con retraso por lo de la DANA Carta a Íñigo Errejón

La que has armado: en una sociedad laica y democrática a los políticos se les debe exigir más, como en las iglesias a los sacerdotes.

Te sentirás ahora como un apestado. Pero mientras la justicia de este mundo consiste en triturar al pecador la justicia de Dios consiste en transformar al pecador.

Puedes salir del abismo en que ahora estás.

¿Has pensado por qué el verbo joder significa a la vez disfrutar y hacer daño

nada hace más grande al hombre que su capacidad para reconocer claramente su pecado, sobre todo si es una figura pública. Pero los humanos tenemos una necesidad y una obsesión enorme por nuestra afirmación, por el reconocimiento de los demás y por nuestra justificación ante ellos

              “El valor de la vida no está en triunfar… El verdadero triunfo es volverse a levantar cada vez     que uno cae” (José Mújica expresidente de Uruguay)

Buena la has armado hermano Íñigo: soy de aquellos que desde el principio confiaron en ti, por la serenidad y objetividad que traslucían tus palabras y por la sensación de que no buscabas ningún protagonismo. Pero en nuestra política parece que el que no es cojo de una pierna, lo es de la otra; y me gusta decir que, en una sociedad laica, los políticos tienen esa mayor responsabilidad que tenían antaño los llamados sacerdotes en el seno de la Iglesia: a ellos hay que exigir más que a los demás; y sus malos ejemplos hacen mucho más daño que el de cualquier otro ciudadano. Mira por ejemplo cómo has dejado aquella esperanza naciente de Sumar, cuya pequeña luz queda ahora como una mecha humeante. O, si lo quieres con un ejemplo más laico: un político no puede por comodidad eliminar la llamada “Unidad de Emergencia”, alegando que es “un chiringuito”, porque se expone a que a los pocos meses le venga una DANA como ha ocurrido en Valencia, y termine declarando la alerta roja cuando ya han transcurrido ocho horas de desastre. Temo que también tú has provocado una pequeña Dana en Sumar.

Pero, dicho lo anterior, y a pesar de lo anterior, no te escribo para golpearte sino para intentar acogerte. No dejo de pensar cómo pasarás ahora tus noches y tus momentos de soledad o silencio, sintiéndote como un apestado, despreciado de todos, señalado por todos cuando sales a la calle, y pensando que ya nunca podrás quitarte ese sambenito.

Si tengo que presentarme te diré solo que soy alguien que intenta ser cristiano con todas sus fuerzas. Y los cristianos creemos que mientras la justicia de este mundo consiste en triturar al pecador la justicia de Dios consiste en transformar al pecador: eso traslucen los evangelios y, si los has leído, quizá recordarás cómo Jesús escandalizaba a aquella sociedad por sus conductas y palabras que hablaban de acoger y buscar a los pecadores y por criticar duramente esa moral hipócrita de los que aprovechamos la condena del pecador para sentirnos nosotros justos. Esa fue una de las causas de la conflictividad que provocó y de su condena a una muerte cruel: “amigo de abusadores y pecadores” decía de él la gente buena (cf. Marcos 2, 16: los publicanos o cobradores de impuestos eran abusadores económicos que solían exigir más de lo establecido).

No pretendo con esto hacer proselitismo contigo; sólo anunciarte que puedes salir del abismo en que ahora estás y volver a sentirte justificado. Eso, por supuesto, implicará un cambio radical de tus conductas: y aquí debemos comenzar por una reflexión sobre la sexualidad.

