Irremediablemente, cuando tenemos un encuentro con Dios, de manera profunda, provoca en nosotros un movimiento, un cambio… una transformación. Esa relación surgida del tú a tú hace crecer en el ser humano uno de los sentimientos más fuertes que existen, el amor.
El amor hace que el “yo” comience a tener unos matices distintos y a aparta el ego para acercarse a otras realidades… ya que lo que hasta ese momento se había conocido… era un tanto ficción, ilusión y mentira. No somos solos en la vida, no caminamos solos en nuestro quehacer; al contrario, necesitamos la sonrisa del otro, el cariño y el abrazo de quien nos rodea, por eso, cuando hemos descubierto esta necesidad, es cuando nos acercamos al verdadero significado del amor. Amar es dar, ofrecer, olvidarse de los propios caprichos para pensar en lo que agrada al otro; también es dolor, sufrimiento, porque el amor es como una rosa, bella y hermosa, aunque posea también espinas.
La alegría profunda en el ser humano sólo nace en él cuando se ha aprendido a amar, cuando el egoísmo ha dejado de instalarse en la persona y cuando los primeros atisbos de amor surgen en la vida. No desechemos la oportunidad de amar a las personas, la felicidad de la gente que amamos es nuestra felicidad. Texto: Hna. Conchi García.