Un texto que apuesta por un cambio radical en la Iglesia y la sociedad amazónicas Pacto de las Catacumbas por la Casa Común, una Iglesia con rostro amazónico, pobre y servidora, profética y samaritana
El texto contiene quince compromisos, que pretenden mostrar “un sentimiento de urgencia que se impone ante las agresiones que hoy devastan el territorio amazónico, amenazado por la violencia de un sistema económico depredador y consumista”
En continuidad con el Pacto de 1965 se renueva el compromiso con los pobres, hoy representados en los pueblos originarios
Que este nuevo pacto pueda cambiar los destinos de una Iglesia que busca nuevos caminos
Lee aquí el Pacto de las Catacumbas por la Casa Común
Que este nuevo pacto pueda cambiar los destinos de una Iglesia que busca nuevos caminos
Lee aquí el Pacto de las Catacumbas por la Casa Común
| Luis Miguel Modino, enviado especial al Sínodo
Hay lugares que tienen un significado especial y se convierten en una referencia en la vida de la gente y de las instituciones. El Concilio Vaticano II fue momento en que se quiso construir una Iglesia pobre y para los pobres, algo que expresó el 16 de noviembre de 1965 en la Catacumba de Santa Domitila, donde unos cuarenta obispos, principalmente de América Latina, firmaron el Pacto de las Catacumbas, donde en trece cláusulas, los firmantes se comprometían a llevar una vida sencilla y sin posesiones.
El 20 de octubre de 2019 puede convertirse nuevamente en una fecha histórica, pues en el mismo lugar que se rubricó el Pacto de las Catacumbas se ha firmado el Pacto de las Catacumbas por la Casa Común, en un deseo de asumir una Iglesia con rostro amazónico, pobre y servidora, profética y samaritana. De nuevo han sido unos 40 obispos, acompañados por otros padres sinodales, auditores, auditoras, peritos y peritas, así como algunos de los participantes en la Amazonía Casa Común. Juntos han celebrado una Eucaristía presidida por el Cardenal Claudio Hummes, alguien que goza de gran respeto y admiración entre los obispos de la región, y que también ha contado la presencia del Cardenal Pedro Barreto.
Las Catacumbas fueron lugares donde los primeros cristianos derramaron su sangre, por lo que el gesto realizado no inicio de la celebracion de sellar con el pulgar esa sangre en un paño se puede considerar un compromiso de una Iglesia que quiere ser semilla de vida en la Amazonía, siguiendo lo realizado hace más de 50 años en el mismo lugar, un momento cuyo sentido era explicado a los más 200 participantes de la celebración por el teólogo brasileño José Oscar Beozzo. Ese recuerdo del primer pacto también se hizo presente en la estola tantas veces usada por Don Helder Cámara, uno de sus grandes inspiradores, con la que celebró el Cardenal Hummes, lo que señló que le emocionaba, y su alba, con la que se revistió Monseñor Adriano Ciocca, obispo de São Felix do Araguaia, donde fue obispo uno de los que llevaron más al extremo ese pacto, Pedro Casaldáliga.
En su homilía, el Cardenal Hummes, definía el momento como conmovedor y significativo, en un lugar que fue refugio de los cristianos perseguidos, de martirio, en "unatierra santa que nos inspira". Como sucedió con los primeros cristianos, el cardenal pedía que Dios de fortaleza a la Iglesia, que siempre que se reforma, y el Sínodo para la Amazonía es una tentativa de buscar nuevos caminos, debe volver a sus raíces, purificar y redescubrir el gran contenido del mensaje de Jesús y conseguir reencarnarlo en nuestro tiempo. Siguiendo las palabras de Pablo en la liturgia de la Palabra, Hummes hacía una llamada a anunciar la Palabra en la Amazonía, también a aquellos que se oponen al proyecto de Dios, sirviendo exclusivamente al dinero, para que así se conviertan. Al mismo tiempo, insistía en la necesidad y en la fuerza de la oración, algo muy necesario en este Sínodo, para que Dios ilumine y lleve a escuchar a los pueblos y en ellos la voz del Espíritu.
El texto contiene quince compromisos, que pretenden mostrar “un sentimiento de urgencia que se impone ante las agresiones que hoy devastan el territorio amazónico, amenazado por la violencia de un sistema económico depredador y consumista”. Los compromisos tienen un claro cariz ecológico, que nace del hecho de “reconocer que no somos dueños de la madre tierra”, algo que compromete a los firmantes a “acoger y renovar cada día la alianza de Dios con todo lo creado”.
En continuidad con el Pacto de 1965 se renueva el compromiso con los pobres, hoy representados en los pueblos originarios, llamados a “ser protagonistas en la sociedad y en la Iglesia”, lo que demanda respeto y acogida en pie de igualdad, abandonando “toda clase de mentalidad y postura colonialistas”, y la denuncia de “todas las formas de violencia y agresión” contra los pueblos indígenas, su identidad, sus territorios y sus formas de vida.
El anuncio del Evangelio debe partir de la acogida a quien vive en otra cultura y a quien profesa otra religión, incluso con quien forma parte de la Iglesia católica, con quien es necesario caminar juntos, en sinodalidad, que se debe traducir en la vida cotidiana de las diócesis, parroquias y comunidades, y en ministerialidad, que haga posible la atención a los más vulnerables y excluidos.
El Pacto insiste en cambiar el modo de hacer pastoral en la Amazonía, pasando de la visita a la presencia, asegurando que “el derecho a la Mesa de la Palabra y la Mesa de la Eucaristía se haga efectivo en todas las comunidades”, en una clara apuesta por la ordenación de hombres casados, a lo que se une la necesidad de “reconocer los servicios y la real diaconía de la gran cantidad de mujeres que dirigen comunidades en la Amazonía hoy y buscar consolidarlas con un ministerio apropiado de mujeres líderes de comunidad”.
La pastoral en las ciudades, el protagonismo de laicos y jóvenes, la atención a las periferias y migrantes, trabajadores y desempleados, los estudiantes, educadores, investigadores y al mundo de la cultura y de la comunicación, son elementos abordados en el texto, que hace una llamada a dejar de lado el consumismo y asumir “un estilo de vida alegremente sobrio, sencillo y solidario”, con actitudes de cuidado de la Casa Común y compromiso con los profetas y los pobres.
El Pacto de las Catacumbas cambio la vida de muchos obispos y el rumbo de muchas Iglesias en el Postconcilio, que este nuevo pacto pueda cambiar los destinos de una Iglesia que busca nuevos caminos, al servicio del cuidado de aquello que sustenta nuestra vida, nuestra Casa Común. Los pastores se han comprometido, que ellos sepan transmitir este compromiso a aquellos que el Señor les ha confiado.