Entrevista con el subsecretario del Sínodo de los Obispos Mons. Luis Marín de San Martín: “La sinodalidad es un proceso dinámico que no termina nunca”
"Toda la Iglesia y todo lo que es Iglesia debe ser sinodal. Se trata de un proceso de escucha y discernimiento que se orienta a la común tarea evangelizadora desde la participación, interrelacionando, no anulando, las diferentes vocaciones y carismas"
"Resulta imprescindible la humildad como actitud y el amor como fundamento. Solo así seremos capaces de implicarnos en esta propuesta de renovación y esperanza y ser cauces de la gracia"
"El proceso sinodal nos une a Cristo, a una experiencia fuerte de Cristo, y al mismo tiempo hace posible una experiencia de comunidad eclesial, una experiencia de Iglesia, de comunidad que camina, que va hacia adelante, que se desarrolla, una comunidad dinámica"
"El proceso sinodal nos une a Cristo, a una experiencia fuerte de Cristo, y al mismo tiempo hace posible una experiencia de comunidad eclesial, una experiencia de Iglesia, de comunidad que camina, que va hacia adelante, que se desarrolla, una comunidad dinámica"
Luis Miguel Modino, corresponsal de RD en América Latina y Caribe
Caminar juntos, comunión en el camino. Estamos hablando de sinodalidad, de una Iglesia familia de Dios, como nos hace ver Mons. Luis Marín de San Martín. El subsecretario del Sínodo de los Obispos nos ayuda a entender la importancia de la sinodalidad, algo que pone en juego la coherencia de la Iglesia.
La sinodalidad lleva a la escucha, con humildad y amor, en una Iglesia donde la pluralidad enriquece. A pesar de las reticencias, vale la pena apostar por la sinodalidad, pues “esta es la única forma de ser Iglesia, porque es la Iglesia de Cristo”.
Sinodalidad, una palabra que podemos decir que es de la primera Iglesia, que fue impulsada hace 60 años por el Concilio Vaticano II, pero que a mucha gente todavía le suena como algo extraño. ¿Qué significa esa sinodalidad?
La sinodalidad, no tanto la palabra, pero sí el concepto, nos remite a la Iglesia primitiva, a la Iglesia de los Apóstoles. Es una Iglesia familia de Dios, participada, unida a Cristo, que evangeliza, dinámica. Esta es la sinodalidad, caminar juntos, comunión en el camino.
En primer lugar, ser cristianos significa incorporarnos a Cristo, conocer a Cristo experiencialmente, profundizar en Cristo y anunciar a Cristo. Esto es caminar, esto es propio de la Iglesia. En segundo lugar, siempre juntos, en comunidad, en familia, nunca en el aislamiento, nunca en el egoísmo, nunca en el individualismo, como comunidad, una sola Iglesia, una sola familia, juntos.
Y esto tiene que ir entrando en el ser, en el actuar y en el estilo de la Iglesia. Esta es la sinodalidad y en esto estamos. No es nada nuevo, pero al mismo tiempo puede ser nuevo el ímpetu, el acento, el darnos cuenta de lo que trae consigo esta apuesta actual por la sinodalidad.
La sinodalidad es un proceso dinámico que no termina nunca. Toda la Iglesia y todo lo que es Iglesia debe ser sinodal. Se trata de un proceso de escucha y discernimiento que se orienta a la común tarea evangelizadora desde la participación, interrelacionando, no anulando, las diferentes vocaciones y carismas. Comienza desde abajo, como experiencia eclesial, con tres ideas clave en lo que se refiere al modo de proceder: apertura, cercanía, acompañamiento.
¿Y por qué es importante la sinodalidad para la Iglesia?
Porque nos hace ser coherentes, no es algo añadido, hace referencia al ser de la Iglesia. Uno de los problemas que tenemos hoy cuando decimos que no llegamos, que hay grandes bolsas de increencia, que el número de creyentes es mínimo, es que debemos ser coherentes con nuestra fe, conocer a Cristo expriencialmente, unirnos a los demás cristianos. Y el segundo elemento el testimonio, es importante la sinodalidad porque nos impulsa a la evangelización, a una Iglesia abierta, que sale, Pueblo de Dios en camino.
