"Hasta moralistas cerrados de los de antes, como Zalba, tendrían que decir, en lenguaje clásico, que la cosa no pasó de pecado venial" Rubiales: ¿un chivo expiatorio?
“Los verdaderos chivos expiatorios son aquellos que nosotros somos incapaces de reconocer como tales”
"El sistema sabe muy bien qué protestas puede asimilar y cuáles no debe tolerar. La destitución del señor Rubiales es una de esas protestas que el sistema puede digerir perfectamente, quedándose tan tranquilo y dejándonos contentos. Este es precisamente el sentido de los chivos expiatorios"
"No tenemos ningún motivo para creer que la caída del señor Rubiales sea una victoria feminista, por más que los medios de comunicación lo presenten así"
"No tenemos ningún motivo para creer que la caída del señor Rubiales sea una victoria feminista, por más que los medios de comunicación lo presenten así"
| José I. González Faus teólogo
Pues sí: después de mucho leer y mucho dar vueltas, creo que quien ha diagnosticado mejor todo ese lío del señor Rubiales, ha sido Leandro Sequeiros cuando afirmó (en Atrio.org) que se trata de lo que René Girard califica como “un chivo expiatorio”.
Para aclarar un poco ese concepto digamos que Girard parte del dato social de que la violencia debe ser eliminada. Pero solo puede ser combatida mediante violencia; con lo cual, en vez de eliminarla, tenemos más violencia: “la obligación de no derramar sangre se confunde entonces con la obligación de vengar la sangre derramada”. Y el modo que encontró la sociedad para sortear ese callejón sin salida fue concentrar todas las violencias de uno y otro lado en una “víctima expiatoria”, no necesariamente inocente pero sí con menos culpa de la que se le atribuye. Y descargar juntos en ella todos nuestros furores.
De este modo se cumple otro principio evidente para Girard y es que los hombres “nunca son capaces de reconciliarse más que a expensas de un tercero”: nos unimos mucho más cuando nos unimos “contra alguien” que si intentamos unirnos a favor de algo. Y concluye este autor afirmando algo fundamental: “los verdaderos chivos expiatorios son aquellos que nosotros somos incapaces de reconocer como tales”.
Si vale este rápido resumen, añadiré que estas ideas me han dado vueltas durante estos días, sobre todo cuando leí el largo editorial de un importante diario, que me pareció tan fuerte de tono como flojo de razones. Pero creí, y sigo creyendo, que no puedo llegar a una conclusión cierta porque estoy seguro de que nos faltan muchas informaciones sobre este episodio. Incluso, cuando vi la firmeza con que Rubiales decía: “no dimitiré”, me surgió la sospecha de si es que tendrá armas de chantaje para defenderse y algún día acabamos enterándonos de alguna historia tan triste como la de las gimnastas norteamericanas cuando las pasadas olimpíadas de Japón. Ojalá no.
Lo que últimamente me va inclinando a la tesis del chivo expiatorio, aun reconociendo que pueden faltarme datos, han sido las declaraciones de la víctima Jennifer Hermoso. Fijémonos: el mismo día del beso (20 de agosto) declara que “ha sido un gesto totalmente espontáneo por la alegría inmensa de ganar un mundial. El presi y yo tenemos una gran relación y su comportamiento con todas nosotras ha sido de diez y fue un gesto natural de cariño y agradecimiento. No se puede dar más vueltas a un gesto de amistad y gratitud”.
Pero luego es ella misma la que le da más vueltas. El viernes 25 declara que “la situación me provocó un shock por el contexto de celebración. Me sentí vulnerable y víctima de una agresión, un acto impulsivo, machista fuera de lugar y sin ningún consentimiento por mi parte”. Encima la Federación española de fútbol declara que: “la señora Jenni Hermoso miente en todas las afirmaciones que formula contra el presidente”; y exhiben fotos que podrían estar manipuladas. Pero luego borran ese comunicado. Más tarde resulta que ella dice ser lesbiana. Y al final acaba poniendo una denuncia contra Rubiales…
Vista esa evolución en tan pocos días lo único claro es que nunca sabremos aquello de “¿quién mató al comendador?”. Y la verdad es que nos importa muy poco, de no ser por ese posible juego del chivo expiatorio que ahora luego comentaré. También parece muy probable que la pobre chavala, que lo que quería es jugar al fútbol, se haya visto manipulada e inducida a decir lo que otros le han dictado. Es solo una sospecha: pero creo que bien fundamentada.
