por si ayuda a alguno para el Corpus que viene Recuperar la cena del Señor

Por razones históricamente comprensibles y sin culpa de nadie, las llamadas misas "tridentinas" han convertido la misa en un mero acto de culto casi totalmente desvinculado de la cena del Señor. Con la reforma litúrgica del Vaticano II se puso en marcha un proceso de recuperar la cena del Señor como configuradora de la eucaristía y la eucaristía como constitutiva de la Iglesia. La resistencia a esa reforma puede tener unas consecuencias muy negativas y eso explica algunas decisiones últimas de Francisco y algunas reacciones contra él, carentes de la más elemental caridad. Ojalá este Corpus no volvamos a presenciar esos desmanes.

“La Iglesia hace la eucaristía. La eucaristía hace a la Iglesia” (H. de Lubac)

                                                                                “Tres jueves hay en el año

                                                                                  Que relucen más que el sol

                                                                                  Jueves Santo, Corpus Christi

                                                                                   Y el día de la Ascensión”.

Ya no hay en el año “tres jueves” tan relucientes: Pero sigue siendo llamativo que de aquellos tres jueves, dos tenían que ver con la eucaristía (jueves santo y Corpus Christi). El tercero probablemente acabó entrando en esa copla porque antes era un jueves festivo y además rimaba en asonante con el sol… Pero temo que, en el tema de la eucaristía, no solo hemos perdido una fecha semanal sino algo mucho más serio que es imprescindible recuperar. A eso apunta estas reflexiones que divido en dos partes.

I.-MI TEXTO

 Hay que recuperar algo porque hemos perdido cosas muy importantes que giran casi todas en torno a la relación de la eucaristía con la última cena de Jesús. A saber: si la eucaristía es unaactualización sacramental de esa Cena, o si la cena fue solo la ocasión y el lugar que Jesucristo aprovechó para dejarnos un culto que dar a Dios, y que, prácticamente, no tiene nada que ver con una comida en común. Examinemos estas dos maneras de ver:

1.- Posturas en juego:

Postura conservadora.- En el segundo caso, es lógico que habrá que comulgar de rodillas y directamente en la boca. Lo contrario parece una gran falta de respeto o quizás una tácita negación de la presencia real. Y el cura es el único que tiene ese poder quasi-mágico de consagrar, porque él mismo es una especie de persona “sagrada” (nuestra palabra sacer-dote viene de latín sacer que significa sagrado). Por eso hay palabras que solo puede decirlas él; y solo él puede tocar con sus manos la hostia consagrada.

Vista así, la eucaristía como acto de culto es enormemente individualista. Tiene no obstante la “ventaja” de que al acabar podemos decir aquello que se ha dicho (o pensado) muchas veces: “ya le hemos dado a Dios lo suyo; ahora vamos a lo nuestro”.

Postura renovadora.- En cambio, vista como actualización sacramental de la última Cena, lo que debemos pensar al acabar es más bien: ya nos hemos alimentado y capacitado para poder dar a Dios el único culto que nos pide: el del amor fraterno y gratuito entre todos nosotros. Todo el largo sermón joánico de la última Cena parece apuntar a eso, como se irá viendo.

Vaticano II.- Pues bien: la Constitución del Vaticano II sobre la liturgia (Sacrosantum Concilium) tiene algunas indicaciones en esa dirección, y que resultan muy difíciles de aceptar para los de la primera postura. Por ejemplo:

 “No asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores… Ofrecer (la hostia) no solo por manos del sacerdote sino juntamente con él (48)”.

 O recomendaciones prácticas como estas:

 "Simplifíquense los ritos conservando con cuidado la sustancia; suprímanse aquellas cosas menos útiles que, con el correr del tiempo se han duplicado o añadido… Restablézcanse (de acuerdo con la primitiva norma de los santos Padres) algunas cosas que han desaparecido a causa del tiempo" (50, los subrayados son míos).

 Ahí subyace esa idea de recuperación que intitula estas reflexiones. Y para eso es preciso recobrar dos rasgos de aquella santa Cena que resumía toda la vida entregada de Jesús.

