Estos son los que vienen de la gran tribulación

Santos
Ayer, primero de noviembre celebramos la solemnidad de Todos los Santos. En la primera lectura de la Misa se lee: “Entonces uno de los ancianos me preguntó: ¿Quiénes son estos que están vestidos de blanco, y de dónde han venido? Tú lo sabes Señor, le contesté. Y él me dijo: Estos son los que vienen de la gran tribulación, los que han lavado sus ropas y las han blanqueado en la sangre del Cordero. Ya no sufrirán hambre ni sed, ni los quemará el sol, ni el calor los molestará. Dios secará toda lágrima de sus ojos” (Conf. Ap 7, 13-17).

El autor del libro del Apocalipsis dice que era una multitud inmensa que nadie podía contar; gente de toda raza, de toda nacionalidad, de toda lengua. Y podríamos añadir hoy, de toda época. En la primitiva Iglesia los santos fueron los mártires que son quienes lavaron sus túnicas en la sangre del Cordero, pero en el transcurso de la historia se ha visto enriquecido el calendario de los santos con hombres y mujeres bautizados que en su vida supieron plasmar la muerte de Cristo para participar de su resurrección.

Sin embargo hay multitud de santos que no figuran en el santoral, son los santos anónimos, y en la festividad de Todos los Santos también los honramos. ¿Quiénes de nosotros no hemos conocido personas que por su vida entregada al servicio de los demás, que se compadecieron y lloraron por el infortunio de los oprimidos, que lucharon por establecer la justicia y que la justicia humana persiguió? Nosotros, las consideramos santas. Pues bien a estos los festejamos en este día. Que ellos nos alcancen por mediación de María Reina de todos los Santos, que un día podamos celebrar en el cielo junto con todas las personas con los cuales hemos convivido acá en la tierra el triunfo de nuestra fe.

Como decía San Juan XXIII, “Me llaman santo padre, así que debo esforzarme para ser santo”. Ser santo es colaborar con la gracia que Dios otorga a todos sus hijos. Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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