Pronóstico electoral
1.- El miedo. Estamos claramente mal; en esas situaciones una reacción muy común suele ser la del refrán: “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Las gentes tienden más a temer el paso de mal a peor que a esperar la salida de mal a mejor. Sólo cuando el mal se ha convertido en desesperante la multitud reacciona: pero entonces ya no lo hace votando sino quemando, destruyendo o produciendo violencias.
Un par de factores coyunturales puede atizar ese miedo al bueno por conocer. El primero ha sido la ligereza de Susana Díaz: creyó que por su cara bonita (que la tiene) y su coquetería política podría convertirse en señora de Andalucía; rompió un pacto alegando unas razones de inestabilidad nunca aclaradas, y ahora se encuentra con una inestabilidad mucho mayor de la que, encima, pretende culpar al resto de los partidos. Que una promesa política pueda cometer semejante error de cálculo, nubla el horizonte de todas las demás promesas. Mientras que si Ada Colau tiene serias posibilidades de ganar en Barcelona es porque primero hizo (y muy bien) y después ha hablado: al revés de los que hablan antes de haber actuado.
El segundo factor es el discurso superagresivo de Pablo Iglesias el primer día de campaña. Personalmente sospecho que sólo dijo verdades; pero esas verdades deberían haber sido dichas antes, en la lucha cotidiana y no en la campaña electoral. Porque, como reconoció Felipe González, la gente mira las campañas como unos días de mentiras. Al decir todo lo que dijo Iglesias en plena campaña, pudo enardecer a los suyos pero convenció a todos los demás de que aquello no era más que la ristra de insultos exagerados, típicos de las campañas. Hubiera podido decir que Podemos no financia su campaña con créditos bancarios; prometer incluso acabar con la forma actual de las campañas electorales que suponen gran cantidad de gastos inútiles: que en cada lugar, defiendan a cada partido sus candidatos en aquella circunscripción, sin que los líderes hagan una inútil “vuelta electoral a España”, pronunciando discursos que sólo convencen a los suyos; y que las campañas se hagan proponiendo programas y no atacando al otro: que para eso ya está la oposición cotidiana. Podía haber dicho algo de eso, pero cayó en un tic muy propio de la casta que tanto ha denostado. ¡Lástima!
2.- La insolidaridad. A nivel mundial, vivimos una hora individualista e insolidaria. Cameron no ha ganado en el Reino Unido por los resultados de crecimiento y empleo que esgrimía embobada la amiga Soraya. Ha ganado porque ha triturado a una minoría de británicos que lo están pasando fatal, pero que casi no tienen voz; y ha generado una reacción insolidaria de “mientras eso les pase a los otros y no a mí, pues adelante”. En España sucede exactamente lo mismo: muchos aceptarán las medidas inmorales de este gobierno mientras no les toquen a ellos… Dicen que la democracia es cosa de mayorías; pero una democracia política, sin democracia económica se convierte fatalmente en la opresión de una minoría indefensa, por una mayoría que se aprovecha de ella.
3.- La corrupción. Parecerá extraño que esgrima esta lacra como venero de votos para el PP, pero quisiera recordar la cínica (y lúcida) frase de Berlusconi: “me votan porque me tienen envidia y quisieran ser como yo”. Tengo la vehemente sospecha de que todo lo que hemos ido sabiendo sobre la corrupción (los “horrores” que no “errores”, como le corrigió a Rajoy una política valenciana), son sólo la punta de un iceberg; que son muchas las gentes que, en este país, tienen su pequeño chanchullo que les interesa esconder y conservar. Y se sentirán más seguras si gobierna el PP. Hace ya muchos años, en México, tuve esta conversación con un taxista (era público entonces que todos los taxistas votaban al PRI): critiqué al expresidente Echevarría porque había robado mucho; y el taxista se volvió indignado y me dijo literalmente “¡oiga! ¡es que era el presidente de la república!” Pues eso: él hacía lo que podía y nosotros hacemos lo que podemos, y que nos dejen en paz. Creo que algo de eso se repite entre nosotros y puede ser otra fuente de votos para el PP.
4.- La ignorancia. O la piedad o la buena fe, llámeselas como se quiera. Pero creo que otro puñado de votos procederá de gente mayor que se siente católica (muchas monjas entre ellos) y que tiene el esquema mental de que “el PP es el único partido que defiende a la Iglesia”; esquema alimentado por la falta de respeto a lo religioso que exhiben los demás partidos sobre todo el PSOE (donde hay tantos cristianos por otro lado), desde los días de Alfonso Guerra y Matilde Fernández. Más de dos veces he oído decir a personas de cierta edad: “claro, yo votaría al PSOE, pero ¡son tan enemigos de la religión!”. Pueden faltar ahí todos los matices que se quiera; pero esa mentalidad existe y seguirá votando hasta que no se muera toda una generación.
5.- Los de siempre. Como existe también ese residuo de viejos franquistas, tejeros, “fuerzas-nuevas”… que no pueden votar más que al PP, sea éste lo que sea y haga lo que haga. Incluso, probablemente, sería ingenuo pensar que -como los anteriores- son sólo un residuo que acabará desapareciendo: porque en una época sin otros horizontes vitales que el consumo, brotan en la juventud posturas racistas, supernacionalistas, agresivas… Y hasta te hacen pensar que mejor que se queden ahí que no que se vayan al Estado Islámico.
6.- El opio del pueblo. Y además de todo eso, por mal que estemos “siempre nos quedará París”, como en la película Casablanca: quiero decir que siempre nos quedarán Messi, y Cristiano y Marc Márquez y Rafa Nadal y todas esas estrellas que nos iluminan la noche política y económica, nos atontan como los psicofármacos y, aunque nos cambien la personalidad, actúan como analgésicos y nos hacen olvidar lo insoportable de la realidad que nos envuelve.
7.- “La clave”. Si ese análisis está bien encaminado, creo que hay ahí unas fuentes que nutrirán al sr. Rajoy (aunque no tengan nada que ver con su política), y hacen probable el triunfo que he pronosticado (o temido). El problema surgirá entonces para Ciutadans. Muchos votos del PP están emigrando ahí porque parecen ser una variante del PP con menos grandes manchas en sus elegantes vestidos. Y aquí nace la pregunta: ¿aceptará Ciudadanos pactar con el PP? ¿Mantendrá la misma coherencia inflexible que está exhibiendo en Andalucía? ¿O echará mano ahora del argumento contrario de “facilitar la gobernabilidad” y de que ya es sabido que la política hace extraños compañeros de cama? A esa pregunta es a la que no sé responder. De ella depende que el PP, con su presunta victoria pírrica, pueda seguir gobernando, o se estrelle.
Y en fin: no sé acierto; pero si estas líneas pudieran suscitar ahora nuevas reflexiones y argumentos (amén de los inevitables insultos) y quizá consolar a algunos cuando pase el día 24, ya me doy por satisfecho.