Saber dar gracias... Todo lo bueno del día
Dar gracias a Dios por tanto bien como recibimos de Él nos ayuda a vivir más ágiles y sonrientes, abre nuestros ojos hacia lo que es bueno y positivo para intentar corregir lo malo en la medida en que cada uno somos responsable de aquello que es la negación de bien y por tanto del pecado.
| Gemma Morató / Hna. Carmen Solé
En general, no somos demasiado capaces de ver todo cuanto ocurre a nuestro alrededor y tampoco nos damos cuenta de todo aquello que es bueno.
Cada día suceden muchas cosas buenas a nuestro alrededor, a menudo sin que les demos importancia: los aciertos de los demás o los nuestros, la risa de quienes sabemos y sentimos felices o la ilusión y el griterío de los niños, la luz del sol que ha brillado, o quizás la nube negra que nos ha dejado algo de lluvia, el trabajo bien hecho o el tiempo pasado con aquellos que tenemos cerca, o el dedicado a recuperar energías con el descanso merecido.
La lista de lo bueno que vivimos día a día puede ser muy larga, tanto, que muy a menudo, al llegar la noche, cuando repensamos lo vivido, pasamos por alto todas esas cosas buenas que hoy nos han sucedido, o las que hemos visto a nuestro alrededor, aunque quizás hayan sido pequeñas o breves. ¿Es por qué nos cuesta dar gracias? Sin embargo, el Señor ha puesto en nuestro camino tantas cosas buenas a lo largo del hoy ya casi terminado que casi no sabemos apreciarlas.
Hay quien solo sabe recordar al terminar su día, aquello que le ha resultado negativo, quien solo sabe ver “el medio vaso vacío” y es incapaz de recordar “el vaso medio lleno” y todo cuanto este breve vaso medio lleno significa de posibilidad de gozar con los bienes recibidos y hacer gozar a los demás con la conciencia de que las cosas buenas ocurren a nuestro alrededor con más asiduidad de lo que imaginamos.
Dar gracias a Dios por tanto bien como recibimos de Él nos ayuda a vivir más ágiles y sonrientes, abre nuestros ojos hacia lo que es bueno y positivo para intentar corregir lo malo en la medida en que cada uno somos responsable de aquello que es la negación de bien y por tanto del pecado.