Nos estamos jugando la coherencia de la Iglesia. No es una cuestión de estructuras, no es una cuestión de cambio, de reparto de poder, ni siquiera una cuestión de programación para un mejor apostolado. Hace referencia a la esencia de la Iglesia, a lo que somos, a nuestra coherencia como cristianos.
Insisto en que la sinodalidad es de toda la Iglesia. Por tanto, no se trata solo de “preparar” el Sínodo de los Obispos, sino que estamos ya viviendo y desarrollando el Sínodo, caminar juntos todo el Pueblo de Dios, como realidad de la Iglesia entera que se va concretando en diversas realidades. El Sínodo de los Obispos, no es el punto de llegada, sino un elemento más en el proceso hacia una Iglesia sinodal. Es un modo de expresar y ejercer la colegialidad episcopal, que tiene su puesto y cumple una función por lo que se refiere a los obispos. Podemos buscar otras estructuras para expresar y vivir la sinodalidad de toda la Iglesia; mejorar, pero no suplantar o anular las que funcionan. No seamos reductivos sino siempre creativos.
Uno de los fundamentos de una Iglesia sinodal es la escucha. ¿Cómo pasar de una Iglesia discente a una Iglesia oyente, qué pasos deben ser dados, que actitudes deben cambiar?
Primero cambiar el corazón y ponernos en actitud de escucha. Este es el gran reto, hemos llegado a un momento en que nos gusta mucho el hacer, el activismo, el decir, el escribir. Quizás debemos detenernos un poco y escuchar, escucharnos los unos a los otros y todos al Espíritu Santo. Porque este también es el gran reto, está costando la dimensión orante de este proceso sinodal.
Nos ponemos en seguida a discutir, a opinar, a hablar. Hacemos un trabajo sociológico, no es un trabajo de escucha, para poder discernir, escucha entre todos y todos al Espíritu Santo. Este es uno de los elementos esenciales de este proceso sinodal. Proceso de escucha, para el discernimiento, cual es la voluntad de Dios, qué es lo que nos pide Dios en este momento de la historia, como cristianos debemos tomar decisiones, este es el proceso.
Resulta imprescindible la humildad como actitud y el amor como fundamento. Solo así seremos capaces de implicarnos en esta propuesta de renovación y esperanza y ser cauces de la gracia.
¿En una sociedad plural, y en una Iglesia que debería ser plural, algo que nace del Concilio Vaticano II, como asumir ese discernimiento comunitario, superando un discernimiento exclusivamente jerárquico?
Desde la visión de Iglesia, es toda la Iglesia, una imagen de Iglesia como familia de Dios. En una familia hay un lazo de amor, sino no hay familia, habrá individualidades, la familia nos une. La Iglesia es comunión, es unidad en Cristo, es familia de Dios. Por tanto, esa unidad en el amor. Desde ahí se admite la pluralidad, las diferencias, que enriquecen y son necesarias. No podemos ir a una Iglesia estilo fotocopia, donde todos somos igual y lo mismo, pensamos lo mismo, tenemos la misma cultura, esto es imposible, esta no es la Iglesia de Cristo.
Admite la diferencia, la pluralidad, eso enriquece. Si hay unidad en el amor, las diferencias enriquecen, sino enfrentan, se convierten en ideología. El proceso sinodal, en este proceso de escucha, lo que posibilita es encontrar al otro como alguien que hace el mismo camino, que es mi familia, que es de verdad mi hermano o mi hermana, al que quiero y ayudo, que me quiere y que me ayuda. Es una Iglesia distinta, una Iglesia hogar, una Iglesia alegre, una Iglesia que entusiasma. Si no, estamos en las luchas ideológicas, las particularidades, los grupos, los enfrentamientos, esto no es la Iglesia de Cristo, esto no es Cristo. Esto es un mensaje de amor, mensaje de alegría, mensaje de Redención.
Habla del proceso de escucha. Es verdad que el Sínodo es algo antiguo en la vida de la Iglesia, ¿pero podríamos decir que la experiencia del Sínodo para la Amazonía, en el que por primera vez se llevó a cabo un proceso de escucha amplio, en el que participaron inclusive personas que no forman parte de la vida de la Iglesia expresamente, ha mudado la dinámica en la realización de los sínodos?
