El ardor misionero

Llama
El fogoso perseguidor de los cristianos, San Pablo, se convirtió en el camino de Damasco en el gran predicador del cristianismo. ¡Qué ardor el de este nuevo convertido!

La rutina en la que estamos instalados muchos cristianos queda borrada ante un tal vigor y nos sentimos incapaces de hacer otro tanto. Aquejados de una lasitud, no tenemos el coraje de anunciar la Palabra de Dios en nuestro entorno, especialmente cuando sabemos que no son partidarios de escucharla. Aquello de anunciar a tiempo y a destiempo de San Pablo a Timoteo nos parece desproporcionado.

Dios que nos habita, nos da su Espíritu y hace de nosotros su templo. Por la oración, el servicio al prójimo, el anuncio de la Palabra a los que nos rodean nos ayuda a conservar esta llama del ardor misionero, sin temor de que los que están junto a nosotros sean indiferentes. Pero a muchos, como los discípulos de Emmaus que escuchando a Jesús explicando las Escrituras su corazón ardía y su vida cambió, de tristes y descorazonados pasaron a ser anunciadores de su resurrección, les puede ocurrir otro tanto. Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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