Vida... El Padre bueno
¿Cuántas veces nos alejamos de Dios porque necesitamos respiro?
| Gemma Morató / Hna. Conchi García
La liturgia nos presenta en varias ocasiones la parábola del Hijo pródigo, aquella que nos dice cómo somos nosotros en realidad. Muchos afirman que más bien debería llamarse la parábola del Padre bueno porque en realidad es lo que se nos presenta en estas líneas del evangelio de Lucas.
La vida de los hijos representa a la nuestra, uno que pide la herencia para marchar y descubrir mundo y el otro que queda en casa para seguir la vida llevada hasta el momento. Eso sí, los dos con valentía, porque uno la necesita para marchar y el otro también la requiere para quedarse. ¿Cuántas veces nos alejamos de Dios porque necesitamos respiro? porque… ¿nuestras decisiones las tomamos nosotros sin interferencias de ningún tipo? porque… ¿nuestro espacio personal es sólo nuestro?... y, por otra parte, ¿cuántas veces necesitamos precisamente todo aquello de lo que queremos huir? La vida del hijo pequeño fue dura lejos de la casa del Padre, por eso, después de tantas penurias, dolores, sufrimientos, vuelve los ojos a lo que era su vida y descubre que sólo el Padre puede sanar su vida, su alma.
Pero ¿estamos preparados para acoger a aquel que vuelve a casa? El hijo mayor no parece que lo esté, siente que lo ha dado todo, su vida completa, ha entregado su tiempo, sus habilidades, su cariño… pero a pesar de ello parece que la vuelta de su hermano es más importante que su estar presente. Ciertamente, es comprensible el enfado del hermano, pero un segundo paso ha de cambiar el corazón del hijo mayor. “Todo lo mío es tuyo”, el Padre no ha desconfiado de él nunca, pero es necesario entender que el amor está por encima de todo, y que el perdón es lo único que sanará el dolor y la vida de cualquier persona.
Lo que Dios nos pide en todo momento es tener una mirada parecida a la del Padre, una mirada donde reine más la misericordia que el rencor, el amor que el odio y la esperanza más que la oscuridad.