La Iglesia en el territorio tiene el protagonismo principal y puede generar los cambios reales Romy Gallegos: “con los pueblos indígenas aprendí cómo ser una Iglesia no solo maestra, sino discípula y aprendiz”
"Los territorios tienen, o deben tener, la mayor responsabilidad de llevar a la vida el sueño que planteó el Sínodo"
“Como Iglesia tenemos mucha historia, mucho camino recorrido, mucho proceso andado y muchas luces y sombras”
"Debemos ir encontrando los caminos para seguir empujando las propuestas y urgencias con respecto a todas las culturas que viven en la Panamazonía"
"La gran habilitación que nos dio el proceso sinodal es a repensar la forma en cómo estamos siendo Iglesia y esta ha sido la gran posibilidad de transformación"
"Los pueblos tienen luz en sus ojos, tienen esperanza y creen realmente que la Iglesia puede cambiar y convertirse en una verdadera aliada en sus luchas y ayudarles"
Sueña “con una Iglesia que esté siempre dispuesta al cambio..., que no tema cambiar su estructura y su institución, que escuche a Cristo Encarnado y se deje llevar por él, y así ser en modelo y forma Iglesia Pueblo de Dios”
"Debemos ir encontrando los caminos para seguir empujando las propuestas y urgencias con respecto a todas las culturas que viven en la Panamazonía"
"La gran habilitación que nos dio el proceso sinodal es a repensar la forma en cómo estamos siendo Iglesia y esta ha sido la gran posibilidad de transformación"
"Los pueblos tienen luz en sus ojos, tienen esperanza y creen realmente que la Iglesia puede cambiar y convertirse en una verdadera aliada en sus luchas y ayudarles"
Sueña “con una Iglesia que esté siempre dispuesta al cambio..., que no tema cambiar su estructura y su institución, que escuche a Cristo Encarnado y se deje llevar por él, y así ser en modelo y forma Iglesia Pueblo de Dios”
"Los pueblos tienen luz en sus ojos, tienen esperanza y creen realmente que la Iglesia puede cambiar y convertirse en una verdadera aliada en sus luchas y ayudarles"
Sueña “con una Iglesia que esté siempre dispuesta al cambio..., que no tema cambiar su estructura y su institución, que escuche a Cristo Encarnado y se deje llevar por él, y así ser en modelo y forma Iglesia Pueblo de Dios”
Luis Miguel Modino, corresponsal de RD en América Latina y Caribe
Quien nos cuenta todo eso es Romy Gallegos, que forma parte del equipo de la Secretaría de la Red Eclesial Panamazónica – REPAM. En su trabajo en los últimos años ha ido descubriendo que “la Iglesia en el territorio tiene el protagonismo principal y son los que pueden generar los cambios reales que el Papa Francisco sueña y que la misma realidad exige”. Eso es fundamental, como ella misma reconoce para tener “cuidado con los nuevos tipos de colonización a los pueblos”, una advertencia que el Papa Francisco hace en Querida Amazonía al inicio del sueño social.
Una actitud fundamental es empujar lo que ya se está haciendo, que es mucho, independientemente de que ello haya sido recogido en los documentos surgidos a lo largo del proceso sinodal. Romy Gallegos afirma que “como Iglesia tenemos mucha historia, mucho camino recorrido, mucho proceso andado y muchas luces y sombras”. Desde ahí, insiste mucho en impulsar procesos de formación, “sobre todo vinculando los temas de inculturación, de ecología integral, de diálogo intercultural y sobre el liderazgo femenino”.
