Bendecido por el Papa en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo Mons. Adalberto Martínez Flores recibe el palio, signo de cuidado a las ovejas
Mons. Martínez Flores, que será cardenal el próximo 27 de agosto, agradeció al Papa Francisco, “que se haya fijado en este servidor para llamarlo a ser pastor de esta porción del Pueblo de Dios”
“El Obispo, ni tampoco el cardenal, es un príncipe de la Iglesia”, sino alguien que “está para servir a los demás”
Llamó a la Iglesia paraguaya a “iluminar con el Evangelio las sombras y los pecados sociales que amenazan la vida de nuestro pueblo”, a mostrar signos de esperanza a todos, buscando “el saneamiento moral de la nación”
Llamó a la Iglesia paraguaya a “iluminar con el Evangelio las sombras y los pecados sociales que amenazan la vida de nuestro pueblo”, a mostrar signos de esperanza a todos, buscando “el saneamiento moral de la nación”
Luis Miguel Modino, corresponsal de RD en América Latina y Caribe
Mons. Adalberto Martínez Flores ha recibido este 8 de julio el palio arzobispal, bendecido por el Papa Francisco el pasado 29 de junio, Solemnidad de San Pedro y San Pablo en la Basílica de San Pedro. La celebración ha tenido lugar al finalizar la 234ª Asamblea General Ordinaria de la Conferencia Episcopal Paraguaya y ha contado con la participación de sus hermanos en el episcopado paraguayo.
En la homilía, el arzobispo de Asunción ha comenzado reconociendo sus fragilidades y pequeñez, afirmando que el palio y la lana con que fue confeccionado, “nos recuerda a los corderos y las ovejas de Cristo, que Él encomendó apacentar a Pedro y que a nosotros nos encarga seguir cuidándolas”.
Mons. Martínez Flores, que será cardenal el próximo 27 de agosto, agradeció al Papa Francisco, “que se haya fijado en este servidor para llamarlo a ser pastor de esta porción del Pueblo de Dios”, expresándole “una vez más mis sentimientos de fidelidad y de obediencia pidiendo su paternal bendición”.
Teniendo como base el Evangelio, destacó que “para apacentar el rebaño la condición indispensable es el amor”, mostrando su disposición para amar a pesar de sus debilidades y pecados, de sus infidelidades. El arzobispo ha enfatizado que “el amor es central en nuestra fe y en el seguimiento de Cristo”, un amor a Dios y al prójimo. Un llamado a amar que debe estar presente en la vida de todo bautizado, “pero en especial para quienes somos llamados a ser pastores, a apacentar el rebaño, a conducir al Pueblo de Dios”.
El arzobispo ha insistido en que “el Obispo, ni tampoco el cardenal, es un príncipe de la Iglesia”, sino alguien que “está para servir a los demás”. El prelado destacó la necesidad en los pastores del “conocimiento concreto y profundo de las personas que nos han sido encomendadas”, marcado por el afecto, la aceptación del otro, la escucha, resaltando que “los pastores nos debemos destacar en el arte de escuchar”.
Para Mons. Martínez Flores, “el palio se convierte en símbolo de nuestro amor a Cristo Buen Pastor, y de que, unidos a Él, debemos amar a todas las personas, en particular a los heridos que están caídos al borde del camino, a los cansados y agobiados, a los que están desorientados, a los que buscan sentido y se plantean interrogantes, a los pobres y humildes, a todos, sin exclusiones”.
También ha recordado que “la Iglesia es sinodal, misionera y samaritana, que está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, sin temor a embarrarse o sufrir golpes” por ir al encuentro de los vulnerables. Por eso, ha hecho ver que “la Iglesia, con el Buen Pastor, quiere pastorear a los que caminan por las quebradas oscuras, a las ovejas extraviadas que van por caminos errados, del crimen, de la delincuencia, del mundo de las drogas”, a las ovejas más frágiles y las que “están fuera de nuestros corrales”.
Así mismo, insistió en la importancia de la familia en la preocupación pastoral, especialmente las más vulnerables, dado que “allí donde la vida se ve amenazada, donde la dignidad humana es golpeada por las injusticias, por la inequidad, por la corrupción y por la impunidad, la Iglesia está llamada a levantar su voz profética y, subsidiariamente, colaborar con misericordia para aliviar el dolor y las necesidades de los empobrecidos de nuestra sociedad”.
Desde ahí llamó a la Iglesia paraguaya a “iluminar con el Evangelio las sombras y los pecados sociales que amenazan la vida de nuestro pueblo”, a mostrar signos de esperanza a todos, buscando “el saneamiento moral de la nación”, como “tarea urgente e impostergable”, a superar la violencia y disgregación, a favorecer espacios de diálogo “que conduzcan a la paz social por el camino de la justicia y la equidad”.
Finalmente llamó a todos los cristianos a “dar testimonio de Jesucristo, con hechos y palabras”, recordando que “ser pastor significa conocer, conducir, congregar en la unidad, dar la vida”, agradeciendo la presencia de todos y pidiendo la intercesión de la Beata María Felicia de Jesús Sacramentado, y la protección de la Virgen María y de San José.