Ultras

Es conocida la ironía del obispo Helder Camara: si doy de comer a los pobres me llaman santo; si pregunto por qué hay pobres me llaman comunista. Parecida al siguiente diálogo amargo del Roto: “-Piden decencia, igualdad y justicia…-¡Extremistas!”. Parecida también a las acusaciones que provoca Podemos: “populistas, antisistema”…

No hace falta ser Freud para comprender que esas reacciones agresivas revelan un afán inconsciente de autodefensa. Hoy quisiera analizar un poco más esa acusación, porque pocos parecen dispuestos a ello.
Escribí hace años que los terroristas eran como “hijos naturales” nuestros. Los hemos ido engendrando inconsciente e irresponsablemente mientras construíamos una sociedad sin valores y sin más meta que el consumo.

Ya no vivimos para nada: ni para el “amar y servir a Dios” del catecismo, ni para el progreso y la sociedad mejor de la Modernidad. Vivimos para pasar el tiempo consumiendo. Mientras nos dediquemos en cuerpo y alma a consumir, la economía marchará bien,… y podremos seguir consumiendo. Hemos creado también una cultura servidora de ese objetivo económico. Antaño se decía que la filosofía era “servidora de la teología” (ancilla theologiae). Hoy debemos decir que la cultura es servidora de la economía. Por este camino, una vez muerto Dios, se está cumpliendo la otra profecía de Nietzsche: o construimos el superhombre o seremos “los últimos hombres”. Y es claro que el superhombre no lo hemos construido.

A la larga, en esa sociedad sin metas, han de aparecer grupos de insatisfechos que buscan una causa para la que vivir; y esa causa se convierte en caldo de cultivo de mil fundamentalismos. Nuestros medios de comunicación han constatado con sorpresa que entre los locos del califato islámico había bastantes europeos y hasta norteamericanos (dos mil franceses es la única cifra que recuerdo). Pero se abstienen de preguntar por la causa de ese extraño fenómeno. Y la causa me parece ser ésta: con todas sus locuras el EI ofrece una razón para la que vivir y por la que luchar. Razón ciega y desesperada, por supuesto. Pero que puede ser suficiente para quien no tiene otra. Incluso les permite sentirse superiores a nosotros porque ellos viven para algo mientras que nosotros no vivimos para nada.

Los humanos llevamos dentro unas dosis de agresividad que la civilización debería canalizar y sublimar (como también llevamos dentro otras pulsiones (sexual, de autoestima…), que la sociedad debería orientar. Cuando esa reconstrucción de nuestra agresividad no se produce, aparecen los ultras y los violentos. Y aquí los tenemos. El día en que comienzo a redactar esta página, nuestra sociedad está traumatizada por la muerte y los heridos de una pelea imbécil entre hinchas del Atlético de Madrid y del Depor. Nobles palabras de condena; pero el partido se juega a pesar de todo (“¡total por un muerto! Sería peor no jugarlo”… Como dejar al drogata sin la droga). Y se subraya que es “un caso aislado”, olvidando todo el rosario del hincha de la Real muerto en Madrid, o aquel niño de 13 que iba por primera vez al campo del Español… Evitaremos decir que el futbol se ha convertido en una forma de consumo que sustituye la falta de razones para vivir mediante la idolatría del propio equipo.

Los medios de comunicación (radios sobre todo) tienen parte de culpa en ello por la forma ridícula como cantan los goles, ridícula y desaforada y más entusiastamente devota que el Trisagio. O por el calentamiento previo con invocaciones al “partido del siglo” (que hay uno cada domingo), como forma de ganar oyentes a los que comerán el coco esos anuncios que fomentan el consumo y dan pingües ingresos a esos medios… La idolatría del fútbol tiene sus liturgias y sus actos de culto bien establecidos. Aljibes agrietados (diría el profeta Jeremías) que intentan humedecer sin éxito nuestra sequía de valores.

Es innegable que toda religiosidad (por sus exigencias de totalidad en la entrega) lleva dentro un germen de violencia que ella misma debe reorientar: en esa sublimación se juegan su valor todas las religiones. Pero cuando la religiosidad es idólatra (como la futbolatría para clases medias y el dinero para los millonarios), el peligro de esos monoteísmos del dinero y demás, se vuelve mucho más grave: porque esas idolatrías no contienen elementos para templar y sublimar nuestras agresividades.

Ya hace años que Freud habló del “malestar en la cultura”: la civilización exige autocontrol y sacrificio. Y como hoy todo lo que suene a sacrificio es despachado como “masoquismo cristiano”, hemos procurado eliminar el malestar y nos hemos quedado sin cultura y sin eliminar el malestar, que reaparece en formas de crisis económicas, de leyes monstruosas de reforma laboral y de desmontes tácitos del estado social… Y es que el malestar de Freud aludía simplemente al respeto. Al pretender eliminarlo hemos llegado a una sociedad sin respeto, que es un eufemismo para una sociedad sin civilización. Aquí estamos.

Y perdonen si les digo que eso no tiene solución más que metiendo en veredas nuestra economía. Porque a eso no estamos dispuestos: ya hay un periódico que va recomendando poner nuestros dineros en el extranjero para el día en que Podemos gane las elecciones. El problema es que antes hemos puesto en el extranjero nuestro corazón…
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