Patrimonio de la Humanidad

Visitando una vez Tenerife, me llevaron de excursión al Teide. Tras atravesar un precioso bosque, llegamos a un montículo sin vegetación, poblado de restos de lava y piedras volcánicas. Al entrar allí, el conductor del autobús avisó: “todo este terreno está declarado patrimonio de la humanidad; tengan cuidado de no llevarse ninguna piedra porque podría costarles una multa fuerte”.

Nada que oponer al deseo de conservar intactos algunos tesoros de nuestra historia. Pero mucho que objetar a los criterios con que se otorgan esos sonoros calificativos. La selva amazónica, pulmón de medio planeta, merecería ser defendida con el máximo esmero, no de las manos de turistas imprudentes sino de las garras de las multinacionales que están deforestándola sistemáticamente, con la excusa del “progreso”. Los indígenas de la Amazonia son seres humanos y deberían ser declarados patrimonio de la humanidad, respetando su estilo de vida. La religiosa norteamericana Dorothy Stang, asesinada por los terratenientes por defender de los derechos de los indígenas era más patrimonio de la humanidad que todas la piedras volcánicas del mundo. Si una catástrofe ecológica acaba con nuestro planeta ¿de qué servirán todos esos supuestos “patrimonios de nuestra humanidad”?

Patrimonio de la humanidad es, ante todo, cualquier persona de la raza humana por delante de paisajes u obras de arte admirables. Doña Esperanza Aguirre, aguerrida siempre, propuso barrer las calles de Madrid de todos cuantos duermen allí (unas 800 personas), porque afean tan señoriales avenidas. Pero la vergüenza para Madrid, y para cualquier otra ciudad, no es que alguien duerma en la calle sino que existan personas que no tienen dónde dormir. Doña Esperanza que ya declaró antaño que su sueldo de presidenta de la comunidad apenas le alcanzaba “para llegar a fin de mes”, debería comprender esto mejor que nadie: porque muchos en Madrid no llegan ni a la décima parte de ese sueldo.

Pensando humanamente (y dicho a lo bestia) más humano sería que esas casi 800 personas duerman en las salas del Prado, y los cuadros pasen la noche en algunos portales madrileños. ¿Les parece una burrada? A mí también; pero ¿no percibimos que más barbarie es el hecho de que no tenga donde pasar la noche un solo ser humano, patrimonio supremo de la humanidad?

Para seguir con nuestras incoherencias: la Europa más rica y que se considera por ello más civilizada, hace oídos sordos ante la avalancha de inmigrantes; España presume de eficacia en devolverlos al lugar de origen; nos hemos negado a reformar la ONU y a que exista una verdadera autoridad mundial, única que podría gobernar esos dramas que nos superan. Y en buena parte de Estados Unidos (que se consideran modelo y gendarme de la humanidad) los negros, más que patrimonio, son escoria de la humanidad.

Por eso conviene repetir sin cansarse y aunque moleste: al menos desde un punto de vista cristiano, cualquier ser humano (al margen de su condición de raza, sexo, lengua o cultura) es patrimonio de la humanidad, con más razón que todas las maravillas artísticas o culturales que el género humano ha ido produciendo a lo largo de su historia. Porque cualquier persona es hija de Dios, está destinada a vivir eternamente y tiene por ello una dignidad absoluta que todos debemos respetar y nadie puede arrebatarle. Mientras que de todas las maravillas que la raza humana ha ido sembrando en el planeta, llegará un día en que (dicho con palabras de Jesús) “no quedará piedra sobre piedra”: ni siquiera ese pequeño muro de lamentaciones que ha quedado del imponente templo de Jerusalén.

Si el ser humano no tiene ese valor absoluto destruyamos ya todas nuestras hipócritas declaraciones de derechos humanos que, poco a poco, estamos convirtiendo en justificaciones de deseos egoístas, en vez de imperativos absolutos a respetar. Confesemos que los únicos derechos absolutos son los derechos del dinero y, por eso, eran “legales” aunque profundamente inmorales las condiciones impuestas a los afectados por la hipoteca, o aquella reforma antidemocrática de la Constitución (¡la única que hemos sido capaces de hacer!) para dejar claro que, en los casos de préstamos, la primera finalidad es que los Bancos recuperen sus haberes: ¡antes de que un 25% de nuestros niños esté subalimentado!. En fin de cuentas, seres humanos tenemos demasiados y nos sobran, mientras que dólares, nunca tendremos bastantes. Digámoslo claro pues: patrimonio de la humanidad son hoy por hoy, el dólar y el euro no las personas. Pero entonces oigamos los versos de P. Casaldáliga en su célebre Oda a Reagan: “El lucro y el poder de vuestras armas – no pueden alcanzar mayor cotización – que el llanto enfebrecido – de un niño de color”.

Por supuesto, queda una pregunta de difícil respuesta: ¿qué hacer con todos esos hombres que han pisoteado su propia dignidad y viven de la explotación de sus hermanos (mafias de la migración, de las drogas…)? La pregunta merece un estudio serio pero, en ese análisis, deberían entrar no sólo aquellos que explotan ilegalmente, sino también los otros afortunados que pueden explotar a sus hermanos de manera legal. Pues, al margen de la legalidad del procedimiento, son tan inhumanos como las otras mafias.
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