Francisco y su falta de iniciativa para devolver la democracia a Venezuela Equidistancia vs iniciativa
Celebradas las elecciones presidenciales, se reclama a Maduro ‘transparencia total’ y ‘recuento detallado de los votos’. Los propios obispos venezolanos llaman a la ‘verificación del proceso electoral’. "Desconocer, han mantenido con rotundidad, la voluntad popular es ilegal y éticamente inaceptable".
Cuando la situación se encontraba en un momento álgido en el que la dictadura de Maduro se manifestaba ‘más totalitaria que nunca’, ‘después del inmenso fraude electoral’ perpetrado así como la continuidad de asesinados y detenidos, después de más de dos años y varios meses sin titular en la Nunciatura, el nuevo Nuncio entrega sus Cartas credenciales al Presidente Nicolás Maduro (14. 08. 2024).
No se entiende que, dada la experiencia diplomática de la Santa Sede, no se advirtiese su inoportunidad y los riesgos, en consecuencia, que se corrían: que se interpretase como un reconocimiento de la victoria del dictador y, por tanto, como una clara e ignominiosa debilidad de la Santa Sede a favor del mismo.
Y es que a la Santa Sede le es exigible que purifique, previa revisión a fondo, su actitud, su comprensión y su relación con el mundo actual. En este sentido, por ejemplo, la tan utilizada equidistancia no puede seguir formando parte de sus estrategias con los Estados, cualquiera su color.
En las palabras de Francisco (Ángelus, 4.08.2024), se guarda silencio sobre aspectos de la realidad que configuran la situación en Venezuela, tales como que la violencia la practica una sola parte; que el no respeto de las libertades del ciudadano convierten a Maduro en dictador y tirano; que el fraude electoral es atribuible al dictador al igual que la dura represión, que viene llevando a cabo, antes y después de las elecciones.
Lamento que Francisco no haya jugado un papel más protagonista en la lucha por devolver a Venezuela a la democracia. Debió, precisamente, llevar la iniciativa, pero sin renunciar a la verdad.
No se entiende que, dada la experiencia diplomática de la Santa Sede, no se advirtiese su inoportunidad y los riesgos, en consecuencia, que se corrían: que se interpretase como un reconocimiento de la victoria del dictador y, por tanto, como una clara e ignominiosa debilidad de la Santa Sede a favor del mismo.
Y es que a la Santa Sede le es exigible que purifique, previa revisión a fondo, su actitud, su comprensión y su relación con el mundo actual. En este sentido, por ejemplo, la tan utilizada equidistancia no puede seguir formando parte de sus estrategias con los Estados, cualquiera su color.
En las palabras de Francisco (Ángelus, 4.08.2024), se guarda silencio sobre aspectos de la realidad que configuran la situación en Venezuela, tales como que la violencia la practica una sola parte; que el no respeto de las libertades del ciudadano convierten a Maduro en dictador y tirano; que el fraude electoral es atribuible al dictador al igual que la dura represión, que viene llevando a cabo, antes y después de las elecciones.
Lamento que Francisco no haya jugado un papel más protagonista en la lucha por devolver a Venezuela a la democracia. Debió, precisamente, llevar la iniciativa, pero sin renunciar a la verdad.
En las palabras de Francisco (Ángelus, 4.08.2024), se guarda silencio sobre aspectos de la realidad que configuran la situación en Venezuela, tales como que la violencia la practica una sola parte; que el no respeto de las libertades del ciudadano convierten a Maduro en dictador y tirano; que el fraude electoral es atribuible al dictador al igual que la dura represión, que viene llevando a cabo, antes y después de las elecciones.
Lamento que Francisco no haya jugado un papel más protagonista en la lucha por devolver a Venezuela a la democracia. Debió, precisamente, llevar la iniciativa, pero sin renunciar a la verdad.
Deseo confesar de entrada que, desde hace bastante tiempo, he venido resistiéndome a escribir un artículo del tenor que tendrá el presente. Albergaba la esperanza de no verme obligado a hacerlo. No me era agradable elevar mi voz crítica contra Francisco. Pero la ‘honradez’ y la ‘coherencia’, criterios fundamentales de mi entendimiento del cristianismo, me imponen desechar el silencio cómplice y el no renunciar, en modo alguno, ‘a decir la verdad’ (cfr. La libertad de servir a los demás, MD). Prefiero optar por una especie de ‘rebelión’ (Camus), sin la que no veo que la vida tenga demasiado sentido.
Para nadie era un secreto. La situación en Venezuela venía, desde mucho tiempo atrás, manifestándose en términos ‘extremadamente críticos’. Casi la mitad de su población, unos ocho millones de personas, se había visto forzada a abandonar su país. Nada ha cambiado, desde entonces, a mejor. El mundo occidental es, desde hace ya demasiado tiempo, unos veinticinco años, muy consciente de la situación en Venezuela. Cada día era más insostenible. Era y es evidente para todo el mundo que se está ante una miserable y cruel dictadura.
A partir de la renuncia del anterior Nuncio en mayo de 2021, el papa Francisco tardó más de dos años en nombrar a un nuevo representante suyo. Lo hizo el pasado mes de mayo de 2024 en la persona de monseñor Alberto Ortega Martín.Celebradas las elecciones presidenciales, el conflicto se planteó en toda su crudeza e intensidad. El dictador Maduro se proclama vencedor en el proceso electoral y la oposición lo niega con rotundidad en base las copias de las actas de que dispone (unos cuatro millones de votos de diferencia). Surge en el mundo la duda seria y razonable sobre la pureza democrática del proceso recién celebrado. Nada puede extrañar que varios países hispanoamericanos (nueve de ellos), Estados Unidos y la misma Europa reclamen al dictador ‘transparencia total’ y ‘recuento detallado de los votos’. Los propios obispos venezolanos llaman a la ‘verificación del proceso electoral’. "Desconocer, han mantenido con rotundidad, la voluntad popular es ilegal y éticamente inaceptable". ¡Impecable!