Ha habido dos sínodos que han marcado, uno es el Sínodo de los Jóvenes, que ayudó mucho. Y a partir de ahí fue donde se decidió que el siguiente Sínodo fuese sobre la Sinodalidad. También el Sínodo sobre la Familia, con otro estilo, que demostró que es posible, a pesar de las dificultades. La Iglesia es una Iglesia de escucha a todos, empezando por los propios cristianos, y a veces ni siquiera los cristianos nos escuchamos verdaderamente, como miembros de una familia, como seguidores de Cristo, como evangelizadores, prima más la ideología.
También escuchar a todos los que no tienen voz, algo en lo que el Papa está insistiendo mucho. No siempre los mismos, no nos quedemos con los de siempre, con círculos cerrados donde están los que más o menos piensan como nosotros, nos conformamos con la participación en la escucha de los de siempre. Hay que abrir, que todos tengan posibilidad de participar, que es lo que pasó en el Sínodo para la Amazonía. La voz de los que no hablan nunca, de los que no tienen la oportunidad de expresarse.
Incluso todos los que quieren ayudarnos con buena voluntad, que es el paso que da la Fratelli tutti. El punto sería la imagen de Dios en todo ser humano, que nos hace a todos hermanos, todos somos hijos de Dios, todos somos imagen de Dios. Todos los que quieren ayudarnos vamos a escucharlos, vamos a ayudar con este proceso de escucha y en un discernimiento, pues nos ayudan al discernimiento en el Espíritu, en diversos niveles, personal, parroquial, comunitario, eclesial, y luego se toman decisiones.
El Sínodo para la Amazonía y el Sínodo de los Jóvenes han abierto la puerta a un estilo diversos y además han mostrado que es posible. Hay que tener paciencia, ir dando pasos, con mucha tranquilidad, orando, haciendo discernimiento y caminando juntos. Esto es lo que nos remite a la Iglesia de los Padres, a la Iglesia de los primeros tiempos, no es otra cosa, no inventamos ninguna novedad, vamos a las raíces. También el Concilio Vaticano nos muestra esto, no inventa, no cambia. Quizás lo que hemos hecho nosotros ha sido cambiarla mal. Es ir a las raíces, es revivir lo que es la realidad de la Iglesia primitiva, la Iglesia de Cristo y del Espíritu.
Quiero destacar la importancia de la Conferencia de Aparecida en la promoción e impulso de la sinodalidad. Su documento conclusivo constituye, sin duda alguna, un excelente fundamento para comprender el alcance de este proceso. Junto al documento de Aparecida tenemos también su desarrollo práctico en la Asamblea de América Latina y el Caribe. Invito también a releer la exhortación Evangelii gaudium y la encíclica Fratelli tutti.
Sabemos que la sinodalidad es un camino, pero también sabemos que hay gente que está contra ese camino. ¿Qué es lo que dificulta que esa Iglesia sinodal sea asumida?
No hay que asustarnos, hay personas que no entienden bien de qué se trata, gente que con buena voluntad no lo entiende, pues quien no tiene buena voluntad, lo que uno puede hacer es que haga el menos daño posible. Entonces hay que formar, hay que dialogar, esto ya es Sínodo, caminar juntos, hablarlo, comentarlo, a lo mejor nos ayudamos mutuamente. Hay otras personas que la cuestión viene no por el desconocimiento, sino por el miedo a modificar las estructuras que siempre han funcionado.
Esto puede ser peligroso porque a veces, como hemos encontrado en sacerdotes, en obispos, incluso laicos, dicen que esto significa perder el poder, esto significa que mandan todos. La conversión es al servicio, no al poder, hay que cambiar el chip, esto es una falsa concepción del Magisterio. Hay otras personas que están desilusionadas, que dicen que otra reforma, otra novedad, va a ser siempre lo mismo. ¿Pero por qué va a ser siempre lo mismo? Dejemos al Espíritu actuar, vamos a experimentarlo, no bloqueemos al Espíritu.
