Renato Lings aborda en su segunda obra el amor y la sexualidad humana en la Biblia Amores bíblicos sin prejuicios morales
Renato Lings, doctor en Teología en la Universidad de St Mark & St John (Reino Unido), aborda en Amores bíblicos bajo censura (Dykinson) el amor y la sexualidad humana en los textos sagrados
Danés de nacimiento y educación, Lings escribe con un estilo claro y elegante que hace muy atractiva la lectura de la exposición de sus argumentos, sin entrar en discusiones o polémicas que no sean capaces conducir a un fin convincente para los puntos de vista enfrentados
Una obra muy recomendable para todo estudioso bíblico que quiera tener una idea más aproximada al texto original de las controvertidas imágenes sobre el amor, la sexualidad y la afectividad, tan manipuladas políticamente en nuestros días
Una obra muy recomendable para todo estudioso bíblico que quiera tener una idea más aproximada al texto original de las controvertidas imágenes sobre el amor, la sexualidad y la afectividad, tan manipuladas políticamente en nuestros días
| Alfonso Ropero
Tras una vida profesional dedicada a la traducción y la interpretación, Renato Lings, doctor en teología en la Universidad de St Mark & St John (Reino Unido), nos brinda una segunda obra en castellano dedicada a aquellos temas que tienen que ver con el amor y la sexualidad humana en la Biblia. Lings está convencido que la mayoría de los traductores han pecado en estas cuestiones dejándose llevar por prejuicios morales a la hora de traducir los términos bíblicos que se refieren al amor y el sexo. En algunos casos la traducción es ambigua, en otros, opaca, y en la mayoría, errónea, sobre todo en los que tratan la cuestión de la homoafectividad. A analizar y corregir esta tendencia obedece su último libro publicado, Amores bíblicos bajo censura. Sexualidad, género y traducciones erróneas (Dyckinson).
Danés de nacimiento y educación, Renato Lings escribe con un estilo claro y elegante, que hace muy atractiva la lectura de la exposición de sus argumentos. Otro punto importante, es que no entra en discusiones o polémicas que no sean capaces conducir a un fin convincente para los puntos de vista enfrentados en base a la meta que él mismo se ha propuesto de remitirse al texto bíblico original, recurriendo al sentido literal y etimológico de las palabras en juego.
Lings tiene sus convicciones, pero en su obra trata de mostrarse siempre objetivo, dejando que el texto bíblico hable por sí mismo mediante el sentido más literal posible del original hebreo o griego. En un tema tan delicado como el tipo de relación que pudo haber entre Jesús y el Discípulo Amado y que ha servido a algunos para justificar una relación homoerótica entre ambos, Lings cree que no hay que atreverse a tanto en base a la información textual que nos ofrece el evangelista. A lo más que podemos llegar en a afirmar que “entre estas dos personas hay una relación especial basada en el afecto, la intimidad y la confianza” (p. 185). Que un maestro tengo un alumno predilecto se ajusta a las normas culturales de su tiempo.
Por otra parte, escribe nuestro autor, “es notable la ternura que Jesús torturado, crucificado y agonizante manifiesta tanto a su madre María, como al discípulo amado. Viendo su dolor, los invita a apoyarse mutuamente a partir de este día tratándose como madre e hijo. Expresado en otras palabras, el Nazareno hace que su familia biológica, representada por María, quede unida con la familia amada de Betania que incluye al compañero entrañable” (p. 186).
Esta referencia a Betania se debe al resultado del análisis que Lings realiza a la hora de tratar de averiguar la identidad del discípulo humano. Después de considerar la opinión tradicional que asocia al autor del cuarto Evangelio con el apóstol Juan, hijo de Zebedeo, puesta en duda y negada por muchos eruditos modernos, Lings apunta a dos posibles candidatos. Uno, el misterioso joven rico de Mc 10,17-22 y Mt 19,16-22, aunque tenemos tan pocos elementos literarios sobre él que no podemos sacar nada claro, solo que Jesús sintió un vivo afecto por él (Mc 10,21).
El otro candidato sería Lázaro de Betania, que no forma parte del grupo conocido históricamente como los doce apóstoles. Lázaro es el “amigo amado” de Jesús (Jn 11,3), y el único de los discípulos contra quien las autoridades judías emitieron una especie de herem, colocándolo en una situación de extrema vulnerabilidad, lo que vendría a explicar el silencio y casi clandestinidad de Lázaro, para confundir y despistar a quienes buscaban cómo darle muerte (p. 184).
