El Sínodo es un proceso que se prolonga en el tiempo Nada acabó, seguimos navegando
Ha sido un momento en el que he descubierto la presencia de Dios que camina con su pueblo, con esta Iglesia
En cada letra que iba escribiendo está la vida de muchas personas, en cuya sabiduría, aquella que no está en los libros, encontré la inspiración para contar al mundo que la Amazonía, su Iglesia, los pueblos que la habitan, especialmente los pueblos originarios, encierran muchos elementos que dejan traslucir la presencia de un Dios que no está encerrado en estructuras humanas
El Papa nos dijo, “informen bien”. Eso significa ser fiel a las voces de los pueblos y a la voz de la Iglesia, a la voz de Pedro, que hoy guía nuestra canoa
El Papa nos dijo, “informen bien”. Eso significa ser fiel a las voces de los pueblos y a la voz de la Iglesia, a la voz de Pedro, que hoy guía nuestra canoa
| Luis Miguel Modino, enviado especial al Sínodo
Sabemos que a veces las dificultades están ahí, pero Dios nos da la capacidad de discernir y saber encontrar el modo de poder superarlas para que nuestro viaje continúe. La Iglesia en la Amazonía ha entrado en un proceso de conversión, de nuevos caminos, de una nueva navegación, para llevarla a estar más presente en la vida de los pueblos, desde una actitud de escucha, mostrando que está a su lado, en las duras y en las maduras.
Llegaremos más lejos si continuamos juntos, si nos convencemos de que juntos somos más, si atendemos a las indicaciones de quien hoy está orientando por donde debemos seguir nuestro viaje. Sí, me refiero al Papa Francisco, alguien de quien en estos días escuché que tiene a Dios y lo da, algo que comprobé, especialmente en sus gestos, sencillos, pero que llegan al corazón de la mayoría, siempre sabiendo que los corazones de piedra no son cosa del tiempo de los profetas bíblicos.
Nunca me imaginé verme en algo similar, pero reconozco que ha sido un momento en el que he descubierto la presencia de Dios que camina con su pueblo, con esta Iglesia. Creo que esa imagen del Pueblo de Dios que peregrina se hizo muy presente el día que se iniciaron los trabajos, rostros felices, aunque también estaban algunos de aquellos que se empeñan en encajonar a Dios en sus pequeñas mentes y estructuras. Los mismos que vigilaban con ojos inquisitoriales el otro momento en que descubrí todo eso, el Vía Crucis, donde los clamores de la Madre Tierra y de los pueblos resonaron en el centro del catolicismo, donde la sangre derramada de los mártires se presentó como fuente de vida para la humanidad.
Unos pueblos que nunca practicaron la religión del yo, que sí practica quien sigue “considerándolos inferiores y de poco valor, desprecia sus tradiciones, borra su historia, ocupa sus territorios, usurpa sus bienes”, como nos decía el Papa Francisco en la homilía de la Eucaristía con la que se ha encerrado la asamblea sinodal. En su forma de entender la vida, a partir de la comunidad, nos muestran que “el verdadero culto a Dios pasa a través del amor al prójimo”.
Aunque no estuviese dentro del aula sinodal, reconozco que me he sentido parte de una historia de construcción colectiva, que continúa, y donde intentaremos seguir haciendo lo que el Papa Francisco nos decía a los que estábamos a la salida de la última congregación general del Sínodo, “informen bien”. Eso significa ser fiel a las voces de los pueblos y a la voz de la Iglesia, a la voz de Pedro, que hoy guía nuestra canoa. Algunos, los que siempre han intentando hundirla, también en estas tres semanas, seguro que ya se han bajado, pues han descubierto que tienen poco que hacer, Dios ha mostrado una vez más que está acompañándonos, Él es el dueño de la canoa. A Él le agradezco por permitirme estar dentro, también a quien me invitó a subirme, pues las mediaciones humanas también cuentan.
Hago mías las palabras de la homilía de Francisco, en una tentativa de hacer lo posible para que se quede atrás lo que él denuncia “cuántas veces, también en la Iglesia, las voces de los pobres no se escuchan, e incluso son objeto de burlas o son silenciadas por incómodas”. Por eso, “recemos para pedir la gracia de saber escuchar el grito de los pobres: es el grito de esperanza de la Iglesia”. Informar sobre eso también es una forma de testimoniar el Evangelio. En eso estamos y en eso seguiremos.