Elogio de la dificultad
Esta constatación me evocó un proceso inverso que se dio en la genialidad de Berlanga: cuando tuvo que filmar en los márgenes angostos de la censura franquista, resultó mucho más genial que cuando la liberación de la censura le permitió echar mano, con demasiada facilidad, del recurso fácil o grosero. Bienvenido Mr. Marshall o Calabuig son quizá lo mejor de Berlanga.
Siguiendo por la senda del cine, vayamos a “La fuente de las mujeres”, encantadora película iraní hecha también con claras restricciones de censura. Sin embargo la escena casi final de amor donde sólo se ven los rostros, tiene mucha más hondura y riqueza humana que todo el sexo explícito de muchas películas occidentales.
Estos datos vuelven inevitable el recuerdo de La Codorniz, aquella asombrosa revista de humor a la que la censura franquista hizo aguzar el ingenio y conseguir una calidad y una gracia no igualadas después. Todavía hoy, uno echa de menos la “nada con sifón”, los jeroglíficos alusivos o las marquesas de Serafín. Revistas posteriores como El Jueves, con pistas tan anchas de facilidad no le llegan ni a la suela del zapato.
“El hambre aguza el ingenio” dice el refrán; y efectivamente es así. Quizá pues ha llegado la hora de reconocer que la facilidad tiende a embotarlo: algo hemos perdido desde que nos deshicimos de la censura. Y es preciso evitar que la anhelada libertad de expresión degenere en embotamiento mental o en simple libertad de lo hortera, y encarcelamiento de la creatividad.
No estoy abogando por un regreso a la censura, por supuesto. Pero sí por un reconocimiento de que la dificultad saca muchas veces lo mejor de nosotros. Aviso muy necesario para ciertas izquierdas baratas que confundieron la imprescindible educación en libertad con una educación sin dificultad. Pero educar sin dificultad es más bien deseducar o entontecer. Lo que exige la educación es una dificultad que esté motivada por una buena meta, y que no sea excesiva sino proporcionada a las fuerzas del que la afronta. De lo contrario, como gustaba de repetir J. L. Segundo siguiendo a G. Bateson (Pasos para una ecología de la mente), la tendencia a la facilitonería estropea todo lo humano.
Y éste no es un principio sólo pedagógico sino que parece brotar de la naturaleza misma de las cosas. En la física del bachillerato aprendíamos que la energía se degrada porque tiende a configurarse en la forma más fácil de energía que es el calor. Y el calor sólo hace sudar, sin poner nada en marcha. Luego la ciencia nos ha enseñado que la evolución del universo es tan infinitamente lenta porque tiende siempre a las síntesis más fáciles, mientras que los pasos adelante sólo los dan las combinaciones difíciles y minoritarias de hecho, que tardan mucho en producirse.
Pocos dudarán hoy de que el ser humano ha sido creado (o existe) para progresar. La pregunta es más bien si el camino del progreso es una pendiente hacia abajo o es una ascensión penosa: porque el primero sólo puede llevarnos al nivel del suelo o más abajo todavía, mientras que la segunda es la que nos permite alcanzar algunas cumbres. No diré con W. Benjamin que nuestro progreso se está convirtiendo en un “regreso a la barbarie”, pero es bueno que una persona tan de izquierdas dijera eso.
Porque detrás de todo lo dicho hay algo que las izquierdas deberían repensar mucho: el choque derecha-izquierda que antaño sonaba a confrontación entre la insolidaridad y la justicia interhumana, se nos ha travestido hoy en un choque entre el esfuerzo y la comodidad.
¿Ha sido sólo por culpa de algunos medios hipócritas de comunicación? ¿O hay aquí un material para un buen examen de conciencia? Ya hablaremos de ello otro día. De momento sirvan estas obviedades para animar a los excursionistas estivales.