2.- Rasgos de la última cena

a) Comenzando por la fecha. Ya es sabido que los sinópticos y Juan difieren en este punto. Para los primeros, lo que nosotros llamamos “la última cena” fue, sencillamente la cena de la pascua judía que tocaba celebrar por aquellas fechas. Para el cuarto evangelio es una decisión particular de Jesús, en los momentos en que aquella entrada “triunfal” en Jerusalén va abriendo perspectivas cada vez más oscuras y amenazadoras (la oficial cena pascual judía había de celebrarse al día siguiente). Pero resulta que lo ocurrido en aquella cena “privada” es lo que la convirtió en realización de la verdadera cena pascual judía, como en seguida veremos.

Se considera hoy que la cronología del cuarto evangelio es la más probable. Juan es muy adicto a eso de fechas y horas, y parece que también bastante fidedigno, a no ser que tenga alguna otra razón teológica muy seria: como ocurre excepcionalmente en el conflicto de Jesús con el Templo, que sucedió, casi con seguridad al final de su vida y que Juan ha colocado al comienzo –en su capítulo 2-, como explicación de aquel nuevo culto que anunciaba en su ataque al Templo judío, es precisamente el “vino nuevo” presentado en las bodas de Caná, que ocupa la otra mitad de este capítulo 2. Ese vino nuevo mejor que el viejo es la nueva forma de culto, de templo y de relación con Dios que brota del significado de la cena de Jesús. Por eso hemos de ver qué ocurrió en aquella cena.

Y fijémonos: si la Cena de Señor “realiza” la antigua cena pascual veterotestamentaria, se puede evocar esto recuperando la postura vertical: porque la pascua judía se comía de pie como hicieron los israelitas, pues habían de salir corriendo de Egipto (cf. Ex 12,11). No es que sea una postura obligatoria, pero tampoco se trata de una falta de respeto a Dios (como oímos acusar a veces), sino de simbolizar la prisa por escapar de la esclavitud[1]. Lo que apunta otra vez a nuestra actitud cuando salimos de la eucaristía.

b) Gestos de Jesús.- Más que describir lo que ocurrió, Juan lo ha simbolizado en el lavatorio de los pies: el Señor se comportó como siervo, llamó a sus siervos “amigos”, y resumió la tarea de nuestras vidas en el mandamiento “nuevo” de amarnos unos a otros como Él nos ama. Eso quiere ser una explicación pedagógica del significado de los dos gestos reales de Jesús que conservan los sinópticos: partir el pan y pasar la copa. Vamos a ver esos dos gestos.

La palabra pan, en arameo, significa tanto pan como alimento en general (como también ocurre a veces en castellano). Partir el pan es compartir la necesidad; y pasar la copa es comunicar la alegría: y esos dos gestos conllevan siempre una presencia real de Cristo que se hace además sacramental (simbólica y eficaz a la vez) en la celebración eucarística.

3.- Pérdida de esos rasgos.

Ahora, sin culpar a nadie, vamos a ver rápidamente la inevitable entropía eucarística a lo largo de la historia.

Los primeros cristianos celebraban la eucaristía no en un templo sino en la habitación cedida de una casa; la celebraban en medio de una cena, donde además leerían alguna carta de Pablo. Ha notado algún historiador que esa es la primera vez en la historia humana en que esclavos y señores comparten la misma mesa. Como es lógico la celebraban sentados y tomaban el pan eucarístico con sus manos. Lo importante ahí, como acusa san Pablo, es que no pasen hambre unos mientras otros están hartos. Porque “eso ya no es celebrar la Cena del Señor” (1 Cor 11, 20).

Pasan los años; y entre la fragilidad humana, la multiplicación del cristianismo la pérdida del latín y la construcción de templos y catedrales, resulta que los fieles quedan a buena distancia del “anfitrión” que está más alto que ellos (en el llamado presbiterio), y de espaldas a ellos. El cáliz y la patena dejan de ser la copa y el plato propios de una comida entre varios y pasan a ser unos objetos de oro que solo sirven para el culto del Señor. Se recurre entonces a la elevación de la hostia y el cáliz consagrados para marcar el momento central, y ese gesto provoca lógicamente otro de adoración de parte de los fieles. Y esta busca de actitudes de adoración acaba llevando a la ley del llamado “ayuno eucarístico”: no comer ni beber nada desde las 12 de la noche, si se quiere comulgar.