Por último, hay otras personas que dicen que es un trabajo añadido, que ya tenemos mucho trabajo, hay planes pastorales, planes diocesanos, esto es como un peso más. No, es lo mismo, hacer lo que se está haciendo, pero de otra manera, más interconectados, más a la escucha, para poder realmente vivir como comunidad cristiana y poder evangelizar. Hay diferentes tipos de opinión, no hay problema si se tiene buena voluntad, si hablamos. Hay distintas velocidades, pero es curioso, el grupo más entusiasta son los laicos, en todo el mundo, sin duda alguna, y el grupo más reticente son algunos ámbitos clericales.
Nadie ha dicho que sea fácil, vamos adelante, con buena voluntad, con disponibilidad, y sobre todo hablando, vamos a hablar, escucharnos, dialogar, hacer experiencia sinodal real. Yo les digo a quienes manifiestan estas dificultades, estos problemas, que no hay que tener miedo, qué hubiera sido si los apóstoles o la primitiva Iglesia hubiesen visto los miedos de salir, de ir al Imperio Romano, de cambiar mentalidades, de hacer apuestas fuertes. El Espíritu nos guía, y él es el que nos va guiando, sin duda alguna, y esto nos da tranquilidad, esto también nos da seguridad.
¿Por qué vale la pena apostar por una Iglesia sinodal? ¿Cuáles son las riquezas que podemos encontrar en esta forma de ser Iglesia?
Esta es la única forma de ser Iglesia, porque es la Iglesia de Cristo. El proceso sinodal primero nos une a Cristo. No existe otro Cristo que el Cristo Resucitado, y el Cristo Resucitado es el Cristo unido a su Iglesia, a todos los bautizados, al pueblo de Dios, este es el Cristo, no hay Cristo separado de su Iglesia.
Por tanto, el proceso sinodal nos une a Cristo, a una experiencia fuerte de Cristo, y al mismo tiempo hace posible una experiencia de comunidad eclesial, una experiencia de Iglesia, de comunidad que camina, que va hacia adelante, que se desarrolla, una comunidad dinámica. Sobre todo, el proceso sinodal es importante porque es un momento del Espíritu, que, y aquí viene la dificultad, necesita de nosotros. Fue algo que el Papa le dijo al pueblo de Roma hace un año, el Espíritu Santo nos necesita.
Podemos frustrar la acción del Espíritu, esto es muy serio. Podemos ser cauce de la gracia, cauce del Espíritu, y esto es la apuesta, la oferta del proceso sinodal. Por eso estamos en un momento crucial, en un Kairós, que pide nuestra colaboración, nuestra participación. Cuando alguna persona, sea un sacerdote, un obispo, un laico, dice yo no participo, tengamos en cuenta que estamos frustrando la acción del Espíritu, y esto es muy serio. Tu participación o no participación, repercute en los demás.
El tiempo de la pandemia nos ha puesto de relieve nuestras iglesias que se vacían, la gente que no va a misa, ha descubierto lo telemático, nos hemos dado cuenta, sobre todo aquí en Europa y en el mundo occidental, que tenemos dos problemas muy serios. Primero que nuestros cristianos no necesitan de la comunidad, un cristianismo individualista, donde no nos conocemos, donde decimos queridos hermanos y hermanas, pero no es verdad, donde el otro me es indiferente. En la comunidad cristiana, en la sinodalidad, somos comunidad, somos familia, nos hace vivir el reto de la comunidad.
El segundo reto es el de la Eucaristía, recibir a Cristo, Cristo que se hace alimento, Cristo que viene a nosotros, Cristo que nos hace apóstoles. Este es el reto que tenemos. La sinodalidad nos hace darnos cuenta e impulsarnos hacia una Iglesia mucho más coherente, como decía al principio, mucho más viva. Y estamos llamados a comunicar entusiasmo, Cristo entusiasma, siempre. Y Cristo implica, implica necesariamente en el mundo. No es un producto de laboratorio, de grupos o de rituales. Cristo es presencia, presencia salvífica en el pueblo, en la gente, en el mundo. Presencia alegre y entusiasta.
Esta es la sinodalidad, este es el camino, y no podemos hacerlo solos, juntos, en unidad con Cristo, participación en Cristo y en comunidad con los hermanos y hermanas. Es algo que entusiasma, que es la respuesta de Dios en este momento de postpandemia, de injusticias, de guerra, de soledad, de falta de valores. La respuesta de Dios es la sinodalidad, que yo lo resumo fácilmente: más Cristo, más Iglesia.