Contradicciones
1.- Tras haberse pasado días y días negociando sin llegar a un acuerdo, los sindicatos dicen ahora que es mejor regirse por un acuerdo que recibir una normativa impuesta. Pero fue la imposibilidad de ese acuerdo la que hizo intervenir como árbitro al gobierno, mientras la oposición se relamía aprovechando la coyuntura para criticar al gobierno por su pasividad y su inoperancia. ¿De qué se quejan pues?
2.- El presidente de la patronal declara que los empresarios tienen pánico de contratar. Gran verdad pero media verdad: la otra media es que los obreros tienen un pánico mayor, tanto de ser contratados como de no serlo: pues su alternativa es: trabajo-basura o paro-basura.
Parece pues que los empresarios sólo contratarían sin miedo si tuviesen un ejército de reserva que les permita decir: “esto es lo que hay y, si no lo quieres, hay cien más esperando en la cola”…, es decir: si contrataran violando la Declaración de los derechos humanos y la Constitución española que hablan ambas de que toda persona tiene derecho a un trabajo digno .
Y no sólo nuestra Constitución y la declaración de Naciones Unidas, también la Doctrina Social de la Iglesia (y en uno de sus textos más conservadores) enseña que ese modo de contrato “es una violencia contra la cual protesta la justicia” . Violencia es una dura palabra que parece sugerir que la patronal, según León XIII, sería una especie de banda terrorista a la que habría que aplicar las mismas exigencias que a BILDU. ¡Después de tantos esfuerzos por hacerles una cirugía estética lingüística y no llamarlos ya empresarios sino “emprendedores”!.
3.- Más suena a terrorista cuando Europa le dice con buenas palabras al gobierno español que, o mata de miseria algunos miles de españoles más, o nuestras “reformas” serán insuficientes. Aunque, por el momento, la ministra Salgado haya dicho que no va a hacer eso, lo llamativo es que tal consejo venga dado por la Europa que presume de ser madre de los derechos humanos. Contradicción de contradicciones.
4.- Y no es que los empresarios sean unos monstruos ni muchísimo menos. Los habrá avaros y ambiciosos, pero los hay también de excelente voluntad, como pasa en todos los grupos sociales. Lo que ocurre es que no pueden hacer otra cosa en un sistema como el nuestro. Los enemigos natos de don Carlos Marx deberían saber que él pensaba eso mismo y, en el prólogo de El Capital, declara expresamente que cuando se refiere a los capitalistas no los ataca como personas sino “como personificación de categorías económicas, como representantes de determinados intereses y relaciones de clase”; y que “no se puede hacer a los individuos responsables de la existencia de un sistema de relaciones del que ellos con socialmente criaturas” .
La contradicción no se da pues entre seres humanos (y esto lo perciben unos y otros cuando se sientan a negociar) sino entre Capital y Trabajo, en un sistema que somete al primero al imperativo categórico del máximo beneficio y encima en un sistema de economía globalizada. Y que convierte al segundo en un gasto que obstaculiza ese máximo beneficio y es obligado reducir al mínimo. Parodiando a Sadam Hussein, esa contradicción es la madre de todas las contradicciones y de todas las batallas. De ella derivan todas las otras que hemos presentado: los sindicatos negociadores y protestones, el contrato de trabajo (más la Unión Europea) violento y libre, los empresarios malos y buenos.
Y si las cosas son así, vuelve a cobrar relieve la sabia sospecha de Pablo VI: “ha de tener algún vicio profundo, una radical insuficiencia este sistema si, desde sus comienzos, cuenta con semejantes reacciones sociales” .
Pero cuando uno afirma esto, los beneficiarios de la situación responden irritados y menospreciantes: pues entonces ¿qué sistema propone usted? Es la misma respuesta corta que se estuvo dando a los agricultores andaluces cuando defendían que no eran los pepinos la fuente de la infección de E-coli: “pues ¿cuál es la causa” según usted?” Y a ello se respondía: no propongo ninguna causa sino sólo que se investigue y se busque más.
Pues ahora igual: no proponemos ningún sistema sino sólo que se reconozca el vicio profundo del actual, y se investigue hasta encontrar otro sistema no enfermo. Lo contrario sería como si, cuando apareció el SIDA, hubiésemos dicho que no eran ninguna enfermedad y que los infectados morían “de muerte natural”, simplemente porque no sabíamos lo que era ni teníamos remedio alguno.
Publicado en Noticias Obreras