Vida cotidiana... El rostro de Dios
Hay personas que se dedican a los otros por puro amor y preocupación, otras que nos hablan de Dios, donde constatamos de dónde viene esa entrega y hay otras que sencillamente no hablan, aunque actúan, por pequeño que sea el gesto.
| Gemma Morató / Hna. Conchi García
En nuestra vida cotidiana encontramos muchas veces situaciones que nos hablan de Dios, y es esto precisamente lo que quiero sacar a relucir porque quiero compartir una realidad que me llegó muy profundo. Ciertamente no es algo fuera de lo común, sino que muchos de nosotros lo vemos y vivimos diariamente, y por eso quiero resaltarlo, porque nos acostumbramos a hechos que no deberían ser corrientes.
Normalmente encontramos en la calle a gente pidiendo ayuda para comer generalmente, y vemos también que estas mismas personas duermen en esa calle que pisamos cada día, que transitamos a toda velocidad y que quizás, por eso ni los vemos, o si los vemos casi que forman parten de la “decoración” de nuestro momento.
Creo que es una obligación que muchos de nosotros tengamos que agradecer a Dios lo que tenemos, por poco que sea, porque tenemos una familia que nos ama y amamos, una casa donde vivir y cobijarnos, comida cada día… y una larga lista que podríamos seguir nombrando. A veces no valoramos nada de esto porque siempre esperamos algo más, y realmente no lo juzgo, porque quizás sea cierto, pero echemos un vistazo a nuestro alrededor y ciertamente podremos ver a personas que como mínimo no han tenido las mismas oportunidades que ninguno de nosotros. Mi intención no es comparar, únicamente constatar que siempre podemos hacer algo por los otros, y no pensemos que nuestra ayuda es insignificante, al contrario, de la “nada” al “algo” ya es un paso, de la sequedad al vaso de agua también y por supuesto de la soledad al cariño existe un mundo.
Hay personas que se dedican a los otros por puro amor y preocupación, otras que nos hablan de Dios, donde constatamos de dónde viene esa entrega y hay otras que sencillamente no hablan, aunque actúan, por pequeño que sea el gesto. Tenemos capacidad para eso y para más, no olvidemos a aquellos que sufren, porque si lo vemos… es porque tenemos esa sensibilidad, por lo tanto, no dejemos que nos acostumbremos aún más a este dolor. El otro es nuestro hermano y es el rostro de Dios “Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me recibisteis, anduve sin ropa y me vestisteis, caí enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y vinisteis a verme… Os aseguro que todo lo que hicisteis por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicisteis.” Mateo 25, 35-36;40.