Carta a Pilar Rahola
Allá por los tiempos de Jesús se cuenta de un rabino que perdió la fe, con el comprensible escándalo social en una sociedad cerrada. Pero otro maestro comentó sobre él: “dichoso el rabino X porque podrá practicar el bien sin esperar recompensa”. Es la lección (y casi la envidia) que desde hace años me dais muchos de vosotros. Jesús dijo también que no es el que dice “Señor Señor” el que entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad del Padre. Y he visto que algunos no creyentes cumplís la voluntad de Dios mejor que muchos de nosotros.
Además, un gran profeta del catolicismo del siglo pasado (E. Mounier) escribió que, en el futuro, los hombres no se distinguirán por la postura que tomen ante el tema de Dios sino por la que tomen antes los condenados de la tierra. Y, en la misma línea, esa impresionante conversa que prefirió quedarse fuera (Simone Weil) dejó escrito: “no es por la forma en que un hombre habla de Dios, sino por la forma en que habla de las cosas terrenas cono se puede discernir si su alma ha permanecido en el fuego del amor de Dios”.
Todos esos testimonios apuntan hacia una línea en la que deberíamos encontrarnos mucho más, y que, para un cristiano, se fundamenta en las palabras de otro gran profeta mártir de Hitler (el pastor Bonhoeffer): el Dios que se revela en Jesús, es “lo opuesto de todo lo que el hombre religioso espera de Dios”. Cuesta tragarlo pero es así. Porque en Jesucristo Dios no se ha revelado como “todopoderoso” sino como aquél que, en su relación con nosotros, renuncia a su poder para identificarse con la debilidad que somos y con las víctimas que producimos. Un Dios inútil como objeto de consumo pero buena noticia como horizonte y fuerza de vida.
Desde aquí puedo decirte que no te preocupes si no puedes creer: conozco muchas gentes como tú. Pero los cristianos proclamamos eso de “la comunión de los santos” que significa que todo lo de Dios es común y que, por eso, es tarea nuestra creer por (y para) los que no creen y esperar por (y para) los que no esperan, si vosotros intentáis amar incluso a los que no aman.
Quizá puedas entender ahora por qué hace ya muchos años, en uno de mis primeros escritos, comenté unos versos de Atahualpa Yupanki que dicen. “hay cosas en este mundo – más importantes que Dios – que un hombre no escupa sangre –pa que otros vivan mejor”. Y los comenté de esta manera: para quien cree en Jesús no es el ser humano quien dicta esta estrofa; es Dios mismo quien nos hace saber que, para Él, hay cosas más importantes que el que los hombres se ocupe de Dios, a saber: que no tengan unos que escupir sangre para que otros puedan vivir mejor (quizá también más piadosamente). Eso mismo, con otras palabras, podrás encontrarlo en textos de hace muchos siglos, como la primera carta del apóstol Juan, y varias páginas de san Agustín.
Luego de esto hemos de ser perdonados de muchas incoherencias, bien lo sabemos. Un saludo y gracias por haber devuelto dignidad al tema.