"En Cuaresma, busquemos esa palabra sanadora: reconciliación, que implica conversión" "Ojos, corazón y manos cuaresmales"
Los cristianos recorremos el tiempo cuaresmal con la alegre esperanza de la reconciliación con Dios, que nos cura y libera, para vivir en Su misericordia y en paz con nosotros mismos y con todos
Dejemos que sea un tiempo propicio para reconciliarse con Dios, para aceptar la alianza de la vida. Para dialogar sinceramente con Él con apertura y sensibilidad hacia un compromiso valiente
Resuena con fuerza el Miércoles de Ceniza la llamada del apóstol Pablo: «En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5,20)? El papa Francisco nos lo recuerda en su mensaje para esta Cuaresma, invitándonos a dejarnos salvar por el Misterio pascual, fundamento de una urgente conversión.
Vivimos en un mundo roto y herido, con mucha gente que sufre y en el que, al mismo tiempo, palpita con fuerza la vida. Los cristianos recorremos el tiempo cuaresmal con la alegre esperanza de la reconciliación con Dios, que nos cura y libera, para vivir en Su misericordia y en paz con nosotros mismos y con todos. Es un tiempo fuerte para la conversión que amplía el punto de mira de nuestros ojos, que transforma un corazón de piedra en corazón de carne y que pone nuestras manos al servicio de la misericordia realizando sus obras.
Ojos abiertos, corazón sensible y mano pronta —decía san Pablo VI que debía tener la Iglesia— «para la obra de la caridad que está llamada a realizar en el mundo, con objeto de promover el progreso de los pueblos más pobres y favorecer la justicia social entre las naciones» (San Pablo VI, Discurso a los miembros y consultores de “Iustitia et Pax”, 20 de abril de 1967).
Ojos, corazón y manos que bien pueden trazar un camino cuaresmal hoy hacia la Pascua de Jesús con el fin de anunciar el amor más grande a toda la tierra y trabajar por el progreso y la justicia para las personas y los pueblos más pobres. Reconciliados con Dios, abramos nuestros ojos —y nuestros oídos—, dejémonos transformar el corazón ante las realidades de crucifixión y actuemos con prontitud para colaborar en la obra de la redención y dar vida en nombre de Jesucristo.
Esto nos permitirá experimentar con renovada intensidad, y con todas las consecuencias, que el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús sustenta y da sentido a nuestra historia y a la de la humanidad en la historia de la salvación. Dispongámonos sin temor para dejar que crezca en nosotros el Misterio pascual de modo que nos haga atentos, abiertos, sensibles y prontos. Porque este Misterio responde a nuestras dudas, alivia nuestros cansancios, inspira nuestras páginas en blanco, llena nuestros vacíos, cura nuestras heridas, transforma en entrega nuestro egoísmo, nos enseña a perdonar y a pedir perdón, cambia el odio en amor, nos mueve a llevar esperanza, compañía y consuelo a las regiones de dolor y muerte de la humanidad y hace prósperas nuestras obras guiados por la misericordia del Padre.
Dejemos que sea un tiempo propicio para reconciliarse con Dios, para aceptar la alianza de la vida. Para dialogar sinceramente con Él con apertura y sensibilidad hacia un compromiso valiente, queriendo ser auténticos discípulos misioneros. No hagamos muchos propósitos que provoquen cansancio en el camino.
Busquemos esa palabra sanadora: reconciliación, que implica conversión. Palabra que surge de los labios misericordiosos de Dios y nos invita a levantar con humildad la vista y encontrar sus ojos henchidos de ternura para quien se siente pecador. Su palabra y su mirada de misericordia hacen comprender sus brazos abiertos en la cruz. Mirar así el misterio del crucificado que da vida nos lleva a tocar la carne de Cristo que sufre en tantas personas llagadas hoy. Ojos, corazón y manos misericordiosos y samaritanos. Ojos, corazón y manos cuaresmales.
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