Nuestro autor hace un especial énfasis en el sentido primero del verbo hebreo yadah, “conocer”, y hace casi una campaña contra el uso eufemístico del mismo para indicar una relación sexual. Yadah aparece en seis ocasiones en el relato de Sodoma y Gomorra como referente principal. Renato Lings hace un pormenorizado estudio de las ocasiones y contextos en que aparece yadah en la Biblia hebrea, siempre en el sentido de conocer, saber, darse cuenta, reconocer, investigar, inquirir. Aplicado al caso de Sodoma, Lings insiste en entender el verbo yahad en el sentido de “averiguar”, “investigar” o “interrogar” (Gn 19,5). Si este fuera el caso, es difícil comprender la negativa de Lot a dejar que los habitantes de Sodoma se entrevistasen con sus huéspedes, si lo único que pretendían era informarse, averiguar o tener noticias de otros lugares de boca de esos extranjeros. Es comprensible que los sodomitas se interesaran por lo que estaba sucediendo en otras ciudades de boca de esos visitantes. Si este fuera el caso, la negativa de Lot era una descortesía y hasta un agravio a las autoridades de la ciudad. Pero la cosa no debía tener ese sentido natural de curiosidad por saber cosas nuevas, puesto que Lot, ante el deseo de los sodomitas de conocer a sus invitados reaccionó de forma alarmante. Según describe gráficamente el texto bíblico “Lot salió a ellos a la puerta, y cerró la puerta tras sí”. Algo muy grave temía Lot cuando cerró la puerta a sus espaldas, para impedir que nadie entrase. En el colmo de su desesperación, Lot ruego, “hermanos míos, no hagáis tal maldad”, y propone: “He aquí ahora yo tengo dos hijas que no han conocido varón; os las sacaré fuera, y haced de ellas como bien os pareciere”.
Es evidente que el autor sagrado, mediante este relato, quiere transmitir una situación muy grave y escandalosa. Para los traductores de la Nueva Versión Internacional (NVI) la intención de los sodomitas va más allá del simple “conocer”, correcta o incorrectamente, lo exponen como una violación grupal: “¿Dónde están los hombres que vinieron a pasar la noche en tu casa? ¡Échalos afuera! ¡Queremos acostarnos con ellos!”. Igualmente explícita, en cuanto paráfrasis, es la versión La Palabra: “Hazlos salir fuera para que tengamos relaciones sexuales con ellos”. Es evidente que aquí el sentido de la palabra yadah no se puede decidir por su sentido etimológico, sino por el uso que se hace de la misma, lo cual se aplica al lenguaje en general en toda ocasión. Es cierto, como analiza Renato Lings, que el relato de Sodoma es interpretado con diferentes matices a lo largo de la historia bíblica (p. ej. Is 1:10-23; Jr 49,14-18; Ez 16,44-58), ya que es común a los autores bíblicos realizar lecturas actualizadas de los viejos textos, conforme a sus necesidades o puntos de vista.
Ahora bien, si fuera posible aplicar la lógica a un relato que está más allá de la historia, habría que decir que es un absurdo pensar que una ciudad entera, desde el más joven hasta el más viejo (Gn 19:4), sea homosexual. El hagiógrafo no repara en esta incongruencia, él solo pretende relatar de un modo hiperbólico la causa de la desaparición de esas ciudades, cuya razón atribuye en general a un “pecado nefando” asociado al odio. La profesora Mieke Bal dice que el fundamento de cualquier violación es el odio, no la preferencia o inclinación sexual. Por eso es que muchas veces la violación "homosexual" es efectuada por "heterosexuales" (Death and Dissymmetry. Politics of Coherence in the Book of Judges. University of Chicago Press, 1988, 158-159). Teniendo en cuenta el carácter legendario del relato no vale la pena entrar en detalles sobre las razones del porqué de ese odio.
Uno de los errores de traducción más lamentables, dada la repercusión moral y judicial en la sociedad judeocristiana a lo largo de los siglos, es el cometido en Dt 23:17-18, donde en la versiones tradicionales suelen decir: “No haya ramera de entre las hijas de Israel, ni haya sodomita de entre los hijos de Israel. No traerás la paga de una ramera ni el precio de un perro a la casa de Jehová tu Dios por ningún voto; porque abominación es a Jehová tu Dios tanto lo uno como lo otro”. El texto hebreo, traducido por “ramera” y “sodomita”, tiene la misma palabra en femenino y masculino: kedeshah y kadesh, derivado del vocablo utilizado para “santo”, “sagrado”, “sacro”: kadosh. Un ejemplo clave: “Santos [kedoshim] seréis, porque santo [kadosh] soy yo Jehová vuestro Dios” (Lv 19:1).