Ahora, quienes tengan mi edad quizá podrán recordar torturas y escrúpulos infantiles porque “no sé si bebí un poco de agua y ya pasaban de las doce”; o si “he tocado la hostia con los dientes en vez de tragármela entera”, mordiendo a Jesús…

Todo eso ha ido desapareciendo poco a poco en ese proceso lento de recuperación de la eucaristía (misa en lengua vernácula, de cara al pueblo, supresión del ayuno eucarístico…). Y es ese proceso el que debemos continuar ahora, y el que se encuentra con la oposición (a veces un poco ignorante y a veces un poco orgullosa) de quienes apelan a “conservar la tradición” de la Iglesia, sin darse cuenta de que llaman tradición al siglo XIX y no a lo originario de la eucaristía[2].

4.- Conclusiones teológicas

La eucaristía no es pues primaria e inmediatamente un acto de culto sino una transformación de las relaciones humanas. Y precisamente por ser esa transformación se convierte en acto del verdadero culto que los cristianos podemos, y debemos, dar a Dios. Porque a Dios hay que darle el culto que Él desea, no el que nos parece a nosotros. Ratzinger (que suele ser el apoyo que buscan estos pseudo-conservadores) no pudo decirlo más claro: “el culto cristiano… es la aceptación de la obra salvífica de Cristo que nos fue dispensada una vez”. ¡No se trata de ofrecer sino de recibir![3]

Por eso resulta confortante ver en la predicación de los primeros Padres de la Iglesia la repetición frecuente de un reproche que viene a decir: quieres vestir al Señor y traes a la Iglesia unos mantos para su imagen; pero sales del templo, te encuentras al Señor desnudo en un pobre y ya no piensas en vestirle[4]. Y dicho para hoy: quieres honrar a Dios y lo sacas en procesión por la calle; pero luego te encuentras a Cristo durmiendo en la calle y pasas de largo.

Y para expresar eso podríamos incluso parafrasear ahora el célebre discurso del Deuteroisaías en su capítulo 58: “esta es la eucaristía que yo quiero: parte tu pan con el hambriento, abre tu casa al cansado, da libertad al cautivo… Y como eres incapaz y frágil para hacer eso, ven a celebrar conmigo mi cena de despedida, que te dará fuerza y ánimo para ello”.

Quizás a partir de todo esto puede comprenderse ese cambio de nombre: antes se llamaba misa y ahora eu-caristía (= buena gracia): la eucaristía es un acto de gratitud y de gratuidad: agradecemos que no tenemos que dar ningún “culto a Dios” como hijos suyos que nos ha hecho, y que nos vaya capacitando poco a poco para esa gratuidad del amor fraterno[5]. Mientras que la separación entre la misa y la cena del Señor, y su reducción a un simple acto de culto, por solemne que sea, tiene dos consecuencias serias:

5.- Consecuencias de ese rechazo

a) Por un lado fomenta la “sacralización” del presbítero que la preside. Y esa casi divinización del cura genera la plaga del clericalismo que Francisco tanto ha denunciado.

No sé si es suficientemente conocida la historia del obispo australiano G. Robinson, encargado por la conferencia episcopal de su país de investigar la plaga de la pederastia clerical. Robinson fue llegando a la conclusión de que no era un problema meramente sexual, sino también un problema de clericalismo: del poder y la sacralización del cura. Y es curioso que la entonces congregación del santo oficio le avisara por su cuenta de que sus conclusiones “no le estaban gustando al papa”[6]. Se comprende además que esos abusos puedan dejar heridas y traumas muy serios: porque quien te ha maltratado no ha sido alguien “malo” sino alguien a quien el niño o la niña tenían casi divinizado[7].

b) Por el otro lado, la llamada misa “tridentina” ha llevado a muchos críticos no cristianos a mirarla como una simple imitación de los cultos paganos. Y esto es lo que siguen fomentando inconscientemente, todos los lefebvristas y defensores de la misa “tridentina”. Se comprende así mejor la decisión de Francisco (a que aludiremos luego) de ir eliminando esos permisos.

