Carta a Bernardo Montoya
Te escribo tratando de dominar la cólera y la pena que brotan en mí ante la barbaridad que has cometido, y tratando de que la fraternidad que nos une triunfe sobre mi ira.
¿Qué culpa tenía aquella pobre criatura, con una vida por delante, con una sonrisa esperanzada, con la bella tarea de enseñar a los niños de tu pueblo, para que tú la maltratases de manera tan inhumana? ¿Qué sentimientos pudieron moverte y cegarte para que no solo la pisotearas a ella sino que pisotearas también lo mejor que podía quedar en ti mismo? ¿Qué provecho has podido sacar de toda esa salvajada?
La vida me ha ido enseñando que quien hace daño a otro, acaba haciéndose más mal a sí mismo, aunque no lo parezca. También tú tendrás algún momento de silencio en que eches una mirada a ti mismo y veas que detrás de tu camino no quedan más que ruinas humanas a las que ha destrozado tu egoísmo.
Me pregunto qué sentirás cuando te descuenta de eso. ¿Intentarás segregar falsas excusas? ¿Sentirás vértigo ante el abismo de la desesperación? No serás el primero que siente ese vértigo: Judas Iscariote se ahorcó después de traicionar a un gran amigo. ¿Añorarás quizá un perdón y una rehabilitación que no crees que existan? ¿A quién dirigirte entonces? Dicen que has pedido a la jueza que no te saquen de la cárcel. Quizá se deba ese gesto a la percepción del grado de inhumanidad que has generado en ti.
Cuando pienso todo eso, siento tanto dolor y tanta lástima por ti como los que sentí cuando me llegó la noticia del asesinato de Laura.
Pero no sé bien cómo dirigirme a ti porque no conozco tu historia. Cuando naciste serías probablemente una promesa y un regalo. Sospecho que algún día, allá en tu infancia, pudiste sentirte dichoso por un beso de tu madre, y que un día ella se sentiría encantada ante tu primera sonrisa inconsciente: aquella sonrisa que reflejaba una confianza y tranquilidad interna ante este mundo, y que borraba el llanto con el que naciste.
¿No hubo nada de eso en tu infancia? Si lo hubo, aún es tiempo de recuperarlo para que te regenere.
Si no lo hubo, reconozco que eres una víctima, tanto o más que un verdugo y que, antes de maldecirte a ti, habría que maldecir a una sociedad que discute sobre si el aborto es un derecho y que, no solo aborta a miles de vidas con futuro humano antes de que nazcan, sino que también aborta a muchos seres humanos luego de nacidos, impidiendo que lleguen a ser auténticas personas. Esta sociedad nuestra en la que tantos padres y madres van sacando lo peor de sus hijos, por alimentar no solo sus necesidades reales sino también sus egoísmos: esa células malignas espirituales que todos tenemos. Y que dañan así a los hijos por comodidad propia o por un afán egoísta de sentirse más (¡y peor!) queridos.
Pero, aun en esta segunda hipótesis, quisiera decirte que nunca es demasiado tarde, que aún estás a tiempo de recuperar toda esa humanidad que no sé si destrozaste tú mismo, o si otros te impidieron llegar a ella.
Esa oportunidad se te da en una oferta de perdón. Es muy posible que nuestra sociedad, asustada y vengativa, no quiera perdonarte; pero hay Alguien que nos trasciende a todos y que te ofrece desde ahora un Perdón trascendente que solo recibirás si te sientes absolutamente necesitado de él.
En ese perdón trascendente entra también Laura, tu querida víctima que ahora, desde la Dimensión última y verdadera de todo lo real, siente por ti una pena mayor que toda la rabia, miedo y aversión que pudo sentir mientras la maltratabas.
Tengo bastantes más años que tú, he tenido en la vida mucha más suerte que tú, lo cual me libera de todo sentimiento de superioridad respecto de ti. Pero sí puedo transmitirte una gran lección que me ha dado la vida:
Este mundo tan cruel y tan asesino en tantos campos (no solo el sexual sino el económico en primer lugar, el del poder, el de la convivencia, de la raza, de la patria y tantos otros…), este mundo tan criminal es como un clamor inmenso por un Perdón que, si no existiera, convertiría toda nuestra realidad en un inmenso sinsentido.
Te escribo esta carta para mirar de convencerte de que ese Perdón sí que existe. También para ti. Incluso para ti. Y que ahora, en los años de reclusión que te esperan, tienes la grandísima oportunidad de recibirlo, de dejar que te cambie y hasta quizá de reparar después -en otros como tú o en tu entorno-, el daño irreparable que hasta hoy has causado.
Laura te lo agradecerá créeme. Y hasta sentirá que su absurdo sacrificio ha servido para algo.