales o generales son momentos importantes de sinodalidad. Cuando se trata del convento, todos sus miembros, y cuando se trata de Provincias, representantes cualificados elegidos por la base, buscan juntos caminos para realizar la misión, y en la reunión hay libertad de palabra, hasta el punto de que a veces aparecen posiciones contradictorias, que terminan resolviéndose a base de consensos o, en casos extremos, a base de mayorías. Incluso, en estas reuniones aparecen, a veces, posturas que llaman la atención, que muchas veces son rechazadas, aunque alguna vez son posturas proféticas que con el tiempo van siendo asumidas por todos o por la gran mayoría. Normalmente quién mantiene posturas rompedoras es escuchado y tolerado, sin necesidad de ser descalificado.
Esto que ha ocurrido en las congregaciones y órdenes religiosas ha sido también una práctica habitual de grupos eclesiales. Pues la sinodalidad funciona bien a niveles de pequeño grupo (no sólo en comunidades religiosas, sino también en consejos de pastoral parroquiales o diocesanos, por ejemplo). Cuando se trata de asuntos complejos y novedosos, eso de caminar juntos y de reunirse para discernir no puede hacerse con inmensas asambleas, porque sería prácticamente imposible escuchar a todos o debatir entre todos temas conflictivos o delicados. Por eso, cuando se quiere que participen mayorías amplias, hay que buscar modos de participación primero en grupos pequeños y luego en grupos representativos, con delegados de cada grupo.
Cuando se quiere que “todos, todos, todos” (por emplear una expresión de Francisco se que ha hecho famosa) participen en una decisión sólo puede hacerse a base de votaciones, donde se responde con un “si” o con un “no”. Pero entonces ya no hay debate, ya no hay escucha mutua, ya no hay camino conjunto. Hay líderes que seducen o mienten, para conseguir uno u otro resultado. Eso puede funcionar en democracia política. Pero hay que decir claramente que no puede funcionar en la Iglesia, no solo porque la Iglesia no es una democracia, sino porque en la Iglesia hay siempre una instancia magisterial, asistida por el Espíritu Santo, que tiene una palabra decisiva, cuando se trata de temas delicados o de nuevas aplicaciones o comprensiones del mensaje revelado.