Ciegos guías de ciegos

Es conocida la frase de Jesús de Nazaret: “si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en el pozo”. Lo que me mueve a redactar estas líneas es la sensación angustiosa de que eso exactamente está ocurriendo hoy en España, y podemos acabar mal. Añadamos otra frase de Santo Tomás: el gobernante necesita sobre todo prudencia. Y ésta no significaba entonces cobardía, sino capacidad de percibir la adecuación entre los medios que se ponen y el fin que se pretende. Y veamos:

1.- Ceguera absoluta del poder judicial. Comienzo por ellos porque son los que están más obligados a ser lúcidos. Si ya decían los romanos que la esposa de César no sólo ha de ser honesta sino también parecerlo, vale la parodia de que el poder judicial no sólo ha de ser independiente sino parecerlo. Y el nuestro no lo parece en absoluto. Dada la forma de nombramiento, los jueces, parecen peones de un partido u otro; y las peleas entre los partidos por colocar alguno “de los suyos” confirman eso. Además hemos asistido al escándalo repetido de que altos cargos de la judicatura eran, o habían sido, militantes del PP y pese a ello se negaban a abandonar sus puestos. Parece también innegable que el partido en el gobierno ha procurado condicionar hasta el máximo la composición del Tribunal Constitucional y del Supremo y, últimamente, el de la trama Gürtel con el nombramiento de dos jueces propuestos por el PP para el CGPJ.

¿Qué sentido tiene entonces que hagan sonoras declaraciones de protesta y profesiones de independencia a la hora de juzgar el referendum del 9N, cuando en Cataluña (y en España en general) la gente se fía cada vez menos de ellos? ¿De veras creen que atenta más contra su independencia una manifestación externa de ciudadanos, que las condiciones internas de su militancia política y el origen de sus cargos? ¿Cómo es posible estar tan ciegos que no vean que citar a Mas ante los tribunales precisamente en el aniversario de la ejecución de Companys era una provocación inútil, y que pretender que eso de las fechas no les atañe a ellos, es querer apagar un fuego echando gasolina? ¿Es posible que estén tan ciegos?
Pues parece que sí.

2.- Ceguera del gobierno español. ¿Tan ciegos son que no perciben que, todo lo que hacen contra la independencia de Cataluña favorece el independentismo? Si, en una porción del estado, más de un 60% de la población reclama un referendum, eso es un auténtico problema político. Y tienen plena razón quienes dicen que un problema político no puede resolverse ignorándolo olímpicamente y abordándolo sólo con argumentos jurídicos: porque, en una democracia, las leyes algo tienen que ver con la voluntad popular. ¿Es posible que no vean esto? ¿Es posible que no vean, que en el caso de Arantza Quiroga en Euskadi, están prefiriendo la paz por la victoria a la paz por el diálogo? ¿Y que la primera es un residuo franquista de aquellos “25 años de paz?.

Pues para pensar que todo eso puede ser muy posible, basta con asistir a la pasada clausura del Congreso donde, en pleno Parlamente y con aquel vídeo autoerótico, Rajoy aparecía disfrazado de médico que arregla la salud del país: ¡cuando tanto daño han hecho su gobierno y el de Mas a la sanidad pública!. Dejando al margen otras consideraciones éticas, el ciudadano no puede menos de preguntarse: ¿será posible que estemos gobernados por gente tan poco inteligente, que no vean que eso les hará más daño que propaganda? ¿O es que en realidad, son más listos que nosotros y saben que somos imbéciles?
Porque ya dice el refrán que cada pueblo tiene los gobernantes que se merece…

3.- Ceguera del gobierno catalán. Según las cifras del 9N y del 27S, en Cataluña hay en torno a unos 5’5 ó 6 millones de votantes. De ellos, el pasado noviembre, 1,860.000 votaron independencia (y es legítimo sospechar que aunque la participación fuera menor, los independentistas votarían prácticamente todos). En las pasadas elecciones (sumando Junts pel sí y la CUP), 1,950.000 votaron independencia y el total de votantes fue 4,130.0001: como ya se dijo, en torno al 47% de votantes y al 30% de población con derecho a voto. Tampoco aquí parece inexacto sospechar que las abstenciones no serían precisamente de independentistas.

Y ahora viene la sorpresa: ¿cómo es posible que con esas cifras se empeñe el gobierno de Mas en llevar adelante una declaración de independencia, proclamada incluso a la fuerza y de manera rupturista? ¿Cómo es posible que con esos resultados, tan por debajo de la expectativas, se pretenda apelar a la “fuerza de la democracia” por encima de la ley? ¿Cómo es posible que todo eso lo lidere alguien que en 2002 declaraba: “el concepto de independencia lo veo anticuado y un poco olvidado”? ¿Será por aquello que ocurre en el campo religioso, donde el fervor de los neoconversos suele ser más desequilibrado que la fe de los creyentes de siempre? Sólo la CUP, el mismo día de las elecciones, declaró que, con ese resultado, renunciaban de momento a la declaración de independencia y se limitarían a seguir trabajando por ella más a largo plazo. Pero parece que pronto se han olvidado de ello. Y si ni siquiera en la CUP hay coherencia ¿dónde la habrá?