Porque además resulta que, aunque el señor Rubiales pueda ser eso que en catalán llaman “un pocasolta” (sin sentido común y además inoportuno), las primeras declaraciones de Jenni podrían justificar lo de que fue solo un gesto de amistad: pues podía estar de por medio el penalti que ella había fallado, quitándole ahora toda importancia. En el lenguaje moral más tradicional podríamos decir aquello de que hubo un pecado, pero con “parvedad de materia”. Quiero decir que el beso (por lo que he podido ver) solo duró unos segundos: no hubo contacto de lenguas ni bocas abiertas, ni otro tipo de tocamientos mientras la besaba. Hasta moralistas cerrados de los de antes, como Zalba, tendrían que decir, en lenguaje clásico, que la cosa no pasó de pecado venial…
Con todos estos datos la sospecha del chivo expiatorio se fortifica mucho y temo que solo podrá ser rebatida si hay otros datos que no conozco. Y aquí es donde me parece útil comentar la función de ese mecanismo para alertar a todos los feminismos y que no crean que han obtenido una victoria. No se ha conseguido más que una aparente victoria simbólica que son las únicas que permite nuestro cruel sistema. Pero las grandes causas del feminismo siguen intactas. Por ejemplo:
El señor Rubiales estará cesado, pero las mujeres seguirán cobrando un 20% menos que los machos en prácticamente todos los empleos. ¿Tiene sentido entonces alegrarse como quien ha conseguido una victoria? Yo creo que no. Solo ha habido una aparente victoria distractiva.
El señor Rubiales estará cesado, pero la mayor y más brutal opresión de las mujeres sigue intacta: me refiero a la trata y comercio de muchachas para la prostitución que es fuente de tanto dolor, tantas lágrimas y tanta desesperación que, si la conoces, te parte el alma. Pero claro: si denuncias la pederastia clerical, la Iglesia se sentirá culpable y tenderá a hacer todo lo que se le pida. Pero si denuncias con constancia la trata de muchachas, igual un día estalla una bomba misteriosa en los locales de tu diario o de tu emisora, o tienes un “desgraciado” y casual accidente de avión como el del señor Prigozhin. Que el sistema ya sabe muy bien lo que puede tolerar y lo que no.
El señor Rubiales estará cesado, pero el rosario de crímenes machistas continúa intacto a su ritmo aproximado de uno por semana. Uno ya sabe que, mientras hacemos esas reuniones en silencio que quieren ser solidarias, el autor del próximo crimen está preparando la siguiente barbaridad. Nos tranquilizaremos la conciencia con eso del 016 y la prohibición de acercamiento, que sirven para bien poco; sin pensar que un problema tan terrible (que no tendrá solución inmediata) reclama un estudio y un análisis serio y minucioso que comience investigando el origen y la historia, la educación, formación y militancias de cada uno de esos asesinos incomprensibles. Un estudio que no sabemos qué resultados arrojará pero que hay que hacer a pesar de todo: porque un problema complejo solo se resuelve conociendo bien sus causas. Como dije otra vez, las medidas actuales son como tratar el cáncer con aspirinas, en lugar de estudiar despacio cómo se va produciendo el cáncer…
Son solo tres ejemplos. Pero mientras todos estos horrores sigan en pie creo que no tenemos ningún motivo para creer que la caída del señor Rubiales sea una victoria feminista, por más que los medios de comunicación lo presenten así. Pensar eso sería caer en un engaño bien preparado.
Este era el sentido de la afirmación de que Rubiales, por censurable que pueda ser, no ha sido aquí más que una víctima expiatoria. Vivimos en un sistema que es muy experto en dos cosas: en convertir en fuente de beneficios propios todo aquello que es necesidad ajena o es belleza gratuita (el hambre o la enfermedad por un lado y el sexo o un deporte bello como el fútbol por el otro). Y además, en integrar las protestas haciendo aquello del marqués de Lampedusa: “cambiar todo lo necesario para que no cambie nada”. Es muy sano que las mujeres quieran jugar al fútbol: y hasta (por lo poco que vi) me parece que son más intuitivas que los hombres, con lo cual, en cuanto tienen la pelota ya saben qué hacer con ella (y su fútbol resulta menos lento que el de los machos). Pero además es necesario que sepan donde se meten: porque el fútbol se ha convertido hoy en una santa mafia.
Hay una anécdota de mi juventud que he recordado otras veces porque me parece simbólica. Por allá por la segunda mitad de los años sesenta, cuando poco a poco se iba gestando lo que luego se llamó “mayo del 68” (y que acabó siendo “mucho más ruido que nueces” revolucionarias), comenzaban a estar de moda los llamados pantalones vaqueros, blujeans o nombres de esos. Mucha gente joven creyó encontrar una forma de protesta vistiéndose con unos vaqueros estropeados: rajados por la rodilla o cosas así. Al poco tiempo, eran las mismas fábricas las que te vendían esos pantalones estropeados: que lo que está de moda siempre da beneficios.
Repito para terminar: el sistema sabe muy bien qué protestas puede asimilar y cuáles no debe tolerar. La destitución del señor Rubiales es una de esas protestas que el sistema pude digerir perfectamente, quedándose tan tranquilo y dejándonos contentos. Este es precisamente el sentido de los chivos expiatorios.