Paula Merelo publica en San Pablo un libro breve, duro y bien trabado 'Adultos vulnerados en la Iglesia', o las relaciones de dependencia que hacen posible lo indeseable
"Con una prosa clara, un estilo ágil y un contenido bien estructurado, Paula Merelo Romojaro nos ofrece un estudio de innegable interés social, eclesial y teológico en un contexto peninsular, ciertamente, urgente y dramático; 'Adultos vulnerados en la Iglesia'"
"El libro de Paula Merelo Romojaro merece la mayor de las atenciones, pues centra el foco de su investigación en dilucidar las ambigüedades de las relaciones adultas de asimetría y, por tanto, en los posibles abusos que pueden tener lugar en ellas"
"El problema de los abusos a menores perpetrados, principalmente, por ministros ordenados durante décadas lleva camino de convertirse en una de las páginas más oscuras de la historia de la Iglesia contemporánea"
"Por eso es importante leer y meditar este libro de Paula Merelo. Y por eso insiste reiteradamente la autora —con indudable acierto— en la clave sistémica del poder"
"El problema de los abusos a menores perpetrados, principalmente, por ministros ordenados durante décadas lleva camino de convertirse en una de las páginas más oscuras de la historia de la Iglesia contemporánea"
"Por eso es importante leer y meditar este libro de Paula Merelo. Y por eso insiste reiteradamente la autora —con indudable acierto— en la clave sistémica del poder"
| Pedro Castelao. Universidad Pontificia Comillas
Con una prosa clara, un estilo ágil y un contenido bien estructurado, Paula Merelo Romojaro nos ofrece un estudio de innegable interés social, eclesial y teológico en un contexto peninsular, ciertamente, urgente y dramático.
El problema de los abusos a menores perpetrados, principalmente, por ministros ordenados durante décadas lleva camino de convertirse en una de las páginas más oscuras de la historia de la Iglesia contemporánea.
Que se hayan cometido durante tanto tiempo, por un número cuantitativamente tan numeroso de sacerdotes —por mínima que sea su proporción estadística— causando una cifra todavía más elevada de víctimas y, sobre todo, que tal fenómeno de depredación haya acontecido a lo largo de todo el mundo y en países tan diferentes y de latitudes tan distantes, hace sospechar, razonablemente, que en este espinoso asunto no se trata de la mera suma de un gran número de faltas morales de individuos aislados, sino de un problema estructural de raíces mucho más profundas.
A esto coadyuva la constatación reconocida de que la reacción de la institución ante el conocimiento inicial de tales actos siguió unos mismos patrones de conducta a nivel mundial orientados, por encima de todo, a la salvaguarda del buen nombre de la Iglesia, pretendiendo el silencio de las víctimas y traduciéndose, finalmente, en el traslado del victimario a otro destino como forma habitual de suave castigo.
Hoy nos resulta obvia la injusticia, la ineficacia, el despropósito y hasta el carácter contraproducente de tal reacción, pero es bueno reparar en ella para hacerse consciente de la percepción que en su momento se tenía de tales actos —probablemente también en toda la sociedad— como meros pecados personales que corrían el riesgo de manchar el nombre de la Iglesia e influir negativamente en su beneficiosa acción en el mundo.
De hecho, el perjuicio se percibía, sobre todo, en la publicidad, en la noticia, en la ventilación al aire libre de ese pecado cometido en la oscuridad. Y es que la ropa sucia había que lavarla en casa. No es, por tanto, que no se viera en los abusados su realidad de víctimas, sino que la percepción del mal que habían sufrido era puesta en un lugar secundario respecto del tamaño inmensamente mayor del posible mal que tales víctimas podrían causar si sus casos, ciertamente lamentables y dramáticos, salían a la luz pública. La institución por encima de las personas. Y dentro de la institución, los curas por encima de los laicos.
A Dios gracias, la percepción social y eclesial ha cambiado considerablemente en los últimos años en relación con los abusos a menores. Sin embargo, no parece que se haya transformado en igual medida respecto de los abusos cometidos por clérigos a personas adultas.
Es aquí donde el libro de Paula Merelo Romojaro merece la mayor de las atenciones, pues centra el foco de su investigación endilucidar las ambigüedades de las relaciones adultas de asimetría y, por tanto, en los posibles abusos que pueden tener lugar en ellas.
Las relaciones entre profesores y alumnos, médicos y pacientes, entrenadores y deportistas, como tantas otras, son asimétricas. También las que hay entre sacerdotes y feligreses, obispos y religiosas, directores espirituales y dirigidos. Ciertamente, como bien reconoce la autora, la asimetría no es sinónimo de abuso, pero el abuso puede producirse, en gran medida, potenciado por el plano inclinado de la desigualdad que caracteriza esas relaciones.