El texto hebreo de Dt 23 dice literalmente: “No haya kedeshah entre las hijas de Israel; ni haya kadesh entre los hijos de Israel”. El problema al que se enfrentaron los traductores es como traducir estos vocablos sin crear confusión y perplejidad en los lectores: “No haya santas/consagradas entre las hijas de Israel; ni haya santos/sagrados entre los hijos de Israel”, y mucho más teniendo en cuenta los “consagrados” y “consagradas” a Dios en vida célibe en el cristianismo antiguo y moderno.
Jerónimo, según Renato Lings, fue el primero en usar el término latino meretrix, “prostituta”, para kedeshah, aunque la palabra tiene poco o nada que ver con sentido original. En hebreo la palabra para prostituta es zonah. De un modo clarificador aparece junto a kedeshah en Os 4,14: “se van con rameras, y con malas mujeres sacrifican [kedeshoth]”. Este texto, como explica Lings, nos ayuda a sacar la conclusión que la kedeshah y su homólogo masculino kadesh ejercen funciones sacerdotales de las religiones cananeas politeístas. Por tanto, Deuteronomio 23 no prohíbe ninguna especie de prostitución sagrada ni sodomía, sino que proclama la inadmisibilidad para cualquier israelita, hombre o mujer, copiar o participar en los cultos idolátricos de los pueblos colindantes. “Su presencia formalizada en los contextos religiosos cananeos constituirá una grave violación del primero de los diez mandamientos: No tendrás otros dioses ante mi” (Ex 20:3; Dt 5:7).
Algunos traductores y revisores de las traducciones de la Biblia han optado por traducir literalmente kedeshah y kadesh por “consagrada” y “consagrado”, aclarando en nota a pie de página su significado original. Renato Lings propone una opción más original y moderna. Teniendo en cuenta que en hebreo los tres vocablos kadosh, kadesh y kedeshah comparten las consonantes k-d-sh con sus contaciones de santidad/consagración, “podemos intentar establecer una analogía en castellano. Para este fin existen en nuestro tiempo situaciones religiosas comparables que permiten tomar de la palabra santo, las primeras letras s-a-n-t con el fin de crear una terminología que se ajuste a la situación denunciada por Deuteronomio” (p. 232-233). Así podríamos utilizar la palabra “santería”, en lo que tiene de culto supersticioso, como equivalente a la práctica de las antiguas religiones cananeas, de modo que podría leerse: “No haya santera entre las hijas de Israel, ni santero entre los hijos de Israel” (p. 233). El debate está abierto.
Como era de esperar, nuestro autor dedica sendos capítulos, entre otros relacionados con el amor, el matrimonio y el sexo, al carácter de las relaciones entre David y Jonatán, y el siervo del centurión romano sanado por Jesús. Como es habitual en él, no especula ni atribuye, ni proyecta sus ideas al texto bíblico, sino que lo desgrana mediante el recurso al significado original de los términos empleados buscando la traducción más correcta, en su afán de ser lo más objetivo posible.
En el caso del siervo e joven esclavo del centurión, Lings se permite imaginar que en este centurión, en griego hekatontarjos, hay motivos para asociarlo con el oficial romano que presenció la muerte de Jesús y confesó: “Verdaderamente este era hijo de Dios” (Mt 27:54). “Parece más que mera coincidencia que un militar extranjero exprese su fe en Jesucristo, y que su convicción forme un contraste llamativo con la actitud de escepticismo mantenida por numerosos judíos” (p. 175), tipificando así la apertura del mensaje cristiano a toda persona, sin importar su origen étnico, clase social o estado civil.
Como una nota menor, aclarar que aunque es cierto que la palabra “hombre” hoy se usa en el sentido de masculinidad (p. 210), su etimonología está más cerca del concepto hebreo del que se supone. Hombre viene del latín homine, y tiene que ver con humus, “tierra”, de ahí, inhumar, en-terrar, devolver a la tierra lo que procede la tierra. Humus, a su vez, se vincula con una raíz indoeuropea que significa tierra, de modo que la traducción propuesta por el autor de adam como “terrícola”, no es muy acertada que digamos, propia de la literatura de ciencia ficción; de modo que hombre y humano guarda estrecha relación con el término hebreo adam y adamah, del que se dice con toda propiedad que polvo es y al polvo volverá.
En resumen una obra muy recomendable para todo estudioso bíblico que quiera tener una idea más aproximada al texto original de las controvertidas imágenes sobre el amor, la sexualidad y la afectividad, tan manipuladas políticamente en nuestros días.
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