Todo lo expresado en esta entrevista es algo que a Romy Gallegos le permite soñar, “con una Iglesia coherente”, que haga carne lo que dice y escribe, con una Iglesia que actúa de inmediato ante las necesidades, “que no espera a tener un documento para transformarse..., con una Iglesia que se siente y escuche”, una Iglesia que no impone lo que nos otros deben ser, sino que “construya lo que ella primero puede ser, para luego dialogar con los otros”. También sueña “con una Iglesia que esté siempre dispuesta al cambio..., que tome en serio el tema de la desinversión de las grandes empresas extractivas..., que no tema cambiar su estructura y su institución, que escuche a Cristo Encarnado y se deje llevar por él, y así ser en modelo y forma Iglesia Pueblo de Dios”.
Con la publicación de Querida Amazonía se ha impulsado todavía más el proceso postsinodal, que mucha gente coincide en que es el momento en que se pone en juego todo lo reflexionado durante el proceso sinodal. ¿Cuál es la importancia que el territorio y los pueblos del territorio pueden tener en ese proceso postsinodal?
En este nuevo momento, después de toda la alegría, de toda la emoción, de toda la generación de tantas expectativas, es tiempo que se encarnen, se trabajen, se asuman los compromisos y los buenos deseos, para que puedan realmente convertirse en acciones y solamente desde el protagonismo del territorio puede esto hacerse realidad.
Creo que los territorios tienen, o deben tener, la mayor responsabilidad de llevar a la vida el sueño que planteó el Sínodo. Ahora es el tiempo de retomar lo que la gente dijo, soñó, pidió durante el proceso de consulta, pero también de retomar lo que ha sido el sueño de tantos años sobre el modelo de Iglesia en América Latina, y sobre todo en la Amazonía. Debemos tomar todo lo positivo y bueno que nos ha dejado, tanto el Documento Final de la Asamblea como la Exhortación, pero sobre todo retomar todo eso que la gente propuso y que a lo mejor no puede estar literalmente, o directamente, recogido en la Exhortación, o en los documentos, pero que es apuesta y es sueño de la gente en los territorios. La Iglesia en el territorio tiene el protagonismo principal y son los que pueden generar los cambios reales que el Papa Francisco sueña y que la misma realidad exige.
En Querida Amazonía, en concreto en el número 32, se habla de la gran variedad de pueblos en consecuencia del territorio en el que viven. ¿Podríamos decir que siguiendo eso que acabas de decir, independientemente de que haya aparecido en el Documento Final o en la Exhortación, es momento de retomar, a partir del territorio, elementos que surgieron en el proceso de escucha?
Totalmente, creo que el mayor cometido del Sínodo fue darnos la esperanza de que la Iglesia puede sentarse a escuchar, que la Iglesia no es solamente el obispo, ni los sacerdotes, ni los misioneros o misioneras, sino que la Iglesia somos todos, la Iglesia es el Pueblo de Dios, la gente laica, la gente vinculada, la gente creyente, la gente que transforma el día a día la realidad con su testimonio, la gente que cree en un Cristo Resucitado y Encarnado en su realidad. Creo que una de las mayores expresiones de esperanza que nos dio el Sínodo es que esto solo puede convertirse en realidad si realmente se vuelve a las personas, a los pueblos, a todos y a cada uno, ese sueño.
Nos permitimos soñar, nos animamos a pensar que los sueños pueden ser posibles, nos dieron la esperanza que es posible plantear todos esos temas, ser osados y osadas en lo que proponemos. Y ahora se nos devuelve para que el sueño no se quede en sueño, y que lo que se habilitó y se animó gracias a los documentos, al trabajo de los Obispos, auditores, peritos, y al mismo Papa Francisco, se fortalezca. Debemos ir encontrando los caminos para seguir empujando las propuestas y urgencias con respecto a todas las culturas que viven en la Panamazonía, a las poblaciones, a las mujeres, a los pueblos indígenas, a las culturas afros, a las culturas ribereñas, a la cultura urbana, etc. Por ello, creo firmemente que es el Pueblo de Dios el que va marcando el ritmo de esos cambios, y de esas apuestas.
