Morir para dar vida

Todo en la vida sirve para ayudarnos, sea como sea, todo ayuda y es camino para llegar a ser lo que somos. Recordar encuentros, conversaciones, lecturas... ¿por qué no?; es por eso que escribo estas líneas, para compartir un momento ,aquello que vivo y quiero.

En el evangelio, las parábolas nos enseñan y muestran un camino, un camino que nos está hablando de todo lo relacionado con nuestra propia vida, es decir, Jesús realizaba una comparación para aproximarse a cada uno de nosotros y así, enseñarnos lo que Dios espera de nuestra persona.

La parábola del sembrador siempre me llegó con gran fuerza porque, de alguna manera, la semilla se identifica rápidamente con la vida. Al igual que la semilla que para dar fruto primero ha de morir... así, mi vida no puede dar fruto sino me olvido de mis comodidades y de lo que me conviene, sino me olvido de todo lo que sea mi círculo.

Cuando soy capaz de abrir de par en par las puertas de mí misma, sabré acoger, escuchar, hablar, compartir, dar una palabra de ánimo y un abrazo. Esto repercute en la vida positivamente, de manera que ese “morir” a mí y mis caprichos se convierte en un vivir que ensancha el corazón. De una semilla, nace un árbol o aquella planta que esté destinada a ser, aunque el proceso pueda resultar lento o doloroso al final no sólo crece sino que da su fruto y ofrece de lo que tiene sin reservas.

Que nuestra vida sea una acción de gracias continua por el don de la vida, por todo lo que recibimos de bueno y de esperanzador. Crecer y ser más grandes de corazón está siempre que no nos cegamos por las cosas, sino que aparece en ese morir que trae vida. Texto: Hna. Conchi García.
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