Hacer justicia injustamente

La pederastia es una aberración criminal. Incluso como tentación me resulta difícil comprenderla. Creo recordar que había algo de ella en el Satiricón de Petronio; pero me pareció tan extraño que lo dejé como cosa de aquella Roma corrupta. Hoy está a la orden del día. En el mundo y en la Iglesia. No sé si porque hemos abaratado tanto el sexo que ya no nos cumple la promesa que vehicula y entonces la buscamos en esas deformidades. Con el agravante de que el abusado se convierte fácilmente en abusador, mientras éste tiende a presentarla como “una variante más”.

Creo conocer bastante la pasta humana y puedo comprender cualquier debilidad y cualquier aberración. Pero, en los casos de eclesiásticos, no entiendo que luego se mantenga una doble vida continuada: eso, más que una inmoralidad implica una auténtica falta de fe. Añádase que, como señala la película Spotlight, en los casos de la Iglesia, tras la culpa de las personas hay una culpa del sistema: una idolatría del cura mantenida quizá como reclamo vocacional, pero contraria al evangelio que sólo llama sacerdotes a Cristo y al pueblo de Dios, no a los ministros de la Iglesia.

Algo de eso señaló el obispo australiano J. Robinson, encargado por sus hermanos de estudiar los casos de pederastia. Pero la curia romana le impidió llevar sus investigaciones por ahí. Visto lo cual, el obispo se retiró, y luego publicó un libro (Poder y sexualidad en la Iglesia) donde ya es expresiva la primera palabra del título: poder, no sexo. Me evoca lo que viví en casos de niñas abusadas por sus padres: la autoridad de la figura paterna, el deseo de la niña de que su padre la quisiera, es lo que las llevaba a callar y luego (encima) las dejaba absurdamente culpabilizadas. No cabe pues tolerancia con esa lacra. De acuerdo.

Pero todas las realidades humanas tienen dos polos y, si nos quedamos sólo con uno, las deformamos. Así podría suceder que, haciendo justicia, cometamos nuevas injusticias. Por ejemplo:

1- ¿No ha ocurrido algo así con los maristas en Barcelona? Los maristas han escrito en Siria páginas heroicas de solidaridad, sin merecer la más mínima atención y reconocimiento de parte de los medios de comunicación. Ahora, de pronto ocupan titulares diarios, sin otra identificación: “maristas-pederastia”. Que no fuera la Congregación sino profesores contratados, importaba poco. Las explicaciones dadas por el colegio tampoco tuvieron demasiada difusión. Imaginemos que la prensa más reaccionaria de Madrid titulara: “Pederastia en Cataluña” o “Los catalanes pederastas”. ¿Nos parecería justo?

Si la respuesta es negativa preguntémonos ahora: ¿hemos sido justos nosotros con los maristas? ¿O es que hay gentes que, por no sé qué otra extraña perversión, parece que sólo encuentran placer cuando pueden arrojar basura sobre la Iglesia? Y me atrevo a hablar así porque, personalmente, he sufrido bofetadas y acusaciones por “no amar y criticar a la Iglesia”. Pero las críticas hay que hacerlas para mejorar la realidad, no para regodeo propio. ¿Hubo el mismo clamor constante cuando Sánchez-Dragó se jactó de haberse follado dos niñas de 13 años… pero japonesas?

2- En 2004 en Outreau, pequeño pueblo francés, estalló un escándalo de pederastia. Cinco años después, varios condenados fueron declarados inocentes; pero uno de ellos ya se había suicidado en la cárcel, desesperado. Un médico, alcalde de Sécher, pasó varios años en prisión hasta que el acusador reconoció haber mentido. Ahora bien: el dolor del injustamente acusado es tan enorme como el del canallescamente abusado. Lo sé porque conozco algún caso que me ha hecho compartir ese dolor personalmente.

Por desgracia, la justicia humana no sólo puede ser a veces deliberadamente injusta, sino que se tropieza frecuentemente con mil obstáculos debidos a la complejidad de lo real. Y, cuando se ha creado ya un clamor emocional, es muy difícil serenar a las masas, que se sentirán comprensiblemente traicionadas. Pero la justicia auténtica reclama seguridad en la culpa. “Tolerancia cero” no significa convertir la presunción de inocencia en presunción de culpabilidad, ni pervertir el clásico principio romano: “in dubio pro reo”, en un: “in dubio contra reum”. Porque hay casos en que no tenemos más que la palabra de uno contra la palabra de otro. Y esta generación omnipotente del mimo, el ipad y la selfie, no tiene muchos escrúpulos en amenazar que, “si me suspendes las ‘mates’ te meto una denuncia”.

3- Resulta extraño que gentes que pasan de los 50, sientan hoy necesidad de denunciar unos abusos de hace 40 años, y siempre en colegios religiosos. Ya corre el rumor de que, detrás de ese dato, late una campaña camuflada contra la escuela concertada. Recordemos que, en USA, la denuncia repentina de casos antiguos coincidió con la oposición de la Iglesia a la barbarie de Bush en Irak. Y que, tanto en el Chile de Allende como en la Venezuela de hoy, junto al innegable desabastecimiento se produce un acaparamiento oculto, como acaba de denunciar un obispo venezolano.

4- Otro de nuestros problemas vergonzosos es la violencia machista. Pero una policía (mujer por más señas) me dijo un día que no imaginaba yo cuántas denuncias falsas reciben; y que no podían decirlo porque toda la opinión se les echaría encima y les acusarían de cómplices.

Y para concluir: los medios, como los políticos, tienden a agitar las emociones y a jugar con ellas. Cuando las emociones se agitan, es casi imposible mantener la serenidad suficiente para hacer verdadera justicia. Por duro que resulte no olvidemos que condenar a un inocente es tan grave como abusar de otro inocente.
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