Muchos coinciden en que el Documento Final, y sobre todo Querida Amazonía, son textos que abren muchas posibilidades de cara al futuro. ¿Cómo la Iglesia y los pueblos que habitan en el territorio podrían aprovechar esas posibilidades?
Creo que hay historia y procesos ya existentes, que se afianzan con los documentos del Sínodo y que permiten continuar con los nuevos caminos. Veo con mucha emoción y potencial toda la dimensión de procesos de formación. Creo que este es un camino muy interesante, que tiene muchas aristas y que los dos documentos nos animan a repensar los procesos formativos, en todos los niveles, para todos los miembros de la Iglesia, y sobre todo vinculando los temas de inculturación, de ecología integral, de diálogo intercultural y sobre el liderazgo femenino.
Tenemos que volver con la gente que estuvo involucrada en los procesos y que soñó eso también. Siento que hay que animar mucho a sentir cómo nuestra voz y el sueño común se encuentran en los documentos, y en caso de no sentirnos reconocidos, identificar cómo fortalecer los espacios de esperanza y de construcción que tenemos en nuestra jurisdicción eclesiástica, para continuar habilitando espacios para proponer otros sueños, u otras apuestas/propuestas también. La primera parte es recordar, es volver a retomar eso que se dijo al inicio. Ahí también está la fuente de cómo la gente puede sentir que esto es propio y que no es impuesto, que no viene de afuera.
Porque también hemos escuchado en algunos espacios, que tal vez la gente no conoce, o no conoció mucho el proceso de escucha inicial. Entonces no logra reconocer de dónde viene esto, por qué se proponen estos temas, o por qué salen esas cosas, o por qué faltan otros temas, etc. La gran habilitación que nos dio el proceso sinodal es a repensar la forma en cómo estamos siendo Iglesia y esta ha sido la gran posibilidad de transformación. Ya sólo haciéndonos esa pregunta, en cada territorio, en cada pastoral, en cada vicariato, en cada espacio de Iglesia, con las culturas, ya abre a no sólo tomar en consideración los números y las propuestas del Documento Final y de la Exhortación Apostólica, sino que nos exige construir planes pastorales que hagan realidad las propuestas dichas por estos territorios y a plantear los nuevos caminos aterrizados en cada realidad.
Hablas de replantearnos nuestra forma de ser Iglesia, de escuchar. En el número 70 de Querida Amazonía, que sería uno de los objetivos principales, porque el Papa siempre habló de una Iglesia con rostro amazónico y rostro indígena, dice que la Iglesia necesita escuchar su sabiduría ancestral y reconocer la riqueza del estilo de vida de las comunidades de los pueblos originarios. ¿Por qué la Iglesia debe escuchar a los pueblos, inclusive en este momento que ya es de aplicación de las decisiones del Sínodo, necesita seguir conociendo, escuchando, atenta a la realidad donde quiere anunciar el Evangelio?
Porque como Iglesia tenemos mucha historia, mucho camino recorrido, mucho proceso andado y muchas luces y sombras. Si hay algo que se repitió con mucha fuerza en los encuentros de escucha sinodal fueron los dolores y heridas que existen en los territorios, en los diversos pueblos indígenas y no indígenas. Creo que algunas de estas heridas fueron las acontecidas durante la colonización, y no quisieron ser apropósito, pero son dolores que marcaron mucho la historia de los pueblos en la Amazonía e involucran directamente a la Iglesia que llegaba en este momento, es una historia que debe ser resarcida.
Necesitamos escuchar con más atención, y en todos los casos que ameriten, continuar pidiendo disculpas por las sombras de nuestra Iglesia. El Papa Francisco lo ha hecho en varias ocasiones, y pone el ejemplo de cómo debemos seguir haciéndolo. La REPAM, en muchos de sus encuentros de diálogo con pueblos indígenas, también ha ofrecido este pedido de disculpas, porque solo así se puede intentar plantear nuevas formas de relacionarnos. En alguna ocasión, una lideranza indígena nos dijo que no basta sólo con pedir perdón, que la Iglesia debe ir más allá y fueron palabras que calaron hondo para comprender mejor esta historia tan compleja.