Aunque se niegue a reconocerlo, nuestra sociedad ha caído en una devaluación y canonización de la sexualidad. Sin duda por una reacción bienintencionada contra una predicación eclesiástica que la deformaba por el otro lado. Hace ya muchos años, publiqué un escrito breve titulado “Sexo verdades y discurso eclesiástico” (parodiando una famosa película del momento que quizá tu ni conociste, y que se titulaba “Sexo mentiras y cintas de video”). Allí intenté mostrar que la alerta de la Iglesia contra el sexo no se debía a que lo considerase malo ni siquiera menos perfecto, sino porque es algo casi “superior a la fuerza humana”: una situación parecida a la del fumador empedernido que ahora tiene que dejar de fumar si quiere evitar un cáncer de pulmón, y al que, en un caso concreto que conocí, le oí decir: “es que no puedo, no puedo”. Y contaba el ejemplo de uno de los primeros siglos del cristianismo: un mártir que había sobrevivido a la muerte (se los llamaba entonces “confesores” y se les concedía una serie de privilegios), resultó después que acabó liándose con la enfermera que cuidaba sus muchas heridas: por lo visto, fue superior a la muerte pero no a o los encantos de aquella moza. Hoy se me ocurre comparar la decepción que eso produciría en aquella comunidad cristiana primitiva, con la que tú has causado en algunos de nuestra sociedad moderna.

Pero esa debilidad nuestra (mía también) es la que nuestra sociedad infatuada se niega a reconocer hoy, desconociendo que, precisamente ese reconocimiento es la mejor manera de luchar contra esa fuerza desbocada (déjame ponerte el ejemplo –más gráfico que exacto- de un Madrid que se enfrenta al Barça creyéndose superior, y acaba encontrándose con un 0-4). Y ese no reconocimiento es el que acaba devaluando la sexualidad: te pondré otro ejemplo que me parece más exacto: fíjate en el doble significado de nuestro verbo joder: en un principio significaba solamente gozar, disfrutar; viene del italiano “godere” (que a su vez deriva del latín gaudere), y parece que de allí lo importamos los hispanos cuando nuestra aventura imperialista en Nápoles y el sur de Italia, que dio lugar a aquella canción de la zarzuela: “soldado de Nápoles… cariño del alma ven que vas probar la dicha de amar…”. Pues bien, no hace falta que te diga que hoy ese verbo joder significa también (y quizá más), hacer daño, fastidiar.

El lenguaje es a veces muy intuitivo y ahí tenemos algo muy expresivo de esa dualidad de la sexualidad que, en otro momento, describí diciendo que “tiene algo de divino y algo de diabólico”. Y ahí tienes ese ejemplo perenne de la prostitución, que nuestra sociedad superhipócrita afronta echando la culpa a la mujer cuando en realidad toda la culpa la tienen los clientes, los machos que no queremos renunciar a esa explotación y nos tranquilizamos la conciencia pagando.

Pero no quería yo que esta carta se redujera a una reflexión sobre la sexualidad, aunque por ahí haya venido tu desplome. Y acepto que estas reflexiones sean demasiado masculinas, pues veo que la sexualidad del varón y de la mujer son bastante distintas. Pero para diálogo entre tú y yo, basta con eso.

Precisamente por eso puedo acercarme a ti con absoluta comprensión y fraternidad. Uno de los mayores santos cristianos (Francisco de Asís) solía decir, cuando surgía algún caso de maldad públicamente denostada, que no se atrevía a juzgarlo porque: “si hubiera estado yo en su lugar y en su situación, no sé si habría hecho lo mismo”… Quiero decirte por eso que tu mayor pecado no ha estado en la sexualidad sino en la hipocresía. Un pecado muy serio, que en ti se ha concretado ahí, pero que nuestra sociedad comparte contigo en otros mil campos.

Últimamente, y dada la frecuencia de crímenes terroristas, hemos visto a algún sociólogo proclamar que nada hace más grande al ser humano que un perdón otorgado gratuitamente. Sin negar nada de esa difícil verdad, quisiera añadir ahora que nada hace más grande al hombre que su capacidad para reconocer claramente su pecado, sobre todo si es una figura pública. Recuerdo ahora con cierta sonrisa las declaraciones que oímos antaño varias veces cuando comenzaron a aparecer casos de corrupción política: “si he cometido algún error…”. De delito o inmoralidad nada; solo un pequeño lapsus: como si (por los días en que te escribo) él hubiera querido decir que la causa de los desastres en Valencia y Albacete ha sido la Dana y, sin querer, hubiese dicho Diana, provocando la acusación de muchas mujeres con ese nombre; pero en realidad se trataba solo de un pequeño error involuntario. Así justificaban nuestros políticos sus desmanes´.