Esto es relevante para ir más allá de la mera explicación del abuso como momento puntual de libido incontrolada. Los testimonios de muchas de las víctimas hablan de un proceso, de un acercamiento paulatino, de un camino premeditado cuyas líneas rojas se van traspasando poco a poco y siempre desde una posición dominante desde la que el victimario dosifica su influencia y consuma su manipulación.
Sólo a esta luz se puede evitar la revictimización de los adultos vulnerados cuando se les dice que, siendo mayores de edad, en su mano estuvo siempre el haber puesto final anticipado a un camino previsible, al que, al no decir que no, estaban asintiendo tácitamente. E incluso, dándole la vuelta, acabar convirtiendo a la víctima del abuso en hábil incitadora y pervertidora del inocente victimario. Como si, en esos casos, se encontrasen en medio de relaciones igualitarias, con plena posibilidad de hacer valer su dignidad y sus derechos y con capacidad suficiente para determinarse libremente ante la progresiva y suave intimidación. No hay libertad si la relación cristaliza inadvertidamente en sometimiento.
Por eso es importante leer y meditar este libro de Paula Merelo. Y por eso insiste reiteradamente la autora —con indudable acierto— en la clave sistémica del poder. En ese poder clerical que convierte a los sacerdotes en figuras destacadas e incuestionables en la Iglesia y que hace de los fieles actores secundarios, cuya virtud eclesial y compromiso evangélico llega a medirse, incluso, por el grado de docilidad y obediencia con el que se comportan respecto de las directrices no discutibles de los clérigos. Y es que el clericalismo es un veneno, además de para los laicos, también para los propios ministros ordenados, pues lejos de potenciar las posibilidades evangélicas de su ministerio —que tiene en el servicio su médula espinal— las pervierte irremediablemente.
Este tipo de relaciones de dependencia hace posible lo indeseable: que un adulto que, por la razón que sea, pueda estar pasando una situación transitoria de vulnerabilidad personal pueda ser objeto de abusos sexuales, de autoridad o de conciencia que, en realidad, ni quiere ni consiente, por más que, dada su fragilidad, no logre activar, en ese instante preciso, una forma efectiva, decidida y contundente de oponerse a unos actos de intimidad física o violencia espiritual que, en el fondo, no son sino la fase final de un cuidadoso trabajo de erosión previa de distancias y defensas, muy bien calculado por quien maneja las riendas de la asimetría.
Súmese a esto lo que el lector o lectora percibirá con suma claridad en el «Testimonio» de una víctima anónima que Paula Merelo ha tenido el acierto de recoger en las páginas finales de su estudio: que todo el proceso de acercamiento y manipulación es revestido por el abusador de un lenguaje teológico y de una lógica de intimidad espiritual en la que —en una inversión demoníaca alucinante— los abusos llegan incluso a ser presentados como acciones cariñosas y amorosas del mismo Dios.
El libro de Paula Merelo es breve y, pese a lo duro de su temática, se lee muy agradablemente, pues consta de tres capítulos bien trabados en los que, con una prosa cristalina, el lector o lectora puede ahondar en la mencionada cuestión de la asimetría, en el problema transversal del clericalismo y, finalmente, en la proposición positiva de sugerencias y pistas para, a la luz de todo lo ocurrido, manejar en el futuro este tipo de cuestiones atendiendo tanto a víctimas como a victimarios.
Insisto en destacar el valor del «Testimonio» con el que concluye el tercer capítulo y recomiendo muy especialmente su lectura. En contacto con ese texto se palpa, en la distancia, el alma de quien lo ha escrito y se percibe, a tamaño real, el calibre del problema estudiado. No se trata de un objeto de investigación al uso, sino de heridas abiertas que cuestionan formas habituales de proceder en el interior de la Iglesia y, también, fuera de ella.
Además de un anexo en el que la autora ofrece una encuesta sobre abusos realizada a más de trescientas personas y de las conclusiones generales del estudio, el libro viene acompañado de un prefacio firmado por Hans Zollner, SJ —director del Istituto di Antropologia de la Universidad Gregoriana de Roma— y de un prólogo escrito por Miguel García-Baró —coordinador del Proyecto Repara, oficina de atención a víctimas de la archidiócesis de Madrid.
Quien esté mínimamente al tanto de la cuestión de los abusos en España sabrá muy bien de la importancia y del peso de estos dos nombres que abren al unísono este estudio. Y quien no lo esté tiene en el libro que presentamos un instrumento de indudable ayuda para ponerse al día y forjarse su propia opinión al respecto, pues tendrá en sus manos un trabajo de alcance universal, tan fácil de leer por el estilo de la autora, como difícil de digerir por la terrible realidad que en él se enfrenta con claridad, lucidez y valentía.
P. Merelo Romojaro, Adultos vulnerados en la Iglesia, San Pablo, Madrid, 2022, 127 pp., ISBN: 978-84-285-6316-1
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