Prefacio del Santo Padre al libro "La fe es un camino" Francisco: "Caminar significa tener un destino, no estar a merced del azar"

Peregrinaje
Peregrinaje

Publicamos el texto íntegro del prefacio del Santo Padre al libro "La fe es un camino", una antología de meditaciones del Pontífice para viajeros y peregrinos publicada por Libreria Editrice Vaticana con motivo del Jubileo

(Vatican News).- Cuando era sacerdote en Buenos Aires, y mantuve este hábito incluso como obispo en mi ciudad de origen, me encantaba caminar por los distintos barrios para visitar a hermanos sacerdotes, visitar alguna comunidad religiosa o conversar con amigos. Caminar nos hace bien: nos pone en relación con lo que sucede a nuestro alrededor, nos hace descubrir sonidos, olores, ruidos de la realidad que nos rodea, en definitiva, nos acerca a la vida de los demás.

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Caminar significa no quedarse quieto: creer significa tener dentro de nosotros una inquietud que nos lleva hacia un "más", hacia un paso más adelante, hacia una altura a alcanzar hoy, sabiendo que mañana el camino nos llevará más alto -o más profundo, en nuestra relación con Dios, que es exactamente como la relación con el ser amado en nuestra vida, o entre amigos: nunca terminada, nunca dada por sentada, nunca satisfecha, siempre en búsqueda, todavía no satisfactoria. Imposible decir con Dios: "Hecho, todo hecho, es suficiente".

Por este motivo, el Jubileo de 2025, junto con la dimensión esencial de la esperanza, debe impulsarnos a una conciencia cada vez mayor de que la fe es una peregrinación y de que en esta tierra somos peregrinos. No turistas ni vagabundos: no nos movemos al azar, existencialmente hablando. Somos peregrinos. El peregrino vive su caminar bajo la bandera de tres palabras clave: el riesgo, el esfuerzo, la meta.

"El Jubileo de 2025, junto con la dimensión esencial de la esperanza, debe impulsarnos a una conciencia cada vez mayor de que la fe es una peregrinación"

El riesgo

Hoy nos cuesta entender lo que significaba para los cristianos de antaño peregrinar, acostumbrados como estamos a la rapidez y comodidad de nuestros viajes en avión o en tren. Pero ponerse en camino hace mil años significaba asumir el riesgo de no volver nunca a casa, a causa de los muchos peligros que se podían encontrar en las diversas rutas. La fe de los que decidían ponerse en camino era más fuerte que cualquier temor: los peregrinos de antaño nos enseñan esta confianza en el Dios que les llamaba a ponerse en camino hacia la tumba de los Apóstoles, Tierra Santa o un santuario. También nosotros pidamos al Señor tener una pequeña porción de esa fe, aceptar el riesgo de abandonarnos a su voluntad, sabiendo que es la de un Padre bueno que quiere asignar a sus hijos sólo lo que les conviene.

El esfuerzo

Caminar significa realmente esfuerzo. Lo saben bien los numerosos peregrinos que hoy han vuelto a acudir en masa a las antiguas rutas de peregrinación: pienso en el camino de Santiago de Compostela, la Vía Francígena y los diversos "Caminos" que han surgido en Italia, que recuerdan a algunos de los santos o testigos más conocidos (san Francisco, santo Tomás, pero también don Tonino Bello) gracias a una sinergia positiva entre instituciones públicas y entidades religiosas. Caminar supone el esfuerzo de madrugar, preparar una mochila con lo imprescindible, comer algo frugal. Y luego los pies que duelen, la sed que se hace punzante, sobre todo en los días soleados de verano. Pero esta fatiga se ve recompensada por los numerosos regalos que el caminante encuentra a lo largo del camino: la belleza de la creación, la dulzura del arte, la hospitalidad de la gente.

Quien peregrina a pie -muchos pueden atestiguarlo- recibe mucho más que la fatiga cumplida: establece hermosos vínculos con las personas encontradas a lo largo del camino, experimenta momentos de auténtico silencio y de fecunda interioridad que la vida frenética de nuestro tiempo hace a menudo imposibles, comprende el valor de lo esencial sobre el brillo de tener todo lo superfluo, pero carecer de lo necesario.

La meta

Caminar como peregrino significa que tenemos un lugar de aterrizaje, que nuestro movimiento tiene una dirección, una meta. Caminar significa tener un destino, no estar a merced del azar: quien camina tiene una dirección, no va en círculos, sabe adónde ir, no pierde el tiempo zigzagueando de un lado a otro. Por eso, he recordado repetidamente lo estrechamente relacionados que están el acto de caminar y el de ser creyente: quien tiene a Dios en el corazón ha recibido el don de una estrella polar hacia la que tender: el amor que hemos recibido de Dios es la razón del amor que tenemos que ofrecer a los demás.

Portada del libro "La fe es un viaje".

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