Fe... Caminar sin ver
Ya de mayores también en ocasiones nos parece que caminamos sin ver. Seguimos andando, sin conocer exactamente el rumbo, avanzamos hacia una meta que nos parece perdida, y corremos el riesgo de olvidar cual es nuestra única y definitiva Meta.
| Gemma Morató / Hna. Carmen Solé
Muchas veces cuando éramos pequeños habíamos jugado a caminar sin ver, quizás incluso nos gustaba permanecer con los ojos bien cerrados y tapados guiados solo por las manos de los compañeros de juego. Aun conociendo el camino, todo nos parecía distinto. Nuestros amigos nos enviaban a buscar cualquier objeto mejor o peor escondido y siempre buscábamos alcanzar la meta propuesta.
Ya de mayores también en ocasiones nos parece que caminamos sin ver. Seguimos andando, sin conocer exactamente el rumbo, avanzamos hacia una meta que nos parece perdida, y corremos el riesgo de olvidar cual es nuestra única y definitiva Meta.
Mientras recorremos el camino de la fe, caminamos sin ver, pero avanzamos seguros de alcanzar el Encuentro definitivo con el Dios que nos ama. Podemos correr el riesgo de perdernos por el camino, de avanzar por sendas equivocadas que no conducen a ninguna parte o que hacen el camino más largo y difícil, pero en todo caso, estamos seguros de que Alguien guía nuestro caminar, aunque nos parezca que avanzamos a ciegas.
Buscando a Dios, aunque por un camino equivocado, corriendo de ciudad en ciudad, con documentos que avalan su misión destructora, San Pablo ve una luz que lo ilumina y le deja ciego, pero encuentra unas manos amigas que le conducen hacia recuperar la visión y verlo todo con una luz nueva, la del Señor a quien él persigue, Jesús, el Hijo de Dios que le ama.
Caminar sin ver puede ser en muchas ocasiones sinónimo de camino equivocado, pero puede significar también confianza y seguridad en Aquel que guía nuestros pasos por el camino de la paz hasta la total contemplación de Dios.