Y es que los humanos tenemos una necesidad y una obsesión tan enorme por nuestra afirmación, por el reconocimiento de los demás y por nuestra justificación ante ellos, que nada nos cuesta tanto como reconocer públicamente nuestra fragilidad y nuestro pecado. Y esto no es solo de hoy: un tal Pablo de Tarso ya escribió que esto es tan propio de los malos como de los (oficialmente) buenos: los unos buscan su afirmación negando cualquier ley o realidad que esté por encima de ellos (“con dinero y sin dinero hago siempre lo que quiero” porque “sigo siendo el rey” canta irónicamente un corrido mexicano); los otros la buscan practicando el bien para poder criticar a los que no lo practican y así sentirse superiores a ellos. Al final, la maldad de los unos y la hipocresía de los otros nos iguala a todos y hace que todos necesitemos una bondad de otro tipo que nos acoja. Y curiosamente, una parte de la crítica de Nietzsche a la moral va también por ahí.

Así resulta que el ser humano solo puede conseguir esa autoafirmación o justificación que tanto anhela cuando se juntan el reconocimiento claro de nuestra propia miseria y, a pesar de ella, la acogida incondicional de otro (si escribiese a un cristiano habría escrito la acogida de Otro -con mayúscula-, pero en estos momentos vale también la minúscula porque de lo que se trata es de mostrar cómo nuestra justificación no reside en nosotros mismos sino que estamos remitidos a “algo” exterior a nosotros). El camino que te propongo y que puede ser muy salvador (aunque no lo parezca), no está en que ahora intentes “justificarte” como sea, sino en que te atrevas a reconocer tu necesidad de perdón.

Puede que todo esto te suene a muy religioso y “alienante”, como suele decir la gente increyente para justificarse. Pero ya dije antes que no pretendo hacer proselitismo contigo. Y he dicho otras veces que, al menos en estos momentos históricos, Dios no quiere que todos los hombres sean  cristianos o crean en Él; pero sigue queriendo que todo ser humano saque lo mejor de sí mismo. Esto sigue siendo posible para ti que, por otro lado, tantas cosas buenas tienes. Precisamente porque la que llamamos “buena noticia” (evangelio) cristiana, no es más que la plenitud total de lo humano, eso humano está presente de algún modo en todas las personas humanas, sean creyentes o no. Quizá en unos estará presente de manera más implícita y en otros de forma más explícita a pesar de nuestros muchos pecados y escándalos, que derivan de aquello que ya decían los antiguos romanos: “nada hay peor que la corrupción de lo mejor” (corruptio optimi pessima, si lo quieres en latín). De hecho, la frase de Pepe Mújica que encabeza este artículo, dice algo profundamente cristiano y, sin embargo, está dicha por un ateo.

Luego de esto, y para terminar, déjame que te evoque un salmo de la Biblia, si no para que lo reces, al menos para que medites un poco sobre lo que dice: “Señor, que mi corazón no sea ambicioso ni mis ojos altaneros; que no pretenda grandezas que superan mi capacidad, sino que acalle y modere mis deseos como un niño en brazos de su madre”. Te cito esa plegaria porque me parece que describe al hombre liberado de sí mismo que es el único capacitado para liberar a los demás (aunque esa liberación personal nunca la conseguiremos plenamente en esta vida).

Luego compara esas dos peticiones con dos frases muy famosas de sociólogos de hoy, que parecen definir a nuestra sociedad y que tú conocerás sin duda: por un lado lo que Z. Bauman llama “la sociedad líquida”, donde no hay nada sólido que permanezca firme. Y como consecuencia de eso lo que Hannah A  rendt calificó como “la banalidad del mal” y que pudo llegar a su cumbre en el nazismo (ayudándonos así a verlo), pero está en todos nosotros por nuestra necesidad de autoafirmación. Aunque es verdad también que una vez que propuse esto a otra persona me respondió: “sí, muy bonito, pero ¿dónde está esa madre en cuyos brazos encontrar esa seguridad liberadora”?...

Solo te pido que creas que esa seguridad es posible. Porque, a partir de ahí, podrías rehacer toda tu vida y sacar lo mejor de ti. Ánimo querido Íñigo: que no está todo perdido ni mucho menos. Un abrazo fraterno.

                                                                                   (31 octubre 24)

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