Carta al juez Llarena
Pero una vez dicho esto, creo que combatir la injusticia injustamente es un modo de acabar fomentándola. Por eso no puedo solidarizarme con la decisión de mantener en prisión preventiva tan prolongada, a los inculpados por el proceso catalán. En cuanto yo sé, la prisión preventiva es una decisión que se toma sólo en última instancia y para evitar que el imputado pueda influir en el proceso. Si se teme que vuelva a delinquir, queda el recurso de volver a encarcelarlo, pero no por eso se le debe negar de antemano la libertad, a menos que exista un peligro para la sociedad que no se da en este caso. Y si además dejan su acta de diputado desaparece ese peligro.
Hay dos principios fundamentales en el derecho romano que me parecen aplicables aquí: el “summum ius puede convertirse en “summa iniuria”; y hay que estar siempre “in dubio pro reo”. Porque si no, se corre el riesgo de que luego el presunto reo sea absuelto o condenado a una pena menor que la prisión que ha tenido que soportar. Lo cual hiere gravemente la confianza en la justicia y acaba convirtiendo en “presos políticos” a lo que en el principio eran simples “políticos delincuentes”.
No entiendo por eso que un juez pueda dar un veredicto de prisión preventiva amparándose en las consecuencias políticas que pudiera tener la libertad, en vez de ceñirse a las razones jurídicas. Y mucho menos, si ha recibido un aviso del gobierno sobre esas consecuencias políticas: porque así vuelve a minarse la confianza en la justicia. Comparto por eso la opinión de Amnistía Internacional que considera “excesiva y desproporcionada” la permanencia en prisión de Jordi Sánchez.
Usted quizás habrá visto la película de Spielberg sobre los papeles del Pentágono. Las consecuencias políticas de no condenar al New York Times ni al Washington Post eran entonces mucho más terribles que las que podrían seguirse de la libertad de los encarcelados catalanes de hoy. Sin embargo, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos supo ser fiel a la imparcialidad de la justicia.
Por otro lado, si queremos atender a las consecuencias políticas, mucho más graves me parecen las que pueden seguirse ahora de una ruptura aún mayor de la convivencia entre los catalanes, que va a necesitar mucho tiempo para rehacerse. Y créame que convivir en ambientes de odio, desautorización y hostilidad previos, es de las cosas más trágicas que nos pueden ocurrir.
Me parece finalmente que la acusación de “rebelión y sedición” es también excesiva y desproporcionada para los autores de la declaración de independencia y, en este sentido, habría que haber tenido más en cuenta la decisión de la justicia belga cuando se negó a entregar por esos delitos a los huidos a Bruselas. Las sesiones de septiembre en el Parlament catalán fueron vergonzosas y ridículas, pero no fueron una decisión impuesta “pistola en mano”, como la famosa del coronel Tejero en aquel lamentable 23F. Y otra vez aquí me parece aplicable el principio de “in dubio pro reo”.
Perdone Ud. esta carta que no es un ataque personal hacia alguien a quien no conozco y que tiene además fama de persona serena. Quiere ser sólo una respuesta a eso que se nos dice tantas veces a los ciudadanos (sobre todo si nos dedicamos al mundo de la pluma): si puedes hacer poco, haz ese poco aunque luego no sirva para nada. Un saludo cordial.