En la Sesión extraordinaria del Consejo Permanente de la Organización de los Estados Americanos (OEA), realizada el 31 de julio en Washington, el Observador Permanente de la Santa Sede, monseñor Juan Antonio Cruz Serrano, se expresó en estos términos: “La Santa Sede retiene que solamente el diálogo y la participación activa y plena de todos los actores políticos implicados en este proceso podría llevar a superar la situación presente y dar testimonio de la convivencia democrática en el País”. En similares términos, en el Ángelus del domingo 4 de agosto, Francisco se refirió así a la situación venezolana: “Expreso mi preocupación por Venezuela, que vive una situación crítica. Hago un llamamiento sincero a todas las partes para que busquen la verdad, ejerzan moderación, eviten todo tipo de violencia, resuelvan las controversias mediante el diálogo, se preocupen por el verdadero bien de la población y no por intereses partidistas”.
Pues bien, como ha subrayado Jiménez Losantos, cuando la situación se encontraba en un momento álgido en el que la dictadura de Maduro se manifestaba ‘más totalitaria que nunca’, ‘después del inmenso fraude electoral’ perpetrado así como la continuidad de asesinados y detenidos, después de más de dos años y varios meses sin titular en la Nunciatura, el nuevo Nuncio entrega sus Cartas credenciales al Presidente Nicolás Maduro (14. 08. 2024). El mundo entero ha sido testigo del acto. Para todos, y en todas las latitudes, la fotografía de la vergüenza impide cualquier tipo de duda. ¡Qué error más increíble!
Aunque algún vaticanista, como Rixio Portillo, haya asegurado que el acto ‘no significa un reconocimiento’ de la falsa victoria del dictador Maduro, lo cierto es que resulta muy difícil mantener, precisamente, esa interpretación: el momento elegido, la cercanía mostrada, el intercambio de regalos, la duración del acto. No se entiende que, dada la experiencia diplomática de la Santa Sede, no se advirtiese su inoportunidad y los riesgos, en consecuencia, que se corrían: que se interpretase como un reconocimiento de la victoria del dictador y, por tanto, como una clara e ignominiosa debilidad de la Santa Sede a favor del mismo. Tan es así que todas las voces que he escuchado, y han sido muchas, lo han sido para cuestionar la actitud y la credibilidad de Francisco. ¡Esta es una realidad innegable!
Y es que a la Santa Sede le es exigible que purifique, previa revisión a fondo, su actitud, su comprensión y su relación con el mundo actual. En este sentido, por ejemplo, la tan utilizada equidistancia no puede seguir formando parte de sus estrategias con los Estados, cualquiera su color. El mismo Francisco, en el Ángelus, 9 de junio de 2024, subrayó que Jesús, a quien el cristiano ha de imitar, “nunca renunció a decir la verdad” y “no se dejó intimidar, ni comprar, ni corromper por nada ni por nadie. ¡Qué diferente a lo ocurrido respecto a la situación en Venezuela! Aquí la entrega de las Cartas credenciales no surge del vacío sino previo el reclamo a ‘todas las partes’, que no usasen ‘cualquier tipo de violencia’ (Ángelus, 4.08.2024). Expresión, como es sabido, típica de aquellos que equiparan a víctimas y verdugos, que no debería utilizar ningún líder político y, mucho menos, religioso. Actuar de ese modo da pie a que pueda ser comprendido como falta de coraje o claudicación en la proclamación de la verdad.
Se podrán exhibir las más rebuscadas explicaciones. Pero, para el común de los mortales, en las palabras de Francisco se guarda silencio sobre aspectos de la realidad que configuran la situación en Venezuela, tales como que la violencia la practica una sola parte; que el no respeto de las libertades del ciudadano convierten a Maduro en dictador y tirano; que el fraude electoral es atribuible al dictador al igual que la dura represión, que viene llevando a cabo, antes y después de las elecciones. ¿Cómo componer y armonizar todo ello con la imitación de la conducta que nos enseñó Jesús (‘no renuncia a decir la verdad ‘), cuando nos movemos en el contexto de la equidistancia? ¡Imposible!
Por otra parte, semejantes actitudes de un responsable religioso, y más si se sitúa al más alto nivel, nos puede llevar a pensar que todavía no se ha entendido que el ‘reino de Dios según el Maestro no era político, sino espiritual’. Circunstancia que, sin duda, origina un cierto desencanto ante el tactismo institucional y ante la ausencia de vida, en seguimiento del Evangelio, que se propone (hipocresía). ¿Dónde queda el mandato del Maestro (‘Lo del César, devolvedlo al César, y lo de Dios, a Dios’)? El reino de Dios no es político sino espiritual y, en consecuencia, no se rige de igual modo que el reino de las naciones seculares. Está muy claro en el Evangelio: “pero, no así vosotros” (Lc 22, 26).
Todo ello, para poner fin a esta comprometida reflexión, me lleva a lamentar que Francisco no haya jugado un papel más protagonista en la lucha por devolver a Venezuela a la democracia. Debió, precisamente, llevar la iniciativa, pero sin renunciar a la verdad. Su gran influencia internacional se lo exigía. ¿Acaso la falsa comprensión de la naturaleza del reino de Dios lleva, a los líderes religiosos en la Iglesia católica, a sugerir planteamientos y actuaciones en función de ideologías previas de carácter político, de las que se participa? Todo es posible. ¿Qué inconveniente puede esgrimirse para no condenar, en servicio a la verdad, lo que viene ocurriendo en Venezuela? En mi opinión, ninguno.
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