Recojo ahora algunas críticas de esas que identificaban la misa católica con los cultos paganos. Perdón por la longitud, pero me parece necesaria para que se vea la intención del texto:

- La misa es el sacrificio pagano que hacían en honor al dios sol. La hostia usada era así de redonda y delgada en los cultos babilónicos al sol (en la biblia dice pan y no son lo mismo ni en forma ni tamaño).

- El sacerdote se decora con el alba, ornamento de los sacerdotes de Isis, quienes se afeitaban la cabeza y presumían de castos. Se cubre la cabeza con la casulla, vestidura de los sacrificadores fenicios y egipcios que recibía el nombre de calasiris, se ataba al cuello y descendía hasta los talones; y con el amito (orarium) utilizado por los pontífices paganos al igual que el alba y la casulla cuando sacrificaban.

-  El pan de la cena celebrado por los cristianos primitivos era bendecido y se ofrecía sin distinción de rango ni de fortuna entre los hijos del mismo padre. Los romanos comían asimismo panecillos redondos.

- Las ofrendas recibieron algo más tarde el nombre de hostiæ y la ceremonia de su consagración, el de misa, palabra que se deriva de la latina messis, cosecha, es decir, ofrenda de las primicias de las recolecciones. La hostia por consagrar es una reducción de las hostias paganas consistentes en pasteles que se ofrendaban a los dioses.

- El sacrificador pagano ofrecía el vino y el incienso a las divinidades del cielo, dirigiéndoles tres veces la palabra, como en el sanctus de la misa; después volvía a hacer libaciones, y despedía a los asistentes.

- Entre dos cristales transparentes colocados en un círculo radiante y repleto de  piedras preciosas, se encierra un pan de harina pura de trigo, hostia, víctima.

- El ostensorio o custodia era el símbolo del sol en todo su esplendor y era usado en su adoración: un sol resplandeciente (mientras que la Biblia prohíbe el culto al sol). En los templos de la religión actual, hay una gran lámpara, que arde noche y día delante del altar mayor.

- Las palabras “el Señor sea con vosotros” no son dichas en la santa cena, sino usada por paganos en sus ritos y querían decir: “el sol siga otorgándoos la dádiva de su calor vital”. Las vestiduras no eran las usadas por los levitas sino las usadas por los sacerdotes paganos. El regar o bañar con hisopo también era un rito pagano: la biblia no presenta tal rito de asperjar agua. El presumir de castidad y raparse la cabeza como lo hacen los curas lo hacían los sacerdotes de Isis y aun hoy los budistas. La biblia no dice nada de raparse la cabeza. El agua bendita era tomada de la aspersión que se hacía a los iniciados. La biblia no dice nada de agua bendita…[8]

     Lo primero que llama la atención en todos esos paralelismos es la total ausencia de la última Cena de Jesús. De este modo la misa queda reducida a una mímesis de los cultos paganos: ya no es una inculturación pero una inculturación “transformadora”[9], es decir: la cena de Jesús actualizada sacramentalmente, pero no en la Palestina del s. I sino en la Europa de los siglos posteriores; asumiendo para ello tranquilamente algunos rasgos de esas culturas aunque “la biblia no diga nada” de ellos. Igual que hoy podemos celebrar la eucaristía con luz eléctrica y no con lámparas de fuego, o como disponemos de hostias sin gluten para los celíacos (aunque la biblia no diga nada). Todo está en si se trata de una inculturación de ese tipo transformador o solo de una copia de actos del culto pagano. Como sucede con tantas críticas de carácter histórico, tanto pueden probar mucho como no probar nada…

 Y aquí está mi preocupación: esos ataques son lo que inconscientemente, siguen fomentando todos los que rechazan la reforma litúrgica iniciada por el Vaticano II y de los que hablaremos en la segunda parte. Antes, digamos para cerrar esta parte primera que ahora cobra su pleno sentido la primera parte de la frase citada del cardenal de Lubac: “la eucaristía hace a la Iglesia”. Una Iglesia, nacida de esa recuperación de la Cena del Señor que he intentado describir, sería efectivamente un “sacramento de comunión” como la definió el Vaticano II. Y esa señal eficaz (= sacramento) ayudaría decisivamente a hacer este mundo mucho más vivible.

