Abusar de Dios

Unos célebres versos de A. Machado hablan de la España que embiste y la que reza, “cuando se digna usar de la cabeza”. La primera vez que los leí de joven, me sacudieron como si hubiese hecho unos ejercicios espirituales. Como Pablo de Tarso cuando explicaba su conversión, diría que “me echaron del caballo y me envolvieron en una gran luz”. Porque, al leerlos, sólo me quedaban dos caminos: uno era irritarme, hacer el comentario de rigor contra ”estos descreídos siempre metiéndose con la religión”, y convertir esa irritación en un argumento contra el poeta. Pero sabía que no podía reaccionar así porque Machado creía en Dios, tan trabajosa como firmemente. No quedaba, pues, más remedio que aceptar la otra alternativa que me derribaba del caballo pero me iluminaba con luz nueva: rezar puede ser tan malo como no rezar. O quizás peor.

Muchos años después esa España sigue existiendo tal y como la plasmara el poeta: “zaragatera y triste”. Cada vez que el PP gana unas elecciones parece desperezarse como el ogro del cuento y hace un daño enorme al resto del partido. Ese es el drama de nuestro PP: que lleva en su seno a toda la extrema derecha, a todo el “lepenismo” hispánico (mil veces peor que el francés), pero que no puede desprenderse de ese bloque porque es el que le ayuda a ganar.

Es la España que tras haber abortado en Londres luchaba para meter en la cárcel a todas las que abortaran aquí; y cuando le echaban en cara su incoherencia respondía defendiéndose: “¡pero yo me fui a confesar!”… La España casada por lo civil, pero que presiona para que se expulse de un colegio a una profesora de religión que está casada también por lo civil. Y se cree legitimada para ello porque “nosotros ¡ya quisiéramos casarnos por la Iglesia!; pero como estamos divorciados no podemos”… (ambas anécdotas son históricas). Es la España que cree obrar en nombre de Dios y de la moral y por eso considera que sus propias posturas son simplemente “objetivas” y las demás son evidentemente “ideológicas”...

Esa España olvida que fue en nombre de Dios, y con la acusación de blasfemia, como se condenó a muerte a Jesús, Presencia Humana de Dios entre nosotros. Olvida que san Pablo, tras haber criticado con dureza los criterios del paganismo idólatra de su época, se vuelve a los que creían en Dios para decirles: ”tú eres igual que ellos y haces lo mismo que ellos”: ya sea por tus incoherencias o, lo que es peor, porque al juzgarlos y condenarlos de ese modo, te pones en el lugar de Dios, único que puede juzgar a las personas (Rom 2).

Olvida en resumen la lección fundamental de toda la vida de Jesús: que las apelaciones a la religión y a Dios no sirven absolutamente para nada si antes no aclaran a qué Dios apelan: porque Jesús enseñaba sobre todo a no usar (o mejor: abusar) nunca a Dios en provecho propio sino sólo en defensa del débil, el excluido, el pobre o el enfermo. Por eso lo mataron… en nombre de Dios. Y todo el cristianismo, tal como brota de la vida fracasada y resucitada de Jesús, constituye una revelación de Dios que pone del revés nuestra idea general de dios: un Dios que opta por el amor que llama frente a poder que impone, y por buscar a las ovejas perdidas antes que ensalzar a las ovejas fieles…

Cuando no nos relacionamos con Dios según la enseñanza de Jesús, el rezar y el embestir pueden ir muy juntos como lamentaba Antonio Machado. Por desgracia, la historia misma del cristianismo (y quizá más la del catolicismo) ha dado demasiados ejemplos de ello. Ahí está esa atrocidad de convertir la Cruz (símbolo del anonadamiento y la anonimidad de Dios), en cruzada (símbolo de la guerra y la prepotencia ejercidas en nombre de una religión idólatra).

Por eso dudo mucho de que algún día podamos salir de esta tragedia. Ya recordó M. Buber hace años que el trágico destino de Dios en nuestra historia es ser falsificado, desfigurado, abusado, manejado. Y que, por eso, para la Biblia el mayor enemigo de Dios nunca es la increencia sino la idolatría, no la ausencia de Dios sino la falsificación de Dios. Aunque quepa añadir que el mismo Dios parece tener su parte de culpa en ello, porque sólo ha querido ser para nosotros el Dios de la humildad y la anonimidad, nunca el Dios de la prepotencia y la ostentación. Y la verdad es que un Dios así ¿para qué nos iba a interesar?

Así estamos en esta España. Lástima que a veces, parodiando a D. Antonio, tengamos enfrente a “una izquierda que embiste y que blasfema – cuando se quiere presentar de izquierdas”…
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