La escucha implica tomarnos en serio el ejercicio de replantearnos eso que somos y cómo somos. Porque no vamos a escuchar para seguir actuando igual, y ahí debemos tener cuidado para que la escucha no se vuelva instrumental. Necesitamos un espíritu sincero que nos permita escuchar y respetar a las culturas indígenas y no indígenas de la Amazonía. El Papa Francisco lo habla muy claro en el inicio del sueño social, “cuidado con los nuevos tipos de colonización a los pueblos”.
Podríamos escuchar a los pueblos y no construir realmente las nuevas formas de actuación como Iglesia, porque podríamos transformarnos superficialmente y tal vez no estaríamos haciendo la verdadera conversión que se requiere. Con respeto y cuidado, me atrevo a decir que esta conversión comienza por preguntarnos si lo que estamos haciendo realmente responde a las necesidades que los pueblos gritan y por los cuales están perdiendo la vida. A nivel personal, sueño en la forma cómo podemos mejorar esa respuesta, para que este proceso Sinodal que nació con los territorios y que se devuelve ahora a ellos no sea un ejercicio de nueva colonización. Sueño con una verdadera conversión y transformación eclesial, que nos exija repensar cómo estamos dejándonos tocar por la realidad que sangra y que nos pide responder al estilo de Jesús.
A lo largo de todo este tiempo que has trabajado en la secretaría de la REPAM has participado de muchos momentos de escucha y de conocimiento de lo que los pueblos viven. ¿Qué es lo que eso te ha enseñado personalmente, sobre todo de cara al futuro, y cuál sería tu perspectiva para que eso pueda ser asumido por más gente?
Aprendí muchísimo sobre los diversos estilos, formas y particularidades de ser Iglesia en las Amazonías de Brasil, Colombia, Perú y Ecuador, pero pienso que aprendí muchísimo en el espacio de escucha a los pueblos indígenas de toda la Panamazonía, que se realizó en la comunidad Monilla Amena, en Leticia – Colombia. Este espacio fue realmente estar en medio de los pueblos, escuchando como ellos hablan, tal vez sin necesidad de que nos lo traduzcan, sino sólo estando presentes. Este espacio me hizo sentir lo pequeño que somos, aprendí cómo se siente ser una Iglesia que no solo es maestra, sino convertirnos en una Iglesia discípula, en una Iglesia aprendiz con ellos. Este ha sido uno de los momentos más grandes y representativos de lo que significa callar y escuchar. Lo mismo fue con el encuentro de mujeres, la posibilidad de sentir las diversas formas y la diversidad de las mujeres, de los territorios, de las realidades y sentir con mucha humildad y privilegio el estar ahí en medio, escuchando y documentado lo que es la voz y la vida de la Panamazonía.
Creo que es importante clarificar que no hay una sola respuesta, y que la REPAM no tiene la última palabra. Creo sin duda alguna, que este momento en la historia del mundo, de la humanidad y de la Iglesia nos exige sentarnos todos. Aunque nos demoremos más, es necesario hablar, escucharnos y decidir juntos. Esto nos convoca a todos, a quienes viven en la Panamazonía y en las “otras selvas” que deciden el futuro de este territorio.
Por otra parte, los espacios de escucha me dieron, a nivel personal, la posibilidad de desarrollar una nueva forma de oír, separar lo que pueden ser expectativas personales, y disponer el corazón para siempre dejarnos sorprender por lo que los pueblos indígenas y de otras culturas de la Panamazonía nos tienen que decir, y la forma cómo su palabra aporta a la propia vida. En cada espacio que pude participar sentí con mucha fuerza cómo su vida y su lucha inspiran a un nivel de transformar las apuestas personales, personas concretas, realidades concretas me alimentaron de formas que no conocía, alimentaron mi corazón, mi conciencia de lucha y resistencia, de construcción colectiva, y de esperanza en la experiencia de una Iglesia encarnada en su realidad, y sobre todo, aportaron al sentido de misión de mi vida y trabajo.