Y todavía: ¿cómo es posible también que ayer reclamaran “todo el peso de la ley” contra los del 15M que se manifestaron ante el Parlament, y hoy pretendan que sus manifestaciones están por encima de la ley? ¿Creen que la democracia consiste en dar más gritos y no en tener más votos? Imaginemos por un momento que Cataluña ha hecho esa declaración unilateral de independencia y no pasa nada; pero entonces los partidarios de la unión con España, sabiendo que son más del 52% reclaman un referendum para volver a unirse, apelando al “derecho a decidir”. ¿Qué les dirían entonces los que, hasta ahora, han estado apelando a él? Sería digno de aquel “Celitberia show” de Carandell, o de una película de Berlanga que, en vez de La escopeta nacional, podría titularse La democracia nacional.

Por eso dije otra vez que los derechos sólo pueden ser reales si son muy concretos: no hay un derecho “al trabajo” sino a un trabajo digno y bien pagado. No hay un derecho general a comprar y vender sino sólo a comprar o vender sin estafar ni engañar. Y bien: por lo que percibo creo que, entre los mismos independentistas, hay tres maneras muy contradictorias de concretar el derecho (supuestamente independista) a decidir: unos se contentarían con una Cataluña-Kosovo: para no citar políticos, así se lo oí a una monja contemplativa: “prefiero pasar hambre siendo independiente que comer siendo española”. Es postura de admirable coherencia pero lo que se le exige es que así se lo diga a todos los que van a votar. Otros sueñan con una Cataluña-Suiza: una especie de paraíso financiero, rebosante de riqueza y prosperidad; creo que esta es la Cataluña que promete el sr. Mas.

Otros finalmente, aspiran a lo que llamaría una Cataluña-Uruguay: un país pequeño y modesto, sin prensiones de grandeza, pero de los más avanzados en justicia social y que, por ejemplo, si tiene buenos futbolistas es porque los produce él mismo y no porque dilapida millones comprándolos. ¿Estamos tan ciegos que no vemos que esas tres opciones no podrán convivir a la hora de la verdad, aunque ahora nos engañen con el genérico derecho a decidir sin concretar más? ¿No se parecen a aquellas “familias bien” de la católica España de antaño, que se casaban sólo para poder irse a la cama, y luego venían los desencantos y la búsqueda de queridas que costaban tan caro al patrimonio?

4.- “Sapere aude”. Hace más de dos siglos, Kant lanzó una de las más importantes proclamas para un verdadero desarrollo humano, y que brotaba de las viejas raíces de lo mejor de Europa: “atrévete a pensar” (“sapere aude”). Quisiera terminar pidiendo a cada uno de los grupos a que me he dirigido que tengan el valor de encararse con esa propuesta kantiana. Que no toleren una disciplina de partido que les obliga a votar con una venda en los ojos y sin pensar. Que no se cieguen diciendo que podrán juzgar con independencia cuando deben el cargo a algún poder político. Que no confundan el entrañable amor al terruño y a la propia cultura (tan rica en Cataluña) con el engrandecimiento propio, enmascarado de amor patrio.

Porque, si no nos atrevemos a encarar la realidad, temo que, se rompa o no se rompa España (que tampoco es un absoluto con permiso del cardenal Cañizares), se fracture antes Cataluña. Y tengo la sensación de que esa fractura ya está produciéndose: he oído a más de dos amigos, muy catalanistas y con quienes suelo hablar siempre en catalán porque sé que ellos lo prefieren y a mí me ayuda a practicar, decirme que se sienten como proscritos, despreciados y excomulgados cuando se manifiestan contrarios a la independencia, simplemente porque piensan que “el seny” es aún más catalán que “la rauxa”. Tanto que prefieren callar y no hablar del tema; un poco (aunque en tono menor) como pasaba en tiempo de Hitler a muchos alemanes. Y temo que esa ruptura vaya creciendo.

Temo también que, de los tres grupos a quienes me he dirigido, cada uno me dé toda la razón cuando hablo de los otros dos, pero me la niegue en lo que le afecta a él. Esto sería lo peor que podría pasar: porque, por supuesto, puedo engañarme y ser criticado en lo que he dicho. Pero si las desautorizaciones fueran en la dirección que acabo de indicar, me pregunto si no estaríamos otra vez ante una ceguera quizás culpable. Es fácil y efectista decirme que no amo a Cataluña. Llevo viviendo y encontrándome bien en ella demasiados años, y son catalanes la mayoría de mis mejores amigos, como para que ese argumento me parezca válido.

No creo que los pueblos sean mejores ni peores; creo que todos pueden pasar temporadas en que sacan lo mejor o lo peor de sí mismos. Admiro a Alemania y creo que es un gran pueblo. Pero también ese pueblo pasó su hora de horrenda ceguera cuando el nacionalsocialismo. Y, aunque hoy no estemos aquí en aquellos niveles, el ejemplo de hasta dónde pueden llegar las cegueras en los más grandes, nos puede servir de aviso para tratar de hacer caso al consejo kantiano: Atrévete a pensar, no cierres los ojos a las razones para abrir los oídos a los calificativos. Porque cuando un ciego guía a otro ciego, pueden acabar ambos en el pozo.
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