Terminemos por eso, aunque ya no la comentemos, con la segunda parte del dicho de Henry de Lubac: “la Iglesia hace a la eucaristía”. La presencia del cura no es indispensable porque él sea el único capaz de consagrar por una especie de poder casi mágico de sus palabras, sino porque esa presencia convierte aquella celebración en acto, por así decir, “oficial” de la Iglesia, no del deseo arbitrario de algunos por la razón que sea. Esa pseudoeucaristía quizás no se podrá prohibir formalmente, creo yo, pues siempre es un acto de devoción. Pero lo que no se puede es convertirla en sacramento. Y aunque esto otro no haya sido nuestro tema, quizá conviene también aclararlo para no ser malentendidos[10].

II.- EL CONTEXTO

 Todo lo anterior ha sido escrito pensando en los momentos que vivimos, tras alguna experiencia en que he visto a gente conservadora queriendo dar lecciones, y temiendo que la fiesta del Corpus podrá ser un nuevo momento para renovar esos ataques a Francisco.

La dolorosa actualidad del tema está en esos constantes ataques que vienen repitiéndose sobre todo desde el 2021 (aparición de Traditionis custodes) hasta hoy. Primero, Francisco restringió la concesión (de Benedicto XVI) de celebrar misas “tridentinas”: habían de ser fuera de las parroquias y con licencia del obispo; en el 2023 añadió además la información a la curia romana. Y creo que así estamos.

Por un lado, los opositores, además de rezar para que Francisco se vaya pronto al cielo, han hablado con voz cada vez más alta, de la “defensa de la tradición verdadera” y del “deber de desobedecer al papa”. Por el otro lado. Francisco ha hablado de un “apoyo increíble al restauracionismo” y de “resistencia al vaticano II”. Ha lamentado también que: “es triste ver cómo el motivo más profundo de unidad se convierte en motivo de división”. Y en una de sus Audiencia de un miércoles: “en la Iglesia todo debe ser conforme a las exigencias del evangelio, no a opiniones conservadoras o progresistas sino a que Jesús llegue a la vida de las personas”.

Este es el momento en que vivimos y a él apuntan las reflexiones anteriores. Estas disputas me han evocado siempre las peleas que surgieron en el siglo I (y de que Pablo habla por dos veces en dos cartas distintas) con las “carnes sacrificadas a los ídolos”. Eran las más baratas en las carnicerías y los cristianos de entonces eran casi todos bastante pobres. Pero algunos creían que esas carnes conservaban algo “sagrado” y que comerlas era idolatría. San Pablo defiende la libertad cristiana contra esa tontería, pero acepta que, por respeto a los débiles, se les permita seguir su opinión y no se les critique[11].

Esta misma había sido la posición de Benedicto XVI y la primera de Francisco. Lo que ha ocurrido ahora es que esos faltos de libertad erigen su debilidad en la única verdad cristiana, se proclaman los únicos fieles, tachan de infieles a quienes siguen al Vaticano II, y a Francisco de hereje e ilegítimo. Quizá deberían recordar la advertencia de Pablo a los “conservadores” en el problema antes citado: “Todo es lícito, pero no todo conviene ni todo edifica” (1 Cor 10,21). Porque esto es, en mi opinión, lo que ha obligado a Francisco a dar estos nuevos pasos. Casi como si la infalibilidad papal (y además desenfocada) hubiera pasado del papa a estos nuevos opositores…

Por esto sería muy de agradecer que la fiesta del Corpus no sea ocasión de más peleas ni de más acusaciones, que tratemos de respetarnos y de encomendarnos unos a otros y que recordemos todos que, como hemos dicho, “la eucaristía hace a la Iglesia” y la intolerancia la deshace. Por eso no puede haber verdadera eucaristía donde hay esa intolerancia[12]. Recordemos una vez más: es la eucaristía la que tiene que hacer a la Iglesia.