Esta experiencia me permitió también reconocer y ver cómo una es muy chiquita para ver la magnitud de la expresión de Dios vivo en estas realidades, de lo que para nosotros es Dios, y lo que para los pueblos y las otras culturas puede tener otros nombres, o inclusive no llamarlo así directamente. Reconocer que el misterio de la vida y de la encarnación va mucho más allá, y sentirnos uno más con ellos, sentirnos como familia, sentirnos como lo que me ha enseñado el pueblo Munduruku, sobre todo Arnaldo, Juarez, y Daniela, la forma cómo somos parientes, hijos e hijas del mismo padre y madre, aunque tengan nombres diferentes y proveniencias diferentes, pero nos une la misma lucha y nos une el mismo territorio. Un misterio de sentirnos parientes en la Panamazonía.
Otra cosa que nos muestran los pueblos es la esperanza. Yo sigo extremadamente sorprendida que tras cada espacio de dolor, de vulneración de derechos, de amenazas, de criminalización, de asesinato, de muerte, de sangre, los pueblos tienen luz en sus ojos, tienen esperanza y creen realmente que la Iglesia puede cambiar y convertirse en una verdadera aliada en sus luchas y ayudarles. Ellos tienen una confianza especial que creo que nosotros no siempre la tenemos, o que nosotros la perdemos más fácilmente. Creo que es una de las formas de entender la vida más transformadora.
Hay mucho de la Panamazonía que no tenemos aún la forma de comprender, porque tal vez no se comienza comprendiendo con la cabeza, sino que se comprende desde el corazón. A nivel personal, siempre me sentí muy tocada y muy trastocada en cada espacio, muy confrontada, muy desafiada, para reconocer cuál es mi rol en medio de esto que se revela y de todo lo que esta realidad requiere. Un desafío que forma parte del servicio de la red, que es acortar distancias, servir de puentes y fortalecer la articulación en los territorios, desde ellos, con sus capacidades, sin forzar las cosas.
El Papa Francisco sueña, la Iglesia sueña, pero tú, personalmente, ¿qué es lo que sueñas para el futuro de la Amazonía y de los pueblos que la habitan, especialmente para el futuro de los pueblos originarios?
Sueño con una Iglesia coherente, que lo que dice en discurso, que lo que escribe en documentos, realmente lo haga carne. Sueño con una Iglesia que no espera a tener un documento para transformarse, sino que pueda reconocer en la realidad que está siendo vulnerada, y en los hermanos y hermanas, en los parientes, que están siendo violentados, encuentre las formas para acompañarlos inmediatamente. Sueño con una Iglesia que se siente y escuche antes de que juzgue a una mujer, por lo que haga, por lo que deje de hacer, por lo que deba decir que sea.
Sueño con una Iglesia que no pretenda establecer ese deber ser para todos, sino que más bien construya lo que ella primero puede ser, para luego dialogar con los otros. Sueño con una Iglesia que esté siempre dispuesta al cambio, que lo que ahora damos por sentado, si en 10 años ya no tiene sentido, entonces que se lo replantee, que no espere a volver a tener un Sínodo para reconocer todo lo que puede hacer para responder a la realidad que grita, que no esperemos años para cambiar lo que ahora requiere replantearse. Sueño con una Iglesia que tome en serio el tema de la desinversión de las grandes empresas extractivas, para que eso nunca impida que podamos denunciar los atropellos y vulneraciones que comenten. Sueño en una Iglesia que no tema cambiar su estructura y su institución, que escuche a Cristo Encarnado y se deje llevar por él, y así ser en modelo y forma Iglesia Pueblo de Dios.