Carta a Angela Merkel
Ud puede estar convencida de sus opiniones y tiene derecho a sustentarlas. Pero la democracia no consiste en que el más fuerte imponga su opinión simplemente por ser quien es. Una vieja fábula de Fedro cuenta que el león, la vaca, la oveja y la cabra, se unieron para formar una sociedad de defensa. Un día cazaron un ciervo y, al ir a repartirlo, argumentó el león: “yo escojo la primera parte porque me llamo león…” (“ego primam tollo partem quia nominor leo”).
Ud parece imponer así sus convicciones que, según economistas importantes, debilitan a la UE y sólo favorecen a los bancos alemanes. Los acreedores de los países sudeuropeos son, en su mayoría, bancos alemanes y franceses que reciben dinero del BCE al 1 % y nos lo prestan al 6 %. La política que Ud impone de recortes y austeridad, puede soportarla la economía alemana que no vive del consumo interior sino de las exportaciones. Pero es catastrófica para los países del sur porque les impide crecer, con lo que habrán de volver a endeudarse, sin poder salir de este círculo infernal.
Una paz impuesta a la fuerza, como la que soportó Alemania tras la primera guerra mundial, acaba teniendo consecuencias desastrosas. Se dice que necesitamos una Alemania europea; no una Europa alemana. Ud se obstina en llevarnos a la segunda alternativa y, de momento, sólo ha conseguido que la ilusión por Europa de hace unos años haya languidecido de forma alarmante. No sé si el final será salvar al euro hundiendo a Europa.
No estoy atacando a su país sino avisando contra modos impositivos y autoritarios de gobierno. Alemán era Erhard que hoy se avergonzaría de su política. Alemán es también el ex-canciller Schmidt al que tanto debe Europa y cuya visión sobre las relaciones entre Alemania y la UE era muy distinta de la suya. No hace mucho, con sus 92 años, alertó contra el ”espíritu matón” (sic) del partido de Ud, por culpa del cual Europa está perdiendo la confianza en Alemania: “no podemos propagar una deflación total ya que sin crecimiento ningún país podrá pagar sus cuentas”.
Schmidt sabía que al “sacro imperio romano-germánico” de nuestra Edad Media no puede sustituirle hoy un “financiero imperio franco-germánico”; que Europa debe llamarse Europa (aunque lo pronunciemos de manera algo distinta) y no Deutschfrank ni Franlemania. Y que sería trágico para Alemania si, tras haber sido verdugo de Europa por absurdas razones racistas, volviera a serlo ahora inconscientemente por motivos “fi-nazieros” (con perdón por lo malo del chiste). Schmidt es tan alemán como Ud. Yo creo que mejor alemán pero, al evocarle, sólo pretendo que no rechace mis palabras con el patriotero recurso fácil de que son “un ataque a Alemania”.
Tampoco quisiera hablar con tono de superioridad: sé demasiado bien que nosotros no estamos libres de defectos. Me avergüenza, por ejemplo, que España, con mucho más sol, tenga menos energía solar que Alemania. Sé que Grecia mintió a la UE; pero el gobierno de Grecia no es el pueblo griego que es quien está pagando aquel fraude, urdido por Goldman Sachs en colaboración con el actual primer ministro griego impuesto por un “golpe de estado económico” (figura que hoy sustituye a los antiguos golpes de estado militares).
Sé también que, por aquella época, Francia y Alemania contravinieron impunemente los topes de déficit presupuestario impuestos a la UE... Parece pues que todos tenemos nuestros defectos y nuestras virtudes; ningún país ni raza es superior a los demás, aunque pueda pasar épocas mejores -o peores- que otros países. Por eso la única forma de convivencia razonable y ética es que sepamos dialogar aprendiendo a ceder cuando no somos mayoría, y a integrar de algún modo lo minoritario cuando sí somos mayoría…
No es tarea fácil. Pero en intentar llevarla a cabo, y no en ganar o imponerse como sea, es en lo que consiste la grandeza de la vocación política. (diciembre 2011).