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[1] Algo parecido sucede con la levadura a la que luego se le han querido dar otros significados. Pero el significado inicial era: salir de Egipto corriendo, con cosas rápidas de preparar y sin que quede allí nada (cf. Ex 12,6).

[2] Quizás un buen ejemplo de esta postura conservadora lo tenemos en la letra de aquella célebre canción: “Cantemos al amor de los amores”. Allí todo lo eucarístico era: “Dios está aquí, venid adoradores, adoremos y Honor y gloria a Ti…”. De una vida que, por amor, se entrega y se rompe para dar al que no tiene, ni palabra.

[3] “¿Es la eucaristía un sacrificio? Concilium (1976), p, 75.

[4] Ver p.ej. la homilía 50 del Crisóstomo sobre san Mato y la de Basilio de Cesarea contra los ricos.

[5] Sobre el significado de la palabra misa no veo que haya unanimidad: podría derivar de “messis” (mies) aludiendo al pan y el vino como símbolos del evangelio sembrado; o podría ser participio del verbo mitto (missa) y entonces podría significar tanto envío (misión) como despedida. El clásico final antiguo “ite missa est” de las celebraciones antiguas sonaba más a despedida que a misión. Y así decimos hoy: “podéis ir en paz”. Lo que no tiene ningún sentido y es más bien una ejemplo de la perdida de sentido de la palabra, es esa expresión que a veces he oído en personas amigas: “José Ignacio ¿das misa hoy?”. A lo que suelo responder que puedo dar guerra o dar la lata, pero la misa no la doy sino que me limito a presidir su celebración en nombre de la Iglesia

[6] Por eso Robinson se decidió a publicar su experiencia. Ver el libro Poder y sexualidad en la Iglesia. Sal Terrae 2008. Esta historia me resultó muy significativa.

[7] Podemos añadir entonces que la obsesión por arreglar eso con dinero parece orientada más bien a dañar a la Iglesia que a ayudar a la víctima: porque no es tan grave aquello que puede arreglarse con dinero. Habrá que ver en cada caso, en lugar de hacer de eso una regla general.

[8] Todos esos párrafos, que he resumido y sistematizado por mi cuenta como meros ejemplos, son accesibles en internet. No sé yo juzgar de su valor histórico. Pero lo único interesante aquí era enumerar una serie de paralelismos. La cuestión es si, como pretenden quienes los esgrimen, son mera mímesis de cultos paganos o son lo que he llamado una “inculturación transformadora” (que es precisamente la manera como debe evangelizar la Iglesia).

[9] Otro ejemplo de esa inculturación transformadora lo tenemos en la fecha de la navidad: el 25 de diciembre era el día pagano de nacimiento del sol. Ahora se asume esa fecha y se celebra el nacimiento de “otro Sol” que es la verdadera Luz de nuestras vidas.

[10] Otros lugares donde he tratado este tema: en el Cuaderno 138 de Cristianismo y Justicia: Símbolos de fraternidad, dedicado a los sacramentos; en el capítulo 4 de Herejías del catolicismo actual (Trotta 2013), titulado: Desfiguración de la Cena del Señor. Y en una charla grabada que difundió el portal “Fe adulta” y que es accesible por internet. Sobre la Traditionis custodes saldrá un pequeño comentario en una nueva revista que va a aparecer por Centroamérica este verano-

[11] Yo, por supuesto, pienso seguir dando la comunión en la boca a quienes así la pidan, pero me creo obligado a advertir del error en que están y del significado de ese error en estos momentos históricos

[12] Por supuesto, nada de lo aquí dicho tiene que ver con la última negativa de Francisco a una diaconía sacramental para las mujeres, Puedo reconocer que eso me ha dolido. Pero quizás antes de hablar hay que rezarlo y estudiarlo un poco más

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